De vuelta en su terruño, tras el reconocimiento que le hiciera la National Geographic Society como “Agente de cambio mundial” a finales del mes pasado, en Washing- ton, D.C., el biólogo Ricardo Moreno siente que la experiencia ha sido un sueño hecho realidad. “Esto es de todos los panameños que amamos lo que hacemos”.
En Panamá, la pérdida de bosques, la disminución de las presas naturales del jaguar debido a la cacería de subsistencia e ilegal, un mercado negro emergente para obtener partes de jaguar para su uso en la medicina tradicional asiática y el conflicto con los humanos, sobre todo con los ganaderos, son las principales amenazas que han puesto a este felino en peligro de extinción.
Moreno, que se siente “con mucho ánimo” para seguir con los estudios e iniciativas a favor de la conservación del jaguar, brinda detalles sobre el libro II. Conflictos entre felinos y humanos en América Latina (Castaño-Uribe, C., C. A. Lasso, R. Hoogesteijn, A. Díaz-Pulido y E. Payán (editores), del cual es coautor en el capítulo de Panamá.
Junto a sus colegas —Samuel Valdés, Adolfo Artavia, Natalia Young, Josué Ortega, Elliot Brown, Edgar Sánchez y Ninon Meyer— describe la situación de los jaguares en Panamá, la incidencia de la ganadería y expone algunas alternativas que se han probado en el país para mejorar la convivencia entre humanos y jaguares.
Para 1848, el jaguar ya era “problemático” para el ganado y para el hombre (Heckadon-Moreno 2004). A inicios del siglo XX, este felino empezó a ser presionado por la cacería y por los ganaderos de la zona central de Panamá-Chepo y la ciudad de Panamá- (Goldman 1920), narra el texto. Para 1999 se comenzó a prestar atención al conflicto. Y aunque no hay un censo nacional del jaguar, los estudios con cámaras trampa realizados en más de 15 sitios llevan a concluir que la población de jaguares está en deterioro. Se ha estimado que al menos 293 jaguares fueron matados entre 1989 y 2016.
Muchos ganaderos adquieren un seguro para las reses, pero el ataque de felinos no es considerado como un evento sujeto a cobertura. Por eso, el productor asocia al jaguar con pérdidas económicas.
Moreno y sus colegas reconocen que el manejo de estos conflictos es complicado y que no solo se debe enfocar en la protección de la biodiversidad, sino también en las implicaciones sociales para los habitantes locales.
Los científicos proponen trabajar con el gobierno, los ganaderos y las comunidades, para implementar estrategias de conservación, como las charlas y talleres. Desde 2014, se están realizando talleres sobre el conflicto entre grandes felinos y humanos en más de 10 áreas protegidas de Panamá y zonas de amortiguamiento.
El texto también presenta algunos casos exitosos de ganaderos panameños que lograron mitigar la depredación de su ganado y mejoraron la coexistencia con los jaguares a través de alternativas fáciles, rápidas, de bajo costo y prácticas.
Por ejemplo, trasladar a los animales más vulnerables a un corral al lado de la casa principal; el uso de búfalos para proteger al ganado; cámaras trampa y el ecoturismo, en el que miembros de la comunidad sacan fotos y hacen moldes de yeso de las huellas de jaguar para venderlas a turistas y así compensar las pérdidas que puedan tener por depredación.