Sandra Eleta, una conexión con la vida

Sandra Eleta, una conexión con la vida


Cuando las estrellas se ponen en fila, el resto de los procesos para la construcción de un sueño salen con fluidez. Esa mágica teoría podría aplicarse en el caso de Sandra Eleta, quien hace dos años, durante un fin de semana en la comunidad de Portobelo, en la provincia de Colón, conversaba con sus amigas Mónica Kupfer, Paula Kupfer y Rose Marie Cromwell, sobre la idea de escribir un libro sobre la vida y obra de esta fotógrafa panameña.

Unos meses más tarde, aquella ilusión pasó a ser un hecho, cuando Johnny Roux y Carolina Hausmann, de la Fundación Casa Santa Ana, se acercaron a Eleta para hablarle de un proyecto. “Querían rescatar mi vida y mi obra para compartirla con Panamá y el mundo”, recuerda sobre los orígenes de Sandra Eleta: El entorno invisible.

“Cuando apareció Casa Santa Ana todo se fue concretando con armonía. Fueron pasando las cosas una detrás de la otra con puras señales de que no había mejor forma de hacer este libro que de la mano de ellos y el magnífico equipo que crearon”, anota Eleta.

“Se fue sumando gente maravillosa como Fred Ritchin, el decano de la escuela del International Center of Photography en Nueva York, quien en los años 1980 me invitó a participar en la primera exposición de fotografía latinoamericana en Nueva York y escribió el prólogo del libro. También mi querida amiga Graciela Iturbide y la Editorial RM, con la que tuvimos el privilegio de lanzar el libro en Paris Photo”, rememora.

Presentar un título en la feria internacional París Photo (Francia), es la consagración de cualquier fotógrafo. “Con muchos libros, con las mejores editoriales fotográficas del mundo entero, es una vitrina inigualable. El libro fue una coedición de Casa Santa Ana con editorial RM, que es una de las mejores casas editorales especializada en libros de arte”.

El cristal

¿Por qué recomendaría leer su libro?

Para los que les interesa la fotografía podría decir: ‘este es un libro de una fotógrafa más’, para los que quieran saber sobre el proceso de lo que me llevó ser una fotógrafa podrían darse cuenta de la importancia de tener un sueño y de ser fiel a sí mismos para llegar a descubrir su visión personal y su verdadera identidad en el mundo. Como dicen, todo depende del cristal con que se mire.

¿Qué la impulsó a ser fotógrafa?

Siempre me gustó el arte en todas sus manifestaciones. En la universidad estudié historia del arte y más tarde me dediqué a la pintura cuando viví en Madrid. Al irme a vivir a Nueva York, y sentir el ritmo de la ciudad con su envolvente energía, sentí al mismo tiempo una necesidad de conexión con esa nueva vida y elegí la fotografía como medio de expresión. Para mí la fotografía es conexión. Me acuerdo que al principio Ken Hyman, un profesor de fotografía, me dijo al ver mi portafolio: ‘pero Sandra, eres una verdadera cazafantasmas’, solo había en él sombras escurridizas en los callejones sin ninguna presencia humana. Le dije: ‘¿sabe por qué estoy aquí? Enséñeme a conectarme con la vida, rescáteme de mi soledad’. Y eso es lo que la fotografía es para mí, una conexión con la vida.

¿Qué cámara maneja?

Yo usaba una Nikon para los reportajes y más tarde para los audiovisuales, pero fue la Hasselblad que me regaló mi padre estando en Portobelo la que me dio mi visión como fotógrafa.

El cine ha influenciado en su labor como fotógrafa.

Un día hablando con José Quintero, gran director de teatro panameño que vivía en Nueva York, me preguntó: ‘cuales son tus películas favoritas?’. Le dije: ‘Depende. Pasé por la fiebre de Ingmar Bergman’ y me dijo: ‘sabes que el director de fotografía Gunnar Fischer era como una extensión de su ojo y de su mente? Es muy difícil encontrar esa conexión’. ‘Y qué de Bertolucci?’, le pregunté. ‘Es Vittorio Storaro’. Entonces pensé en la fotografía de estos dos cineastas que me gustaban cuando coincidían con la visión del director, se disolvían en una sola energía.

