Todas las noches, Edinson elige uno de sus 11 pares de zapatos, se viste con esmero y sale a bailar tango en Montevideo; una tradición en busca de un nuevo aliento en la capital de Uruguay.
“Hace 10 años que bailo”, cuenta Edinson Ríos, un militar retirado, de 69 años, que confiesa que esta salida es para él un ritual diario, sin importar si llueve, hace frío o calor. Invita a una mujer joven a la pista, donde se unen a una docena de parejas, en una sala, en el fondo de un mercado cubierto.
Origen
Nacido a finales del siglo XIX en los burdeles de Buenos Aires y Montevideo, este baile, verdadero entusiasta del cuerpo a cuerpo, fue en sus inicios considerado demasiado sensual para practicarse en público, pero posteriormente ganó popularidad y credenciales de nobleza tras hacer un desvío por París.
Ironías de la historia, en Uruguay ahora ha ido “quedando desplazado como una cosa de viejos”, lamenta Martín Borteiro, un exbailarín profesional, como su esposa Regina Chiappara.
A principios de este año, el ayuntamiento le encargó a Martín y Regina hacer un diagnóstico del estado del “tango” en Montevideo, con el fin de desarrollar un plan estratégico para reanimarlo. El panorama descrito por la pareja es poco halagador: cada vez menos milongas, bailarines cada vez mayores y escaso apoyo público.
“La comunidad actual de tango es muy frágil”, señala Martín. Pero “Montevideo es una ciudad donde nació el tango, entonces hay un riesgo de desaparición de algo que forma parte de nuestra identidad, de nuestra tradición”.
Esteban Cortez, un profesor de tango de 43 años, se niega a creerlo. Perder este baile “para mí es como perder el fútbol, eso no va a pasar nunca” en este país, donde el fútbol tiene un carácter casi religioso. “Si nuestro tango desaparece, vamos a desaparecer como país”.
Su esposa, Virginia Arzuaga, de 40 años, también profesora, recuerda que el tango fue declarado patrimonio cultural de la Unesco en 2009. Y “cuando se nombra patrimonio cultural algo, es porque está por desaparecer”. Casi todos los días de la semana, Virginia y Esteban enseñan los pasos de esta danza altamente codificada a personas de todas las edades, muchas de ellas solteras o divorciadas que esperan tal vez encontrar el amor en una milonga.
“Hay gente que dice, y es verdad, que cuando te pica el bichito del tango, estás perdido. Que es un viaje de ida, del tango no se vuelve”, asegura Virginia, que habla del frenesí actual del género en otras partes del mundo como Turquía, Rusia o Francia.
Joselo Ferrando, de 45 años, quien gestiona uno de los principales salones de milonga de Montevideo, El Chamuyo, también está preocupado. “Es una lástima que acá, en una ciudad con tanto tango en su historia, eso no se fomente, no se valore, no se cuide”, dice.

Al otro lado
Los amantes uruguayos del tango miran con envidia al otro lado del Río de la Plata, que los separa de Argentina, donde este género musical es rey . Primos, pero a menudo rivales, los dos países se disputan la nacionalidad de Carlos Gardel. “La comparación más obvia es Buenos Aires, que lo ha tomado como un tema de identidad y ha trabajado en este sentido hacia dentro y hacia el exterior, hacia el turismo, que es un ingreso económico importante”, dice Ferrando.
