La Prensa se apersonó ayer al edificio Coco del Mar Suites, en el que, según fuentes confidenciales, se estaban aplicando vacunas contra la Covid-19 de forma clandestina.
Y en efecto, este diario pudo corroborar que, solo ayer, al menos 17 personas recibieron la vacuna en ese local.
Interrogados al respecto, los encargados de la vacunación clandestina respondieron a este medio que tenía que hablar con un funcionario del Ministerio de Salud (Minsa) que daría todas las respuestas. Esa persona no aparece en la planilla la entidad.
La Prensa entonces se contactó con el director de la Región Metropolitana de Salud, Israel Cedeño, quien confirmó que la actividad no estaba autorizada por el Minsa, por lo que prometió iniciar inmediatamente una investigación.
Personal de las empresa Vidatec y Cordón de Vida estaba presente en el lugar de la vacunación, igual que Denisse Vega, quien aparece en las directivas de ambas sociedades y quien confirmó que el edificio donde se desarrollaba la vacunación clandestina es de su propiedad.
Centro oculto de vacunación anticovid, al descubierto
La Prensa recibió una llamada en la que denunciaron que un laboratorio privado estaba vendiendo y aplicando vacunas contra el Covid-19 a particulares. Esta periodista se presentó al lugar y esta es la crónica de lo ocurrido.
Son las 12:45 p.m. del lunes 7 de junio. Me estaciono en el edificio Coco del Mar Suites. Se me acerca el conserje y le pregunto si ahí es la jornada de vacunación. Me dice que sí. Me pide acomodar el carro para que quepan mejor los que están por llegar. Le pregunto si ya empezaron y me dice que no, que era a las 11:30 a.m., pero que no han llegado y que en la última llamada que le hizo la señora Denisse le dijo que en menos de una hora llegaban.
A esa hora ya tengo, a mi izquierda, una camioneta roja con dos mujeres visiblemente menores de 50 años. A los cinco minutos llega otra camioneta gris, de la que se bajan un hombre y una mujer. Señalan el reloj mientras le preguntan al conserje por el retraso.
Vuelven al carro y los abordo: “¿Qué pasó? ¿También los tienen esperando?”. Sí, responden. Estamos aquí desde las 11:00 a.m. A esa hora nos citaron. Como estaban demorando nos fuimos a comer. Dicen que el señor ya viene por San Francisco”. Entraron al carro y siguieron esperando.
A la 1:05 p.m., desde el local 9, ubicado en el tercer y último piso del edificio Coco del Mar Suites, se asoma Denisse Vega. Con mascarilla, visiblemente inquieta, hablando por el celular. Hay otra mujer y un hombre que también se asoman esporádicamente.
A la 1:40 p.m., luego de asomarse cinco veces, todas hablando por teléfono, Vega se retira en una camioneta Chevrolet.
Para este momento, ya solo queda un estacionamiento libre. Todos esperan en sus carros.
Diez minutos después se estaciona un Kia Sportage, del que se bajan un hombre de camisa negra y otro con camisa a cuadros rojos y blancos. Simultáneamente, llega caminando una señora con un uniforme azul con los logos de Vidatec y Cordón de Vida, empresas cuya propietaria es Denisse Vega.
Uno de los que espera por ser vacunado se acerca a los dos señores. El de la camisa a cuadros le pregunta por qué está esperando abajo. Por qué no ha subido. El cliente responde que el conserje no lo había dejado subir. “Bueno, ya llegamos. Espera y en unos minutos ya vas a subir. Oficina 9”.
A la 1:53 p.m. entran al edificio Coco del Mar Suites, mientras el conserje sube una maleta negra. Dos minutos después se cierran las cortinas del local 9. El mismo desde donde se asomó cinco veces Vega.
A la 1:57 p.m. baja el conserje y va de carro en carro a avisar que los señores ya llegaron. Cuando llega al mío, me dice que en unos minutos nos avisan para subir. Le pregunto: “¿Es la vacuna Pfizer, verdad?”. “Sí”, me responde. “¿Seguro?”, repregunto. “Sí, señora”.
A la 1:58 p.m. suben las dos primeras clientas: las que esperaron pacientemente en la camioneta roja. La primera baja a las 2:04 p.m. y la segunda, a las 2:08 p.m. A esta última se le corrió la curita y se le ve una gota de sangre a través de la camisa. Se sientan en el carro a esperar los 15 minutos reglamentarios antes de irse. En ese lapso de tiempo baja la enfermera con el uniforme de Vidatec y Cordón de Vida a preguntarles si tienen algún síntoma o se sienten bien.
Baja la tercera paciente. Mismo modus operandi. Y así, van entrando de dos en dos. Van 17 personas, en ese momento.
2:10 p.m. Se acerca el conserje y nos dice que ya casi nos atienden. Que nos hará señas para que subamos.
Mientras la enfermera le da seguimiento a los otros pacientes en sus carros, siguen subiendo clientes. A las 2:22 p.m. baja una agarrándose el brazo en el que se le aplicó la vacuna. En la mano, sostiene una tarjeta del Programa Ampliado de Inmunización del Ministerio de Salud.
Me acerco a su carro y le pregunto cuánto le cobraron. “¿Fueron $200 o más?”. “Allá arriba te van a decir”, respondió desconfiada. Siguen bajando los felizmente vacunados.
A las 2:31 p.m. subimos. “Piso 2, oficina 9. Vayan”, fue la instrucción del conserje.
Llegamos a una sala de espera con cinco sillas. Hay cuatro personas, todas con cédula en mano, esperando ser atendidas. Se abre la puerta de otro cuarto y sale otra persona, ya vacunada. Entonces nos llaman.
