En 1974, el señor Alejandro Sánchez encontró un nido de águila harpía en un árbol ubicado en el bosque del Chagres, en el lado este del Canal de Panamá. Más de 40 años han pasado y en el mismo árbol aún siguen naciendo pichones.
Allí, Karla Aparicio ha visto unos cuatro desde 1996, incluyendo uno al que llama Otto, porque piensa que nació unos pocos días antes de la tormenta tropical homónima que afectó a Panamá en noviembre de 2016.
Aparicio es bióloga y viene estudiado las águilas harpías desde hace 22 años. Es autora de la publicación Pistas para encontrar el águila harpía en Panamá, y actualmente preside la Fundación Naturaleza y Ciencia 507, una oenegé que vela por la conservación, incluyendo esta especie, que es el ave nacional de Panamá.
Su trayectoria abarca largas horas de caminatas por el bosque. Ha trabajado por 20 años con un escalador y “aliados” como el Sr. Sánchez. Ella misma ha tenido que trepar árboles para estudiar los nidos de las harpías, una tarea que no es muy fácil ya que las águilas construyen sus nidos en árboles de más de 30 m de altura, como cuipo, ceiba y frijolillo (recientemente encontró uno en un almendro), que necesitan más de 50 años para tomar la altura y estructura apropiada para que el águila harpía pueda construir sus nidos, que miden cerca de 2 m de ancho x 2 m de largo.
En estos momentos, Aparicio colabora en el proyecto ECOTUR-AP del Ministerio de Ambiente, el cual busca incluir la conservación de la biodiversidad —en su caso, del águila harpía— mediante el ecoturismo de bajo impacto en áreas protegidas.
“Estamos actualizando la información biológica ya que la última data de 2002, cuando hice mi tesis de maestría”, explica Aparicio.
Uno de los objetivos del proyecto es establecer lineamientos para los visitantes que pagarían por ver el águila harpía. Pero esta actividad debe ser ordenada para que disfruten la experiencia, salvaguardando la vida de las rapaces y sus crías.
Unos siete estudiantes se han capacitado y acompañado a Aparicio en las giras, entre ellas Joanis Peralta, de la carrera de Gestión Ambiental de la Umecit; y otros de las carreras de Biología y Turismo Ecológico de la Universidad de Panamá y de la Unachi, y de Biología de la Universidad Nacional de Costa Rica.
POBLACIÓN
El estatus del águila harpía (Harpia harpyja) no ha variado mucho: sigue siendo una especie en peligro de extinción, está en el listado de especies amenazadas publicado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza en diciembre de 2016, y en el Apéndice I de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres.
“Lo que sí ha cambiado son las gestiones de conservación en Panamá”, expresa Aparicio.
“Se ha hecho mucho a favor del águila. Está protegida por el Ministerio de Ambiente, tiene una ley específica para su protección (Ley 18 de 10 de abril de 2002) y el Patronato Amigos del Águila Harpía vela por el recinto y el bienestar del águila Panamá, una hembra de siete años que está en el Parque Municipal Summit. También hay un plan del Ministerio de Ambiente que contempla los lineamientos en investigación, educación ambiental, cría en cautiverio y su conservación in situ”.
No obstante, persisten los ataques a las harpías.
Entre abril de 2015 y abril 2016 se recibieron cinco águilas heridas en Summit, de las cuales cuatro eran harpías y murieron. La única sobreviviente fue un águila crestada que llegó herida con arma de fuego. De las cuatro harpías, dos eran pichones que se cayeron de los nidos y otras dos fueron baleadas.
“Es increíble que hay una ley, es el ave nacional, y todavía tenemos reportes de que les disparan”, indica Aparicio. Y es cierto que las matan para comer. Otros, porque piensan que son aves muy grandes y que si se pueden comer un mono, se pueden comer un niño o un animal doméstico.
