Aquel que diga que los discípulos del mal no tienen un paraíso, están muy equivocados. Ese pedazo de cielo está aquí, en Panamá, y nosotros convivimos con ellos cada día. Si no me creen, meditemos sobre algunos hechos que me han llevado a esa conclusión. Esta semana, el periodista Leonardo Grinspan reveló el escándalo de la Universidad Autónoma de Chiriquí (Unachi), cuya rectora, Etelvina Medianero de Bonagas, quiere ser elegida por tercera vez en ese cargo, para lo cual, el diputado perredista Raúl Pineda le hizo el favor de presentar un proyecto de ley con ese fin. O sea, legalizar lo ilegal.
El favor de Pineda permitiría perpetuar una perversa red de nombramientos, a todas luces inmorales y hasta ilegales en algunos casos. Todo esto a la vista de jóvenes que se forman en una universidad estatal, cuyo lema actual, “Hombre y cultura para el porvenir”, cambia en la práctica a “Plata y juegavivo para el presente”.
He leído detenidamente los argumentos de la rectora y francamente me parece que están hilvanados con bilis, en vez de intelecto. Decir que ella no nombra a los empleados de la universidad que dirige, sino Recursos Humanos, es como que un asesino diga: “yo no maté a nadie, sino mi pistola”. Por ello, no encuentro una sola explicación que justifique que esta funcionaria se haya subido sus ingresos a casi $13,500 mensuales.
Si, como alega, se trata de equiparar salarios, debo decir que, en lo que atañe a neuronas, tal equiparación no es justa. Y si bien puede estar más graduada que un termómetro, para ser rector también hace falta prestigio y gran caudal de moralidad e integridad. Ella, en cambio, gana en audacia y osadía, así como en torpeza e ignorancia, pues sigue sin entender que el poder tiene límites y cambiarlos trae consecuencias. En su pequeño mundo de rectores puede hallar algunas.
Pero, ni siquiera es capaz de examinar la historia reciente. Solo le interesa seguir siendo rectora hasta que el cuerpo aguante. Asumo que, por compartir su meta más preciada, es decir, conservar el poder –cueste lo que cueste–, debe ser admiradora de Daniel Ortega y Nicolás Maduro. Así, nuestra juventud no recibe ejemplos de civismo para ser ciudadanos de bien, sino enseñanzas de juegavivo. Estudian que ser buen profesional no cuenta, sino jugarle la pacheca a una buena educación y lograr metas con trampa, y que la probidad es cosa de pendejos.
Otros que enseñan cómo corromper son “profesores” que cobran sin trabajar, y doble, solo porque son de gobierno y en gobierno se hace lo que sea y como sea, sin importar las necesidades de nuestros compatriotas, que hasta están sin trabajo. Aprenden que no hay que hacer negocios con el Estado, sino negociados; que la fidelidad familiar es conseguirle trabajo a la parentela en el Gobierno. Eso es lo que aprenden. Entonces, ¿acaso este no es el cielo de la gente mala y de su maldad que, incluso, engaña de toga y birrete?


