Fue la primera en escalar con su virtuosismo entre un mundo sonoro dominado por los hombres.
Carmen Cedeño Chanis, a quien nadie le niega el título de panameña pionera en el violín, habría nacido con el talento de tocar con notable maestría el instrumento de cuatro cuerdas.
Desde los siete años sostenía la caja de resonancia apoyándola entre su hombro y barbilla, con la guía de su padre y primer mentor, José de la Rosa Cedeño, un ejecutante de música folclórica, quien procuró inculcar sus dotes artísticas entre sus hijos. Pero fue Carmen la que pudo llegar más lejos.
El propio maestro istmeño Roque Cordero, músico y compositor por excelencia, la fichó por su dominio extraordinario y la recomendó al Conservatorio Nacional de Música de la Universidad de Chile, donde se internó becada en 1961, hasta obtener el título de licenciada en interpretación superior con mención en violín.
La misma universidad donde se codeó con maestros intérpretes como el español Enrique Iniesta y el nacional Alberto Dourthé- le otorgó el premio Orrego Carvallo en el aparte de violín, su distinción nobelísima para alumnos destacados.
“Regresó convertida en la máxima autoridad violinística del país”, argulle Efraín Cruz, primer estudiante y posteriormente colega de Cedeño Chanis, de quien reafirma su excepcionalidad como intérprete del violín.
La considera una maestra de maestras y atribuye que las siguientes generaciones de violinistas fueron posibles gracias a sus grandes enseñanzas.
Además de docente, ocupó la subdirección de la Orquesta de Cámara de la Universidad de Panamá (UP).
Después de su regreso de Chile siguió una especialidad en Italia, en la afamada academia Chigiana de Siena, dirigida por el maestro Riccardo Bréngola. Volvió a Panamá y ocupó el cargo de concertino, atril principal en violín para solistas dentro de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Cedeño Chanis conquistó esferas impensables -hasta ese momento- fuera del país. Por ejemplo, en 1971 representó a Panamá en la Orquesta Sinfónica Mundial, con giras en Nueva York, Orlando y Washington, Estados Unidos.
Sin duda fue “la primera música panameña en lograr esta posición”, no se cansa de reafirmar Cruz, actual profesor de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Panamá.
Es que tenía un don: “Era intérprete de los caprichos de Niccoló Paganini”, un difícil repertorio magistral del compositor italiano, que traduciéndolo al lenguaje coloquial vendría siendo “la tapa del coco entre los violinistas”, compara con humor el docente Cruz.
“¡Quien toca eso, toca lo que sea!”, agrega del alto nivel que podía alcanzar la primera dama del violín, dedicada a sus prácticas, incluso los sábados, cuando el resto de los músicos solía tomarse un descanso.
“Le gustaba prepararse muy bien, estudiaba a fondo las partituras que eran de su responsabilidad, sin importar el rol que ocuparía en la cámara, ya sea como solista, concertino o cualquier otro”, atestigua Cruz.
En 1985, Cedeño Chanis volvió a escalar, llegó a ocupar una silla en la Filarmónica Mundial en Estocolmo, Suecia. Y su vida se transformó en un ir y venir de festivales, como la vez que asistió al Centroamericano de Música de Cámara en Nicaragua o el de La Habana, Cuba.
No se quedó con todo el triunfo para ella. En 2010 se fue de gira con los integrantes de la Orquesta de Cámara a varias ciudades de Estados Unidos.
Entre sus méritos finales aparece su férreo activismo en la creación de la carrera de violín, ausente en ese entonces del pénsum académico del citado campus público, cuya cátedra se sigue impartiendo ahora, en el edificio 800 de Albrook, donde funge el Instituto Superior Nacional de Música del INAC, contiguo a la pista de aterrizaje aérea del lugar.
Desde allí convirtió a su alumna estrella, Ariadna Núñez, en la segunda panameña en entrar a la Orquesta Sinfónica Mundial.
“Tenía una personalidad sensible y reservada. Buscaba la perfección en el arte, no como un fin en sí misma, sino como una herramienta de superación personal”, describe a su madre Salvador Alza, el segundo de tres hijos. Ninguno de los cuales se dedicó a la profesión de arrancar melodías a las cuerdas.
Alza admira cómo su madre manejó su vida, repartiéndose con los roles de hija, esposa, profesora y ejecutante. “Tenía tiempo para todo y para todos, a pesar de sus múltiples actividades y ocupaciones”, indica.
Antes de fallecer (el pasado 11 de noviembre, a los 75 años, con un cuadro de derrame cerebral), ya jubilada y retirada de la profesión que tantos elogios le dio, pudo ver a los primeros cinco alumnos que lanzaron sus birretes al aire al obtener sus títulos como violinistas licenciados por la Universidad de Panamá.
Esa pudo ser su mayor satisfacción y su mejor legado. “Ella sabía que las cosas, por buenas y difíciles que fueran, siempre podían hacerse mejor”, concluye su hijo.
Durante la jornada de la versión 12 del Festival de Música Alfredo de Saint Malo, los conciertos y actividades están enmarcados como un homenaje a la desaparecida docente violinista. El festival, organizado por la Fundación Sinfonía Concertante de Panamá, se divide en dos secciones, la de espectáculo musical y la de formación académica. Vea el programa de presentaciones artísticas en el recuadro, que se extiende hasta el próximo 10 de junio con un concierto de clausura.