A lo que hoy es el territorio de la República de Panamá, ya desde fecha tan temprana como lo fue el año de 1527, comenzaron a llegar exploradores enviados por países tan disímiles como lo son España, Francia, Escocia, Estados Unidos, amén de científicos alemanes tales como el Barón de Humboldt o aventureros, especuladores o piratas, todos ellos atraídos por la posición y todo lo que sobre este precioso e invaluable territorio sus ávidas o inquietas mentes les señalaban.
Y más tarde y ya anexada por propia voluntad Panamá a Colombia -detalle del que nunca nadie se puede olvidar- llovieron los tratados, compromisos y demás, todos con el fin de tratar de obtener la seguridad que determinado país llámese ahora Estados Unidos, Inglaterra o Francia, fuesen los encargados de llevar a cabo tan complejos, pero altamente productivos proyectos bajo todo punto de vista.
Y hubo una ocasión por allá y a partir de 1835 cuando a un tal "barón" inglés de nombre Charles de Thierry, a un norteamericano (en 1836) de nombre Charles Biddle y a otros señores de diferentes nacionalidades y que respondían a los nombres de Agustín Salomón o Sylvain Joly de Sabla se les conceden por medio de gobernantes colombianos tales como Francisco de Paula Santander o el mismo Congreso de ese país, derecho para construir carreteras, ferrocarriles o canales (menos mal que aún no había aviación, si no se le concede también a unos u otros esas acariciadas ventajas). Ya nos podemos imaginar los líos que provocó tan grande generosidad. Y luego vinieron los tratados con diversidad de apellidos tales como ingleses, estadounidenses y otra vez colombianos y que se tuvieron que firmar.
El resto es más que conocido. Faltaban aún más tratados hasta llegar a los actuales.
Lo cual prueba que nuestra original historia se repite y se repite hasta el cansancio y hasta la época actual. Todo está lleno de contratos, que si el contrato tal, que si los beneficios tales, que si las cláusulas difíciles de interpretar, que si esto, que si aquello. En fin que todo siempre termina en una eterna confusión.
A ver si ahora somos capaces todos de ir caminando en el mismo sentido, y que no puede ser otro que el que pronto nos conduzca a una Panamá realmente democrática, y cuyos enormes tesoros y beneficios sean repartidos a partes iguales entre absolutamente todos los ciudadanos.
Todo lo anterior, les da a ustedes el derecho a pensar ¿será arteriosclerosis cerebral, ingenuidad, bobería o quién sabe qué estará ingiriendo este viejo discontinuado ciudadano que le producen estos sueños que ojalá algún día se puedan realizar?