El cuarto no mide más de 4x4 metros. Al fondo, una mesa en la que está la maleta negra que el conserje subió, una caja de jeringas, un frasco de alcohol, una caja de guantes y una pila de tarjetas de vacunación.
Nos reciben los dos señores que se bajaron de la camioneta Kia sin identificación oficial.
“¿Y ustedes, de parte de quién vienen?”, nos preguntan.
“De parte de nadie. Nos comentaron que estaban poniendo la vacuna Pfizer contra el Covid-19 y vinimos”.
“¿Quién les comentó?”, nos repreguntan.
En un grupo de chat nos dijeron que viniéramos y vinimos.
“No tienen cita, pero no se preocupen, los vamos a vacunar”, nos dijeron.
Entonces, me presento. “Soy Flor Mizrachi, periodista del diario La Prensa. Ya hablé con varios de los vacunados, ya sé que la vacuna que están poniendo es la Pfizer y aquí veo los frascos. ¿Con qué permisos están vacunando y de dónde salen estas vacunas?”.
“Yo sé quién eres tú. Yo te voy a dar la información, pero no aquí”, me dijo el de camisa a cuadros.
“Ya estoy aquí. ¿Con qué permisos están vacunando y de dónde salen estas vacunas?”, pregunté.
Mi interlocutor mira al reportero gráfico y le pide quitarse el saco donde lleva su cámara. El reportero la saca y toma fotos. El señor lo increpa, le pide guardarla y ante la negativa del fotógrafo, intenta arrebatársela. Forcejea con él y lo saca a empujones del cuarto. Le golpea la cámara y cierra la puerta con llave. Con el fotógrafo sale el señor de la camisa negra que hasta ese momento lo acompañaba.
En este momento apago la grabadora, a solicitud suya.
Entonces le vuelvo a preguntar: “¿Con qué permisos están vacunando y de dónde salen estas vacunas?”.
“Esto viene de arriba. Esto se está haciendo por amistad. Este es otro centro, como el Rommel Fernández”, me respondió.
Pero clandestino, le comenté. “¿Ordenes de quién?”, insistí.
“Yo le voy a decir todo, pero no aquí. Mire, pregunte por el señor Saúl Pastrana en la Región Metropolitana de Salud. Si usted habla con él, todos vamos a caer. Pero hable con él. Si quiere me da su teléfono y yo la llamo y le digo todo, pero no aquí”.
“Esto, entonces, es una red organizada”, le comenté.
Sí, me confirmó.
“Yo vi a la señora Denisse Vega asomarse desde la ventana de este local. ¿Quién está detrás de esta red?”, pregunté.
“Hable con el señor Pastrana. Si ya usted sabe de la señora Vega, ya sabe mucho. Yo le doy la entrevista, pero después. Se lo prometo, pero váyase”, me respondió.
Abro mi celular y hago una búsqueda de la planilla del Minsa. El señor Pastrana no aparece.
Oigo al fotógrafo discutir afuera con una de las señoras vacunadas, molesta ante la presencia de la cámara. “Este es un lugar privado”, le grita, ante lo que el fotógrafo le responde que las vacunas son propiedad del Estado. La señora le dice que ella, como el resto de los que estaban ahí, es una ciudadana que paga impuestos. Amenaza con llamar a Seguridad y el “vacunador” nos pide retirarnos.
Entramos al carro, y acto seguido, el “vacunador” entra al suyo, con el maletín negro y todo el resto de los implementos que estaban en la mesa en la sala de vacunación, en las manos. En menos de tres minutos, el estacionamiento quedó completamente vacío.
Las explicaciones
La Prensa llamó a Denisse Vega, la que estaba asomada en el local donde se vacunaban las personas, y esto fue lo que sucedió.
“Yo no estaba ahí. No sé cómo me viste, porque yo no estaba ahí”, dijo.
“¿Y la enfermera, con uniforme de Cordón de Vida y Vidatec, empresas de su propiedad?”
“No sé. Tendría que ver la foto para darte más información”, respondió.
“Yo la vi ahí”, insistí. “¿Usted no tiene puesto un vestido amarillo?”.
“Sí”.
“Yo la vi asomarse cinco veces en el local donde estaban vacunando clandestinamente”.
“¿A qué hora fue eso?”
“Usted salió a la 1:40 p.m. de ahí en una camioneta Chevrolet”.
“Pero eso no quiere decir que yo tuve algo que ver”, respondió.
“Pero me acaba de decir que usted no estaba ahí”.
“Sí, pero yo fui porque había un tema con el edificio. Yo soy la dueña del edificio y ahí hay varias propiedades”.
“Yo la vi asomada en el local al que yo subí. El mismo donde se dio la vacunación”.
“¿Y eso significa que yo tengo algo que ver con esa jornada de vacunación?”, preguntó.
Vega me pidió mandarle a su Whatsapp las fotos que se tomaron. Las recibió, y no emitió más comentarios.
Al ver las fotos del edificio, de las personas que vacunaban y de la mesa en la que se ven claramente las jeringas, las tarjetas de vacunación y el maletín donde estaban los frascos con la vacuna Pfizer, Israel Cedeño, director de la Región Metropolitana de Salud, se mostró sorprendido, dijo que no hay ningún puesto de vacunación en esa área y que esos señores no son funcionarios del Minsa. “Vamos a abrir un expediente para investigar eso”, informó.
“¿Pero entonces cómo tenían las tarjetas de vacunación y las vacunas?”, pregunté. “El Minsa es el custodio de las vacunas”, recordé.
“Eso es lo que hay que investigar”, respondió. “Para ver si se robaron unos frasquitos o son falsificadas y están poniéndole a la gente agua con azúcar”.