Antonio José Guzmán (1971) es un fotógrafo y artista visual panameño radicado desde hace 20 años en Ámsterdam. Cineasta, catedrático de bellas artes y diseñador de comunicaciones, ha trabajado y expuesto en Senegal, India, el Gran Cañón, el Círculo Polar de Noruega, Cuba y Panamá.
Su obra, que recoge el legado de sus raíces y multiculturalidad, se ha mostrado en The Museum of Contemporary Art MHKA, (Bélgica); Gallery Image Arhus (Dinamarca); Knipsu Art Space (Noruega); Moretti and Moretti (Francia); en Rush Art Galleries (Estados Unidos) y en el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá. Ha participado, además, en las bienales de Centroamérica, La Habana (Cuba), Dakar (Senegal) y Sharjah (Emiratos Árabes Unidos).
Guzmán creció en Panamá y a los 23 años se mudó a Costa Rica. Vivió en Londres y Barcelona antes de radicarse en Ámsterdam. “En la década de 1990, este era el paraíso en las artes, la cultura y la música electrónica; todo era extravagante, multicultural, rápido, las ropas, los colores, la música...”.
Trabajaba como fotógrafo o asistente de fotógrafos y estudió Bellas Artes en la Gerrit Rietveld Academie.
Los recuerdos de Panamá evocan en él la nostalgia. “Extraño Aguadulce, mi pueblo en los veranos, a mi compadre Toño Sanjur y los viajes con él a Isla Grande y Taboga. A mi familia, ir en bici al Causeway con mi viejo y mi hermano. A mi abuelo Antonio, mi abuela Susana y mi vieja. Ese Panamá no existe ni regresará. Mi trabajo lleva esa nostalgia, ese es el ADN de mi trabajo como artista, la melancolía por un pasado y por un mejor futuro donde todos vivamos en paz unos con otros”.
Pero también recuerda que a principios de la década de 1990, vestirse como jipi y lucir dreadlocks le causaba problemas con la policía. “Éramos como alienígenas para la sociedad panameña”.
Guzmán era fotógrafo en una publicitaria, pero la vida fuera del entorno familiar, el trabajo y en Greenpeace, era difícil, cuenta. “Al viajar por Centroamérica y Europa, en 1992 y 1993, me di cuenta de que formaba parte de un mundo más grande y decidí dejar Panamá. Yo diría que mi estilo de vida me empujó a ser artista y trabajar en investigaciones sobre utopías, segregación, ADN y proyectos panafricanos. Mis raíces siempre han sido claras y las he buscado, como con el proyecto de Mi ADN Ancestral, en donde soy parte de la National Geographic en la búsqueda de las raíces del ADN latinoamericano”.
Hoy, el artista se mantiene ocupado con su hijo, Loek, quien es parte de su proceso creativo. Ha dado cátedra de artes audiovisuales en la Artez Universidad de las Artes de Arnhem de los Países Bajos, y fue curador para Latinoamérica para Bozar Centro de Bellas Artes de Bruselas, Bélgica.
ESTÉTICA CON RAÍCES SÓLIDAS
En la Bienal 2015 en La Habana, el artista panameño radicado en Ámsterdam, Antonio Guzmán, presentó el proyecto “El órgano oriental”. Este es un instrumento musical cuyas partituras que recuerdan las antiguas tarjetas perforadas de computadoras parecen secuencias de ADN. El órgano “lee” las perforaciones en el cartón y emite los sonidos acorde a estas. Para su instalación, Guzmán imprimió una composición de su propio ADN con Leon Perlee, de la firma Perlee, una de las más antiguas de órganos mecánicos en Holanda.
¿Qué has estado haciendo recientemente?
He estado muy ocupado siendo padre, eso es lo primero. De allí, metido en el arte. El proyecto de “El órgano oriental” me llevó a Limón, Costa Rica, invitado por FundArte Panamá, con Ana Berta Carrizo de productora, cocuraduría de Gladys Turner y la curaduría de Tamara Dias Bringas, subvencionado por la fundación Mondriaan de los Países Bajos.
