Comer es, según dicen, uno de los placeres de la vida. No obstante, muchas personas se llevan la comida a la boca no solo para satisfacer el apetito sino por otras razones.
Las personas pueden comer sin apetito por factores ambientales, al ver la comida o solo hablar de ella. A los seres humanos les cuesta mucho conectarse con las señales internas de hambre y comer solo por necesidad física, apunta María Teresa Alemán, psicóloga especialista en desórdenes alimenticios y obesidad.
A veces comen por desencadenantes emocionales, sin tener hambre física, y en ocasiones tienden a confundir otros síntomas físicos (fatiga, sed o baja energía) por apetito.
“Es muy común que comamos sin hambre y esto sucede porque estamos desconectados de las sensaciones físicas de nuestro cuerpo, en especial de nuestro estómago”, comparte María Eugenia de Martín, psicóloga clínica e instructora de Mindful Eating.
Las personas están condicionadas a la cultura y a las normas tradicionales que existen en sus casas sobre la alimentación. Pueden creer que tienen que comer a ciertas horas y como “si tuviésemos un piloto automático, nos sentamos a comer sin ni siquiera preguntarnos si tenemos hambre o no, o si estamos aún llenos de la comida anterior”, expone de Martín.
En efecto, mucha gente aprendió a comer por costumbre, independiente del hambre, y así se ha mantenido, reitera Ricardo Turner, psicólogo de la clínica de la Universidad de Panamá.
Todo esto provoca que se coma de más. En cambio, cuando una persona es verdaderamente consciente de las sensaciones de hambre y satisfacción, tiende a disfrutar más la comida y a no comer en exceso.
¿Qué hacer frente a este panorama? Los consultados responden la interrogante.
VEA El hambre con base en las emociones