Calle 50 es un caldero. Es casi el mediodía y el asfalto hierve. Al igual que los motores de los autos en el interminable semáforo. A los costados, la gente improvisa por dónde caminar ante la falta de aceras o la obstrucción de las mismas. Es un caos de cemento y modernidad arquitectónica que agobia, que parece no dar tregua. Hasta que aparece un bálsamo.
En el corazón de la avenida, una de las más importantes en el mundo financiero y comercial panameño, hay un pequeño parque de una cuadra que funciona como salvavidas en medio del naufragio. Se trata del Harry Strunz, nombrado en honor al médico de origen alemán que dedicó parte de su vida a salvar personas en el hospital Santo Tomás.
El parque es modesto. En su parte frontal, la que da hacia calle 50, tiene una cancha pequeña de grama sintética para fútbol, una cancha de tenis y un cuadro de baloncesto. Su lado posterior, que da hacia la avenida Ricardo Arango, cuenta con varias bancas de madera, unas máquinas de ejercicio y algunos juegos para niños. Hay varios árboles que dan sombra y refrescan el descanso allí.
Contrastes de sonido. Suena el trino de un pájaro que canta melodías suaves y dulces. De repente aparece el ruido de una martilladora eléctrica que no cesa. Suenan las bocinas de los autos que ocultan el agua que corre por una quebrada apestosa que pasa por el parque y que posiblemente alimenta al inmundo río Matasnillo.
El parque está casi vacío, salvo por un hombre que duerme sin zapatos en una de las bancas más alejadas del parque. Se acerca la hora del almuerzo y comienzan a llegar personas. Casi todos obreros de construcciones cercanas. Sacan sus envases plásticos y comen sin pudor. Conversan, leen el periódico, algunos toman una corta siesta. Otros, también obreros, sudan un poco antes de comer. Uno de ellos se quita el guante y lo utilizan como si fuese una pelota para encestarla en los aros de baloncesto.
Hay pocas personas con ropa de oficina que se sientan a comer, si acaso. El resto de las personas en saco y camisa caminan de largo y entran a los restaurantes que están detrás del parque.
Nancy Pretto es una de las que trabaja en una oficina de aquellos edificios altos de alrededor y que prefiere almorzar en el parque antes que en cualquier otro lado. “Me gusta porque se puede respirar, ver a las personas interactuar, leer, escribir”, dice.
Le gusta también por el arte de los grafiti en la pared de la parte de atrás. La mayoría son sobre mujeres, pero también hay animales y paisajes.
Una de las particularidades del parque es que en todos sus árboles cuelgan unos pequeños letreros coloridos y con letras que parecieran ser de niño con mensajes sobre el medio ambiente: “sin mí hace más calor”, “salvemos a los árboles”, y otros. Como un intento de destacar la importancia de lo verde en la ciudad, aun cuando sea apenas una cuadra en medio de unas decenas de kilómetros a la redonda que se desbordan en cemento.
Estacionamientos y uso del área
Hace dos años el parque fue el centro de una polémica luego de que se conociera la intención de construir un estacionamiento subterráneo allí. La comunidad se unió y detuvo el proyecto, otorgado en la administración anterior y que incluía una concesión por 20 años.
A unos metros del Harry Strunz, en la calle 59 este, que conecta calle 50 y vía Israel, está un pequeño parque por el que pasa el Matasnillo, y que es utilizado como área de almuerzo por quienes trabajan alrededor.