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Sábado picante

Panamá se juega sus cartas en la educación. Nada, desde el punto de vista de los ciudadanos, debería ser más importante que nuestros hijos y nietos obtengan una educación de calidad. De eso no solo depende el futuro de ellos, sino el del país. Y yo, con toda honestidad, percibo –en la era de la comunicación y la información– que los panameños nos hundimos en la ignorancia. Y eso es muy, pero muy grave, pues, por más que tengamos claras ventajas sobre otros países, desde el punto de vista logístico, geográfico, bancario, monetario, de inversiones y el espejismo ese de “estabilidad” política, la verdad es que, académicamente, estamos en el sótano.

Ello trae consecuencias en las inversiones, pues ninguna empresa se establecerá en Panamá si no puede obtener mano de obra profesional y calificada. Y si se establece aquí, lo que obtendrán los panameños serán puestos de tercera y cuarta categoría. Y eso ya está pasando. De ahí que los panameños piensan que la culpa es de los extranjeros y no de los mismos panameños. Y es así como nacen las estúpidas ideas de nacionalizar las carreras, a fin de que las empresas que se establezcan en el territorio nacional se vean obligadas a contratar locales.

Pero los panameños olvidamos que no somos la única opción. Nuestros vecinos –Costa Rica y Colombia– tienen mucho mejores profesionales, sin contar que, culturalmente, nos llevan años, décadas, por delante. Entonces, nos hacemos daño a nosotros mismos, porque al nacionalizar las carreras, lo único que aprendemos es lo que nos pueden enseñar los locales, que, como dije, en muchos casos no le llegan a los talones a los extranjeros.

Y es cierto que aún hay muy buenos profesionales panameños, algunos graduados en el extranjero y otros muchos aquí, que se han superado, pese a todas las limitaciones académicas. Y ellos, que podrían ser los grandes maestros de nuestra juventud, son desplazados en las universidades estatales –como la Unachi, por ejemplo– por políticos que, en su afán de tener los bolsillos llenos con dos y tres salarios del Estado, condenan a los estudiantes a ser lo que son ellos: escoria, vividores del sistema, parias del Estado.

Las “luces largas” de nuestros políticos son el equivalente a una llama de vela moribunda, pues son incapaces de ver que, al robarle el futuro a nuestra juventud, empobrecen el país. Y una población pobre, sin oportunidades, es blanco fácil de la delincuencia, porque, además, incentiva la impunidad que se logra comprando en el mercado negro del Órgano Judicial.

Panamá está a pocos pasos de ser una democracia fallida porque, además de la desigualdad en el reparto de la riqueza nacional, también hay grandes abismos en lo social y, especialmente, en la educación. Es una lástima, porque en Panamá hay talentos de toda clase, pero sometidos por la codicia de los políticos que son, precisamente, el vivo reflejo de la ignorancia.


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