La foto del cuerpo inerte de un leopardo, recién cazado con un rifle dotado de mira telescópica, junto al que posa el expresidente Ernesto Pérez Balladares, ha causado una iracunda respuesta de quienes han comentado el despiste, según el exgobernante, que subió la fotografía mostrando el macabro espectáculo. Pérez Balladares respondió el asunto con argumentos —tan idiotas como el tamaño de su ego— que han sido destruidos fácilmente por los cibernautas, que no se ahorraron las ofensas contra el autor de la no menos ofensiva muerte del felino.
“A los que tanto odio han expresado: espero no acepten tampoco la pesca ni coman productos animales. Coman odio, envidia y rencor”, dice su tuit, a manera de explicación, que dijo, “no le debo a nadie”, aunque, de todos modos, la dio. Quizás lo de la envidia es porque matar un leopardo cuesta entre $15 mil y $30 mil; y si la caza incluyó un elefante, habría que agregarle entre $23 mil y $60 mil. Supongo que tanto dinero destinado a matar animales, cuya población es diezmada a causa de la caza legal e ilegal, es para él motivo de envidias.
En los comentarios que he leído en respuesta a la explicación que, según este señor, no le debe a nadie, hay que decir que sí hubo rencor y hasta odio, pero no por sus razones. No fue porque tiene el dinero para costearse estas excentricidades, sino por el hecho de haber matado al leopardo, el cual, seguramente, habrá pasado por un proceso de taxidermia que le permitirá ostentar su cabeza como trofeo en su sala de cacería, donde hay varias otras cabezas de animales salvajes, muertos en sus periódicas “cacerías”.
En abril de 2010, allegados del expresidente decían que este habría abonado $45 mil para participar en algo que los cazadores llaman un “big five” en África, que no es otra cosa que cazar un león, un leopardo, un rinoceronte, un elefante y un búfalo. Seguramente no participó del safari por asuntos legales, pero vemos que ha vuelto a ser el cazador de mira telescópica que le gusta ser.
Y antes de que me diga que escribo esto porque también le tengo envidia, me adelantaré respondiéndole que, al igual que muchos de los que le contestaron, tal afirmación —si la hace— no es verdad. No tengo nada que envidiarle, porque nada de lo que tiene o es me provoca. No siento amor por la plata ajena; tampoco me agrada el narcisismo ni la soberbia. Si, además de esto tuviera algo más que ofrecer como ser humano, quizás sentiría envidia de la buena.
En cambio, creo que la envida sí forma parte de su ser. Tengo una hermana con varias maestrías y jamás la he escuchado apropiarse del título de doctora. Y concuerdo con una de las personas que le respondió en redes, en que seguramente, por el hecho de que no se postularía más para un cargo público, es que ahora nos muestra su otro —y verdadero— yo, en cuyo caso, sí le viene bien el título de doctor, el de Doctor Merengue.

