Escuchar de Zulay Rodríguez el pasado lunes que yo tengo problemas con la bebida, me arrancó una carcajada en momentos en que la señora repartía palo a dos manos. Reí, porque era una infamia lo que decía, así que la desmiento. No tengo problemas con la bebida. Todo lo contrario, tengo buenas relaciones. De hecho, son alegres, prudentes y juiciosas. Y se lo informo, porque seguramente su fuente es la camarilla de cobardes que me ataca con campañas anónimas y memes, cuyas imágenes fueron impresas en jarras de cerveza que me han regalado y que ahora colecciono. Es una lástima que no pude enseñárselas cuando vino al diario el pasado 31 de diciembre, a dar su versión sobre el tema de su oro. No sabía que me atacaría así, pero le hago la invitación, por si desea verlas.
No obstante, dentro de todo, reconozco que es la primera persona que le pone nombre, apellido y rostro a la campaña sucia de la que he sido objeto por sus amigos, los anónimos, aunque me desilusiona que haya dicho tantas cosas y contra tantas personas desde su curul, pues su alegada valentía termina donde empieza su inmunidad.
Si mi problema con la bebida fuera igual al que usted aparentemente tiene con el dinero, entonces sí, creo que sería miembro –y distinguido– de AA, pero no es así. En cambio, con ese problema que usted tiene, la Asamblea Nacional no es un buen lugar para recuperarse. Todo lo contrario, la tentación puede ser irresistible.
Otra cosa que dijo es que me enviaron a AA. Creo recordar que alguna vez me mandaron –décadas atrás–a una cobertura periodística. Pero, ya que anda en eso, he oído que usted debería irse a ver con un especialista para recibir clínica y terapia, sea cual sea su problema.
Y hablando de sus problemas, usted me recuerda a una parlamentaria inglesa que hace cien años fue la primera mujer en ocupar un escaño en la Cámara de los Comunes, en Inglaterra. Fue tremendamente controversial por lo que decía –como lo es usted–, incluyendo ataques a extranjeros (judíos), pese a haber nacido en Estados Unidos. Y –al igual que usted– no reparaba en decir todo lo que se le venía en gana. Su nombre era Nancy Astor, también conocida como Lady Astor.
Pues bien, Lady Astor era una acérrima enemiga del entonces primer ministro británico Winston Churchill, quien dirigió los destinos de su país durante la Segunda Guerra Mundial contra la Alemania nazi. La mayor parte lo hizo en pijamas y con una botella de whisky que consumía diariamente. O sea, que prácticamente gobernó ebrio. Estoy lejísimo de ser un caso parecido, pero –pese a su dipsomanía– nadie niega su gran liderazgo político.
Supongo que usted habrá escuchado esta famosa anécdota: Lady Astor le dijo a Churchill en una ocasión: “Winston, eres un borracho”. Su respuesta fue: “Y usted, señora, es fea, pero yo estaré sobrio por la mañana”. Es obvio que no le diría algo así a usted, ni por convencimiento ni por la amenaza de una denuncia de género. Pero si fuera el beodo que dice que soy, debería responderle algo similar: a mí se me pasaría mañana, pero el estigma de lo que usted dice y hace no se borra de un día para otro.