Además de imprimir mi secuencia de ADN para el órgano oriental, sacamos la partitura con el músico chileno-holandés Alejandro Matamala, para tocar con la marimba Espíritu tico en Limón, y en el piano, con Heriberto Pinzón, en el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá (MAC), el pasado enero.
En el MAC presentamos el proyecto “ADN Soundsistema”, en el cual se usó la mezcla grabada de las composiciones de ADN con un robot. El proyecto fue diseñado con la Universidad Tecnológica. Fue increíble estar en Panamá con el espacio Muta.
También he trabajando con la serbo-holandesa Iva Jankovic y con Sufiyan Khatri, en Gujarat, India, en una nueva serie llamada “Monocromático”, donde plasmo mi secuencia genética en textiles. Las primeras presentaciones serán en Nieuw Dakota Amsterdam, en octubre. Los textiles serán usados para un desfile con banda musical en la Bienal de La Habana, en 2018, donde serán parte del programa Detrás del Muro, invitados por Juanito Delgado, y curado por la cubana Lloliet Marero.
¿Qué piensas de la influencia de la tecnología en el arte?
Es el ojo el que hace al artista, no la tecnología. Esta solo ayuda a comunicar tu trabajo y a la velocidad de producción.
Ahora cualquiera puede hacer cosas, pero ¿y la calidad? ¿el valor social? La percepción del arte se ha adulterado por la cultura hispterista de nihilismo e intropercepción que se resume en Instagram. Las redes sociales cambiaron todo. Ahora todos son artistas y curadores.
¿Qué emociones te generan las recientes manifestaciones de racismo y en contra de los inmigrantes en el mundo?
En esta era global ¿cómo se puede ser racista, si lo que escuchas, comes, lees, vives, vistes, ves, todo es una mezcla de culturas?
Los conceptos de segregación occidental del pasado viven aún en Europa, en Latinoamérica, en África y en el mundo árabe. La situación que vivimos en bastante clasista y económica. Todos nuestros ADN son similares, está probado científicamente. Como personas no hemos crecido ni queremos aceptar nuestro rol en el universo.
La polarización adonde estamos siendo llevados es asquerosa y peligrosa.
Europa ha segregado áreas urbanas, igual que hacemos en Latinoamérica; los jóvenes musulmanes, al ver que no tienen nada, se han radicalizado. No hay oportunidades y la crisis ha dado fuerte también en las poblaciones indígenas y negras en las Américas. Tomamos lo peor y lo hicimos parte de nuestra identidad; corrupción y segregación por todas partes.
Panamá vivió una ideología muy fuerte de “no ser negros o indígenas”; esto nos quitó identidad y nos transformó en la complicada nación que somos.
Cuando uno decide ser afrodescendiente, quiere decir que vas a hablar negro, sentir negro, saber quiénes son Marcus Garvey, Lumumba, Bayano, Fanon, Malcom X, Martin Luther King o Abdias do Nascimento; sentirte mal por las condiciones de los afrodescendientes en otros países; ser parte del Black Lives Matter y sentirte mal cada vez que un barco lleno de hermanos africanos se hunde. Hay empatía en mucha gente, pero la diáspora africana es una nación muy grande que te une a un mundo.
A los museos les da miedo ser parte del panafricanismo, son las redes sociales las que llevan a artistas con cientos de seguidores y likes a ser parte de galerías o museos. Las galerías en Panamá no representan a artistas afrodescendientes. En Europa hay pocos afroeuropeos representados.
El arte puede ayudar a curar heridas y a crear conexiones entre comunidades. No solo es hacer trabajos bonitos, algo comestible o coleccionable, se equivocaron y es inmoral. Los artistas que no exploran todo el poder que tienen, están perdiendo una gran oportunidad de transformación personal y social.