Amenudo se piensa en inteligencia artifical (IA) solo en función de robots que desplazan a los trabajadores o supercomputadoras que enloquecen y se revelan contra la humanidad.
Lo cierto es que la IA está cada vez más presente en la vida moderna, en distintos grados, en algunos teléfonos capaces de “aprender” de los hábitos de sus dueños, en los asistentes de voz, sistemas de reconocimiento de imágenes, chatbots, en los news feeds (seleccionando y recomendando contenidos), en robots, drones y en los carros autónomos. Y cada vez se le buscan más aplicaciones.
Por ejemplo, en el Sheffield Institute of Translational Neuroscience de Inglaterra se han probado máquinas con IA para procesar velozmente grandes cantidades de datos químicos, médicos y publicaciones científicas, en la búsqueda de potenciales medicamentos para tratar la esclerosis lateral amiotrófica, (enfermedad de Lou Gehrig).
Algunas compañías de entretenimiento y artistas están buscando formas de aplicar la IA en actividades creativas. Y entre los fabricantes de chips hay una gran expectativa por su uso en aplicaciones de IA.
NVIDIA acaba de lanzar su chip Volta, y en la feria IFA de Alemania, que termina esta semana, el fabricante chino Huawei anunció su primer procesador con inteligencia artificial incorporada, que hará que los próximos teléfonos móviles sean aún más inteligentes.
Se considera también que la IA es importante para ayudar a resolver los grandes retos de la humanidad y alcanzar las metas de desarrollo sostenible. En junio de este año se realizó en Ginebra, Suiza, la Cumbre Mundial “AI for Good”, organizada por la Unión Internacional de Telecomunicaciones –un organismo de Naciones Unidas para las tecnologías de la información y la comunicación– donde se reunieron expertos mundiales en IA.
El potencial de la IA es enorme en todos los ámbitos: el comercio, la seguridad, el transporte y logística, entretenimiento, medios, servicios legales y financieros, arquitectura, turismo, producción energética... No es casualidad que los grandes jugadores de Silicon Valley estén invirtiendo millones de dólares en nuevos desarrollos de IA.
Pero también podría usarse con fines bélicos. Y como suele pasar, los avances tecnológicos le llevan la delantera a las legislaciones. En ese sentido, se han alzado voces de alerta sobre sus riesgos.
OPORTUNIDADES COLOSALES Y RIESGOS
“Quien domine la inteligencia artificial, dominará el mundo”. Ese fue el mensaje que dio el presidente ruso, Vladimir Putin, a un grupo de estudiantes en Yaroslavl, al noreste de Moscú, el viernes pasado.
El líder añadió que la inteligencia artificial (IA) representa oportunidades colosales cuyo peligros son difíciles de predecir actualmente, y advirtió que sería negativo que hubiera un monopolio en IA.
En julio de este año, el empresario sudafricano Elon Musk, cofundador de Tesla Motors, SpaceX y otras compañías, protagonizó un debate en redes sociales con Mark Zuckerberg, el CEO de Facebook, en el que dejaron claro que cada uno tiene una visión distinta sobre la IA.
Musk también es cofundador de OpenAI, una compañía de investigación sobre la IA segura, y en marzo pasado anunció una start up llamada Neuralink, dedicada a investigar y desarrollar una interfaz cerebro-máquina para conectar humanos y computadoras. Pero Musk es crítico de la IA y aboga por una regulación. Ha advertido que la IA es el principal riesgo que corre la civilización. En cambio, Zuckerberg es más optimista y cree que la IA traerá beneficios importantes para mejorar el mundo. En respuesta, Musk tuiteó: “Su comprensión del tema es limitada”.
Satya Nadella, líder de Microsoft, en un evento en Alemania hace unos meses, comentó que este año y el próximo serán clave para la “democratización de la IA”, pero también advirtió que tanto Microsoft Corp. como sus competidores, deberían evitar los sistemas de IA que reemplacen a las personas en lugar de maximizar su tiempo.
MERCADO ATRACTIVO
Empresas como Amazon, IBM, Microsoft, Salesforce, Google y otras invirtiendo en aplicaciones de IA.
La compañía de análisis Data Corp. predice que los ingresos por hardware, soft- ware y servicios relacionados con la IA rondarán los 47 mil millones de dólares para 2020.
En 2014, Google compró la compañía inglesa de IA DeepMind, que ahora forma parte del grupo Alphabet, donde también está Google.
DeepMind se enfoca en el uso de IA para resolver problemas complejos, como el cambio climático y la salud, entre otros, como menciona en su sitio web.
Ante el evidente interés en la IA y las advertencias sobre sus riesgos, Jaime Blanco, miembro de la junta directiva de la Cámara Panameña de Tecnologías de Información, Innovación y Telecomunicaciones (Capatec), explica que la IA implica la capacidad de componentes tecnológicos de tomar decisiones autónomas, inicialmente para transacciones muy repetitivas, pero también con la capacidad para aprender en el tiempo.
“Allí es donde hay un reto grande. Se habla de un momento llamado singularity (singularidad tecnológica), cuando las máquinas (software y hardware) van a ser completamente autónomas y eso es un riesgo para la humanidad. Por eso, es que personajes conocidos en el ámbito tecnológico y empresarios han levantado una bandera roja”.
Agrega que muchas veces al hablar de IA se piensa en películas apocalípticas como Terminator y la Skynet, “pero la verdad es que hemos visto que muchas cosas de ciencia ficción se han convertido en realidad, y eso es un riesgo en la IA”.
“La IA es tan disruptiva y está avanzando. Los chatbots por ejemplo, son agentes virtuales de diálogo para transacciones de servicio al cliente, es algo que permite mejorar la eficiencia y costos y que va ‘aprendiendo’ pero si se extrapola a algo mucho más poderoso, puede tomar el control y dominio de muchas áreas de nuestra vida, el tráfico, nuestro hogar, etc.”.
En su opinión, le toca a los gobiernos y a la empresa privada trabajar para poner controles éticos, así como se ha hecho con la clonación y con otras tecnologías disruptivas, pero sin limitar la innovación.
“La empresa privada debe autorregularse y los gobiernos jugar su papel para dar un marco reglamentario”, sostiene Blanco. “De manera que se promueva el emprendimiento y la innovación, pero que se mantengan límites éticos. No hay otra opción para la humanidad”.