De la hilera de casas de madera ya no queda nada. Donde antes paseaban gallinas entre la ropa tendida, ahora hay torres de cemento de 25, 30 pisos. Donde antes los chiquillos chapoteaban entre el barro en sus portales ahora hay piscinas y áreas sociales. Donde antes estaba Loma La Pava, un caserío de precaristas, hoy está Edison Park, un suburbio detrás de un edificio gubernamental.
Era un lugar lleno de historias que se organizó a mediados del siglo pasado, cuando la gente que migraba desde el interior se tomó los terrenos de una colina pedregosa y llena de maleza muy cerca del centro para establecer su hogar. Vivieron allí por algunas décadas, en medio de una ciudad que se transformaba e intentaba cambiar su rostro para atraer inversiones extranjeras.
Poco a poco la comunidad empezó a padecer conflictos sociales apadrinados entre sus zaguanes y su oscuridad. Varios años después, en la década de 1970, el gobierno militar de Omar Torrijos decidió desalojar la comunidad y reubicar a sus habitantes hacia San Miguelito y las afueras de la ciudad. Con los años, la colina se fue limpiando hasta que quedó pronta para ser licitada y desarrollada, hasta que en los 90 comenzó a cimentarse Plaza Edison y todo lo que ello conllevaba.
Desde el piso 26 de una de las torres que se alzan sobre la colina, el barrio se ve moderno y sofisticado. Se aprecian carros de lujo estacionados por doquier, recepciones majestuosas de los demás edificios, piscinas, áreas sociales, una escuela de habla inglesa exclusiva. Ya no quedan vestigios del fogón en el patio, la gallina que huía, del cinc que servía de techo para la mayoría de la comunidad. Lo único que se mantiene es que sigue siendo un lugar para que la gente viva.
Gabriel Martínez, banquero, vive en una de esas torres desde hace varios años. “Había escuchado el nombre de Loma La Pava, pero no sabía que era aquí hasta que me mudé y mi papá me contó. Él conocía el lugar porque aquí quedaba la parada de bus en la que siempre se bajaba”, dice.
No conoce mucho más, ni que eran precaristas ni que fueron desalojados. “Hay un señor que viene de vez en cuando a la casa a ayudarme con cualquier problema de plomería o electricidad. Él es la única persona que conozco que aún se refiere a este lugar como Loma La Pava”, añade Martínez.
Sobre esta comunidad hay poco material. En La ciudad de los pobres, el sociólogo Raúl Leis cuenta un poco sobre la historia de este barrio en una de las colinas de la ciudad. La reseña más importante de Loma La Pava, sin embargo, está en la literatura panameña: Loma ardiente y vestida de sol (1977), de Rafael Pernett y Morales, un libro que sirve de mosaico para entender la dinámica de cómo era la vida en la loma.
Cuenta cómo Fabiola tenía su pelo color café con bastante leche que contrastaba con su piel color leche con diez gotas de café; cómo uno caminaba entre hileras de casas brujas que parecían un cinturón de fuego y que golpeaban la vista con su miseria estampada en el rostro; o que la noche que acuchillaron a Petra, en la loma, el cielo era negro y de él colgaban treinta y seis estrellas.
¿Cuántas estrellas colgarán del cielo nocturno que cubre ahora a Edison Park?


