El poder, al fin y al cabo, es control. Y, a falta de control, el caos. Y, francamente, ya estoy harto del caos que reina en este país. Nadie está en control de nada. Desde la parte alta del Ejecutivo hasta la parte baja de la Policía Nacional. La delincuencia de cuello blanco y la de los zapatos sucios está infiltrada en cada lujosa oficina y en cada bodega o almacén del Gobierno. En las calles, las pandillas –desde taxis– asaltan a todo el que se les ponga por delante. Solo falta que empiecen a cobrar impuestos porque circulamos en “sus” calles.
Los jefes de policía no se mueven sin escoltas. Los ministros, diputados, magistrados y todo funcionario de alto rango tiene hombres armados para que los protejan, mientras el resto debemos ver qué hacemos para cuidar nuestra vida, salud, bienes y hasta los impuestos. Nos roban desde arriba, desde los costados. No nos roban donde pisamos porque no han encontrado la forma... por ahora.
Toda esta gente, que debe trazar y ejecutar políticas de seguridad ciudadana, son una partida de bucéfalos, incompetentes, cuyas sublimes ideas sobre políticas de seguridad ciudadana son aumentarse sus escoltas para sí y su familia cuando se desata la delincuencia o la violencia. O sea, tenemos escoltas cuidado la vida y bienes mal habidos de ladrones que le roban hasta a sus propios escoltas. Es el colmo de la delincuencia.
Tienen poder político, pero solo para salvar su pellejo y huesos de ir a la cárcel. Ya vemos cómo empiezan a quitarse los obstáculos que les impide llegar al Gobierno, porque, contrario a lo que dicta la Constitución, el más importante requisito que se necesita para escalar en el Gobierno es ser ladrón. Y el segundo, ser tan incompetente como se pueda. No importa lo palurdos que sean en ambos oficios. Ellos tienen licencia para serlo.
La otra forma de llegar a la cima gubernamental es hacer desaparecer la palabra “no” de su vocabulario. En la primera que se nieguen a ser sinvergüenzas, el sistema los expulsará de inmediato. No, una persona honesta dentro de un sistema corrupto es como la mosca en la leche. Sus días están contados y hasta puede que salgan de sus cargos acusados de corruptos por los ladrones que nos gobiernan.
No debemos acostumbrarnos a este escenario, pero en algún momento podrá más la costumbre que el asombro. El caos que reina hoy es momentáneo. Cada espacio de poder vacío se llena. La Asamblea encontró la manera de hacerse de muchos de esos vacíos. Las pandillas empiezan a gobernar en calles y barrios. Y los biencuidaos, pronto pondrán casetas de cobro en los estacionamientos públicos.
Panamá será pionero en el mundo cuando deposite la Carta Magna, con todas sus ideas, palabras, letras, comas y puntos, en un museo. Será exhibida como prueba irrefutable de que si para algo sirvió aquí, fue de alfombra roja para la delincuencia de cuello blanco. El caos tomando el control.