El 8 de junio de 1983, poco antes del anochecer, una turba atacó las instalaciones de La Prensa.
Asaltada por tercera vez desde su fundación, miembros del entonces todopoderoso PRD le propinaron una salvaje golpiza a un asociado de este medio, Carlos Sánchez. La turba no pudo allanar el edificio, pero pintorreteó su fachada, mientras gritaba consignas amenazantes por haber publicado –un día antes– facsímiles de bolsas plásticas con propaganda política impresa a favor del general (R) Rubén Darío Paredes, que aparecía en estas como “el general de la esperanza”, y que se repartían en giras médicas pagadas con dinero estatal.
Dos personajes lideraron aquél cobarde ataque: Alejandro Montoya, dirigente del desaparecido colectivo político Pala –vástago seudopolítico de la dictadura militar–, y el doctor Joaquín Villar García, hoy rector de la Columbus University, recientemente elegido facilitador del diálogo sobre la Caja de Seguro Social (CSS). En presencia de estos “dirigentes políticos” también fueron atacados, aunque no terminaron en el hospital con las heridas de consideración de Sánchez, Maruquel Arosemena, jefa de Recursos Humanos; Rodrigo Prado, jefe de Circulación, y Martín Pérez, por entonces técnico de la rotativa.
Los agresores también arremetieron contra el fotógrafo Alcides Rodríguez, quien documentaba gráficamente el asalto. La maleantada logró arrebatarle la cámara y velaron negativos para evitar que fueran reconocidos. Fue entonces que Sánchez recibió la paliza, tratando de defender a Rodríguez de sus atacantes. El reportero gráfico, no obstante, logró salvar parte de su trabajo, en el que quedó la evidencia del ataque y sus perpetradores, incluida una fotografía de Villar García al frente de la turba, publicada en la primera plana de La Prensa del 9 de junio de 1983.

Los dirigentes de la embestida, que exigían la clausura del diario, prometieron volver –la próxima vez, masivamente– para destruir sus instalaciones si el periódico insistía con sus denuncias sobre el mal uso de fondos públicos. Quién imaginaría que 37 años después, Villar García sería premiado por su gente del PRD para ser el facilitador del diálogo por una institución cuyo saqueo empezó, precisamente, con los militares, esos a los que defendió con tanto fervor.
¿Qué credibilidad puede tener un personaje que exigía el cierre y destrucción de medios, y que dirigió una turba que atacó brutalmente a personal de este periódico? A ello hay que sumar un reciente chanchullo sobre la compra de una sentencia en la Corte Suprema a su favor y de una denuncia en la que lo acusaron de haber ordenado el asalto de un antiguo socio. Experiencia es lo que le sobra en ese campo, no hay duda.
Pésimos augurios para este diálogo. Poner a un sujeto con semejantes credenciales al frente de la iniciativa más importante de este lustro es condenarla a la ilegitimidad. Pero para el PRD, estas son puras necedades, carentes de importancia, porque, después de todo, nada impide que un varillero sea el facilitador de este magno diálogo.