¿Cuánto de intuición hay en el oficio fotográfico?

Aunque hay imágenes que se ven deliberadas, es siempre una intuición la que me lleva a ellas. Muchas veces son accidentales, como la del pulpero. Yo lo vi venir por los arrecifes en un mediodía en la playa con una luminosidad excesiva en su piel oscura, lo que implicaba en ese entonces que había que hacer magia en el cuarto oscuro. No había posibilidades, como ahora con la fotografía digital, de mentir. Así todo, me aventuré. La imagen era tan seductora que a pesar de considerarla difícil abrí todo el lente y clic, sin esperar mucho de ella. Recé por un milagro que me fue concedido, por obra y gracia de Carlos Montúfar en el cuarto oscuro la salvó. Así eran las cosas antes, se rezaba.

Portobelo

En su libro, Sandra Eleta cuenta cómo conoció a su querido Portobelo, de la mano de su papá: “Por varias horas anduvimos por ese camino hasta que, finalmente, se abrió un espacio y a lo lejos se vio el turquesa Caribe lleno de misteriosas historias que esta niña intentaría descifrar más tarde y que cambiarían su vida para siempre”.

Desde entonces, Portobelo ha sido su refugio y su motivo de inspiración. Ella, como tantos otros gestores, están contentos porque el pasado 29 de noviembre, el Comité de salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, reunido en Mauricio, inscribió en la Lista representativa del Patrimonio Cultural de la Humanidad a las expresiones rituales y festivas de la cultura congo, que ocurre casi fundalmente en Colón, y principalmente en Portobelo.

¿Cuando fue la primera vez que visitó Portobelo?

Fui por primera vez a los 8 años, mi padre me llevó a conocer a su héroe Dorcy, como él le llamaba. Le salvó la vida a mi abuelo en lo alto de una montaña en Portobelo. Con una grave herida se lo llevó remando a Colón. Luego Dorcy le dejó la casita donde vivía a mi padre. Más tarde, cuando regresé al pueblo buscando la casa me dijeron que estaba cerrada y que nadie la quería porque le temían al espíritu de Dorcy y así fue como entré en ella para asombro de todos mis vecinos.

¿Qué encontró en Portobelo que la ha cautivado?

Es difícil decirlo, al principio era una completa extraña para ellos y en cierta medida ellos para mí, no fue fácil. Mi vecina Chila y sus hijos fueron mi primera familia, un puente a mi nueva realidad. Luego cuando los fui conociendo, la magia de su cultura, de su descendencia cimarrona que desafió grandes obstáculos con su carácter desafiante ante cualquier interferencia externa me acabó de cautivar. Un mundo y una realidad aparte de la que había conocido.

¿La realidad de los afrodescendientes ha sido marginada del discurso oficial?

Me acuerdo que en los años 1970 el grupo Portobelo fue uno de los primeros en llevar a los congos al Teatro Nacional y luego al Museo de Arte Contemporáneo como parte de mi primera exposición. Estos dos eventos no eran usuales en ese entonces; la cultura afrodescendiente estuvo y está marginada de la cultura oficial de este país.

¿El panameño promedio ve como un ser invisible a Portobelo, su gente y sus manifestaciones artísticas?

Sí, definitivamente en ese entonces cuando decidí vivir ahí solo mi padre me visitaba. Ningún otro familiar. No fue así con mis amigos artistas. Así fue formándose el grupo Portobelo con el que hicimos muchos proyectos con diferentes disciplinas creativas. Más tarde, a partir del año 1998 con los Festivales de Congos y de Diablos poco a poco fue cambiando esa realidad hasta lograr un éxito masivo de público.

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