Suena el trino de las aves desde los frondosos árboles del parque Omar. Se escucha también el viento, que trae consigo el chillido de zapatillas nuevas, de una máquina que corta el pasto a la distancia y de un camión lejano. Desde la terraza de la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero se ve y se escucha el paisaje completo. Dentro de ese piso, el tercero, hay unas cinco personas que leen concentradas. Aprovechan la ventaja de estar en la biblioteca más importante del país.
El edificio está sobre una pequeña colina a la que lleva la única calle para autos del parque. Está justo al lado de lo que hace varias décadas fue la casa club del Club de Golf y que hoy sirve como espacio para alquiler, además de la piscina del parque. Al frente hay una cancha de tenis y alrededor, guayacanes, algarrobos, tecas, marañones y muchos otros árboles tropicales.
El edificio alberga, además de varias obras de arte, pinturas exquisitas, la mayor colección de autores panameños. Además de hemeroteca, colecciones audiovisuales, literatura mundial y todas las otras colecciones de una biblioteca que se respete.
Están allí desde 1987, cuando la mudaron del terreno en el que hoy está el Colegio Richard Neumann, codiciado por su alto valor inmobiliario. Antes de eso estuvo muy cerca de la Presidencia de la República, en el Casco Antiguo, donde se fundó en 1942 como la sucesora de la Biblioteca Colón, que funcionaba desde 1892 y que fue cerrada en 1941 por asuntos presupuestarios. La lectura -y la cultura- no ha sido nunca tema de prioridad financiera en el istmo.
La biblioteca lleva por nombre Ernesto J. Castillero porque fue el primer director de esta institución, por lo que le tocó heredar los 10 mil libros de Biblioteca Colón para catalogarlos.
Hay un silencio rotundo. Apenas si se escucha ocasionalmente el cuchicheo de alguien que recién entra y hace alguna pregunta; o el sonido de la impresora de carnés para los nuevos socios de la biblioteca, o para alguien que simplemente renueva. Muchos llevan abrigos, pues hace un poco de frío en la biblioteca. Tampoco siempre fue así. Hace unos dos años, el edificio padeció una crisis por el daño de su sistema de aire acondicionado. Estuvo varios meses sin equipo funcional. La preocupación, más allá del calor que pasaran los visitantes, fue por el cuidado que deben de tener documentos históricos que alberga la biblioteca. Por suerte, el episodio es ya un recuerdo.
Afuera sigue el trino de las aves, siguen jugando tenis, siguen los caminantes diarios del parque. Un movimiento sin cesar. Pocos, por no decir ninguno, de los que van a ejercitarse, pasan a la biblioteca. Todos los que leen van vestidos con camisas y pantalones largos. Como si el deporte y la lectura no combinaran. Igual sí hay gente que combina el lugar con los libros, y se sientan en una de las bancas exteriores de la biblioteca o bajo la sombra de un árbol frondoso. Esos visten más cómodos. Se les ve, incluso, más relajados, como si la lectura en espacios abiertos fuera una especie de secreto para una vida feliz.