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COLUMNA

Sábado picante

Ser una buena persona puede ser peligroso en Panamá. Hay gente que a menudo manipula el concepto de bondad con el de pendejo para justificar su propia maldad. Para ellos, el perfecto pendejo es el que trabaja en el Gobierno y no coimea. Y el que no coimea, automáticamente se convierte en un peligro para esa creciente masa que pregunta: “¿qué hay pa’ mí?”

Y nadie quiere ser conocido como un pendejo. Prefieren tener fama de juegavivo, pero nada de ser el cobarde que no se atrevió a robar cuando todo el mundo lo hace, y sin consecuencias. Así que un funcionario honesto es doblemente pendejo: porque no se atreve y porque sabe que no hay castigo.

Una persona buena también es terriblemente peligrosa, pues el dinero no es una motivación importante. Por lo tanto, no aceptará plata por hacer o dejar de hacer en el cargo que desempeña. El buen funcionario empleará su mejor criterio o actuará conforme a la ley. Por eso son un riesgo para el que actúa al margen de la ley, incluidos los que hacen negocios con el Estado.

Entonces, ¿qué hacer con una persona buena? La técnica más popular —y delatora— es desbaratar a estas personas en las redes sociales. Hacen creer a los que les gusta el pensamiento enlatado —ese que se consume directo del fabricante— que los honestos son en realidad delincuentes. Trasladan su propio perfil delincuencial a sus víctimas. Buscan restarles credibilidad y generar las excusas necesarias para expulsarlas del sistema.

En Panamá, somos testigos de cómo los políticos se enriquecen a punta de la corrupción. Es obvio que aún cuando ganen $10 mil al mes, no es suficiente para tener tres carros finos, casa de playa, de ciudad, finca y hasta apartamento en Miami o Punta Cana; viajes, joyas y toda clase de lujos. La deducción razonable es que nos están robando. Pero, lejos de repudiar la corrupción, muchos claudican en esa eterna lucha entre lo que está bien y lo que está mal.

Y entendemos que el crimen es generoso con los políticos. Por ello, muchos practican ese refrán que dice: “Si no puedes con el enemigo, únete a él”. La masa que piensa así crece con rapidez, mientras los que continúan la lucha son apedreados en las redes sociales. Esos ataques no solo provienen de los call centers, sino de los ciegos selectivos, esos que saben lo que está mal, pero que lo toleran y justifican. Esos son lo que repiten: “robó, pero hizo”.

El equilibrio entre lo bueno y lo malo se rompe, empieza a pesar más lo malo, mientras los buenos se extinguen. En consecuencia, hemos empezado a ver un nuevo fenómeno: malos víctimas de otros malos. Pero, no nos engañemos. Lo que vemos es el club de los malos retirándole la membresía a otros malos. En ese mundo, el perdón no existe y el que manda deja muy claro que, “si no estás conmigo, estás contra mí”. Es una guerra en la que los malos son el nuevo peligro de los más malos.


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