“Pero yo te digo... de todos los nidos que revisamos, recogemos los restos —las egagrópilas— que son las uñas, huesos y pelo que no digieren y regurgitan. Eso es para ver qué están comiendo las águilas, y nunca he encontrado huesos de niños, de gallina, de puerco ni de perro. Solo de monos, cusumbís, iguanas...”.
TECNOLOGÍA EN LO ALTO DEL BOSQUE
Aparicio y su equipo están actualizando el mapa de hábitat del águila harpía.
“En 2002 hice una estimación del mejor hábitat para la especie con sistemas de información geográfica y cobertura boscosa. Saqué un estimado de 209 parejas con un hábitat adecuado para vivir en Panamá, que me parece un número bueno. Se ha verificado su presencia en Bocas del Toro, en Donoso, en la comarca Guna Yala, en el Parque Nacional Chagres, en las comarcas en Darién y en el Parque Nacional Darién”.
Como parte del proyecto ECOTUR-AP, Aparicio trabaja con las dos comunidades más cercanas a las zonas de anidación de harpías en el Parque Nacional Chagres: San Juan de Pequení (con población “latina”) y La Bonga (indígena).
“Tenemos cinco áreas identificadas. En dos hemos verificado que hay harpías y en otras dos no hemos localizado el árbol donde está el nido, pero se ha visto al menos a una de las águilas con un juvenil”.
“Tengo registro de una pareja de águilas que abandonó el nido en una ceiba hermosa. Es probable que de 2002 para acá a la hembra de ese nido la mataron y el macho se mudó de nido. Aunque no he encontrado el árbol del nido nuevo —que debe estar cerca al anterior— hemos visto al adulto con jóvenes. Es buena noticia, porque el área de anidación se mantiene”.
En la quinta zona se ha visto un águila macho que fue anillada en 1996. Al respecto, explica la investigadora que hace más de 20 años se había implementado un programa de conservación del águila harpía en Venezuela y en Panamá, y en la década de 1990 se anillaba a las harpías o les colocaban transmisores.
Ahora ha incorporado el uso de un dron, que puede captar fotos y video para monitorear a las águilas en los nidos. El dron se ubica a una distancia prudente para que las águilas atiendan tranquilas a sus pichones.
Entre los planes está reemplazar una cámara trampa por una infrarroja, que puede tomar fotos nocturnas sin usar un flash, que perturba a las águilas.
Antes de colocar una cámara en el nido, hay que evaluar la estructura del árbol y el comportamiento del águila. “El escalador tiene que tener mucha confianza en lo que está haciendo. Antes de montar la cámara hay que hacer la práctica abajo y luego trabajar rápido”.
Más adelante se aspira a poder transmitir en directo lo que transcurre en los nidos. (La Southwest Florida Eagle Cam Foundation tiene una iniciativa de este tipo online).
BUENAS PRÁCTICAS
Como sucede con otro proyecto enfocado en jaguares, la participación de las comunidades es vital para que el ecoturismo ayude a conservar las especies y beneficie a los locales.
En ese sentido, se ha capacitado a miembros de las comunidades “para que se empoderen del recurso que tiene el parque [Chagres] y, si todo sale bien, se podrá mercadear un turismo responsable y sostenible”, detalla Aparicio.
Se tratará de hacer un manual de buenas prácticas para la observación del águila harpía, para que no perturben el nido, ya que el avistamiento inadecuado puede causar que se moleste a los pichones para atraer su atención, lograr que se asomen y pueden caer, con fatales consecuencias.
OTROS DATOS SOBRE LAS HARPÍAS TAMAÑO.
Las hembras son más grandes que los machos. Una hembra adulta puede sobrepasar el metro de longitud (1.08 m) y pesar 18 libras. Un macho adulto mide cerca del metro (0.96 m) y pesa unas 11 libras.
La envergadura varía entre 1.83 m a 2.24 m.
DIETA. Mamíferos arbóreos, como perezosos y monos; reptiles como iguana verde y aves grandes. En menor grado, puercoespines, sarigüeyas, ñeques y cusumbís.
