¿Los amores de juventud del último zar de Rusia son un tabú? Lo bastante todavía para que, 100 años después de la revolución, muchos cines rusos renuncien a proyectar una película por la presión de grupos ultraortodoxos.
A falta de más de un mes para el estreno del largometraje, el tráiler de Matilda, que cuenta el romance entre el futuro emperador Nicolás II y la bailarina Matilda Kchessinskaya, ha enfurecido a activistas ortodoxos.
Para ellos, este filme del director de cine Alexéi Uchitel es una injuria a la memoria de Nicolás II, ejecutado en 1918 junto con su familia por los bolcheviques y canonizado por la Iglesia ortodoxa rusa en 2000.
Después de semanas de polémica, las cadenas de cine Cinema Park y Formula Kino han decidido no proyectar la película, cuya salida está prevista el 26 de octubre.
Esta decisión, sin precedentes en la historia de la Rusia posoviética, ha estado precedida por actos vandálicos: un ataque con coctel molotov a la oficina de Alexéi Uchitel en San Petersburgo, dos coches incendiados delante del edificio de su abogado en Moscú, y un incendio criminal de un cine en Ekaterinburgo, la ciudad de los Urales donde la familia imperial fue ejecutada.
Andréi Kormukhin, que dirige el grupo militante Sorok Sorokov, acusa al director de cine de “hacerse publicidad gratis a costa del zar”. “Inventando una aventura amorosa a Nicolás II, el cineasta ha insultado los sentimientos de los rusos que consideran al zar como su padre”.
Los ataques han sido tan feroces que el muy conservador ministro de Cultura, Vladimir Medinski, ha salido en defensa de la cinta. “No existe ninguna infracción legal que pueda justificar la prohibición de la película”, declaró al diario francés Le Figaro, denunciando una “campaña de histeria planificada alrededor de un filme totalmente ordinario y que no insulta para nada la memoria del zar”.
El portavoz del Kremlin Dimitri Peskov ha denunciado por su parte “las manifestaciones de extremismo (...) bastante desagradables (...) e inaceptables”.
Las amenazas y la violencia de los activistas sorprenden. “Nunca habíamos visto nada igual”, declaró a la AFP el director ruso Pável Lunguin. “Son talibanes ortodoxos”. “Es la versión rusa del grupo Estado Islámico”, abunda el cineasta Alexander Sokurov.
En los últimos años, varios espectáculos o exposiciones se han visto obligados a cerrar sus puertas por activistas ortodoxos que actuaban en nombre de los valores conservadores defendidos por el presidente Vladimir Putin desde su vuelta al Kremlin en 2012.
Los activistas se amparan en la adopción en 2013 por parte de Rusia de una ley que recoge el delito de “ofensa a los sentimientos religiosos de los creyentes”, en la estela del caso del grupo punk Pussy Riot, que cantó una “oración punk” en la catedral del Cristo Salvador de Moscú.
La diputada pro Kremlin y exfiscal de Crimea Natalia Poklonskaya, muy crítica con la película, ha interpuesto una querella contra la compañía “Rok” del director Alexéi Uchitel.
Alega la “defensa del honor y la dignidad” de Nicolás II y dice disponer de una procuración de una de las descendientes del zar.
El activista Andréi Kormukhin se mantiene en sus trece: “Aunque la película salga, nos las arreglaremos para que el menor número de personas posible la vean”.