En Rusia, en la escuela, la Revolución de 1917 se enseña con una neutralidad buscada por el Kremlin para “unir la nación”.
“Los manuales actuales cuentan la Revolución de 1917 de manera intencionalmente neutra, para que los acontecimientos de hace 100 años no amenacen la nueva armonía nacional”, explica Leonid Katsva, profesor de historia de 59 años.
En los manuales actuales se le pregunta al alumno lo que le gusta o no de los bolcheviques, debe analizar una obra soviética sobre la Revolución y discernir entre lo verdadero y lo falso, o escribir un relato poniéndose sucesivamente en el lugar de un “rojo” y de un “blanco”.
El manual de la editora Drofa cita las opiniones de historiadores occidentales y propone preguntas “para los que quieren ir más lejos”. Este mismo libro destaca “el alcance internacional” de la Revolución de 1917, así como subraya el fracaso del modelo social que instaló.
Desde 2013, los manuales “son más equilibrados que los de antes: no se denosta el pasado soviético ni se lo glorifica”, dice el profesor de historia Enver Abdulaev.
En los libros de historia de la época soviética, Lenin era presentado como un héroe eterno. Para los niños escolarizados en los años 1990, el líder de los comunistas se convirtió en un criminal responsable del “terror sangriento” de los bolcheviques.
A finales de los años 1980, la Revolución de Octubre fue considerada por numerosos historiadores como un sangriento golpe de Estado. Frente a estos cambios ideológicos fue difícil hallar un material pedagógico coherente, y en 1988 el examen de fin de curso de historia fue suprimido. Vladimir Putin tomó las cosas en mano, cuando llegó al Kremlin en 2000, con la clara voluntad de usar la historia como un instrumento que permite dar al país su orgullo.
“Los manuales modernos exponen los hechos sin juicio”, asegura Abdulaev, quien estima que es difícil querer imponer una visión maniquea: “los alumnos no toman más las palabras del profesor: con internet viven en un mundo polifónico”.