Si bien los seriales cinematográficos que ocurren fuera de la órbita terrestre los popularizó Hollywood en la década de 1930 con las cuatro entregas de Flash Gordon y las 12 películas que la Universal hizo sobre Buck Rogers, y si bien desde los años 60 visitan cada cierto tiempo las pantallas de televisión y las salas de cine los tripulantes de la Enterprise de Star Trek, nada ha superado a Star Wars, una franquicia audiovisual que ha dejado unos 7 mil 500 millones de dólares en taquilla , una cifra que debe ser aún mayor en materia de mercadería.
Desde 1977, cuando Star Wars: Episode IV - A New Hope, fue la película del año en cuanto a recaudación mundial se refiere (además sería la reina del premio con Óscar en siete categorías técnicas obtenidas), el posterior conjunto de películas que de ella emanó ha despertado tal pasión de parte de su fiel público, que parece más una especie de religión que un fenómeno y una marca de consumo fílmico.
Con Star Wars y sus continuaciones, George Lucas, padre y señor de este ingenio creativo, cumplió su sueño de hacer una versión acertada de su adorado Flash Gordon, que vio tantas veces de niño en los cines de barrio y en horarios matutinos y vespertinos.
Lucas, al igual que su amigo y colega Steven Spielberg, fueron ingeniosos a la hora de unir las características de diversos géneros, así como ofrecer claras referencias a clásicos del cine dentro de sus argumentos.
Lucas, cuando contó las desventuras y conquistas de Luke Skywalker, Han Solo y la princesa Leia pasó a ser uno de los precursores del cine retro y de lo que más tarde se conocería como postmodernismo, ya que usó elementos procedentes del cómic, del western, de la ciencia ficción (tanto novelas como filmes) y de las películas y los libros de aventuras y espías (de Ivanhoe al Rey Arturo y de El Mago de Oz a James Bond).
A eso, agregarle a este popular condimento aspectos vinculados con la literatura de caballería, más algún préstamo a la mitología griega, más influencias claras a La flauta mágica (música de Wolfgang Amadeus Mozart y libreto de Emanuel Schikaneder) y el Parsifal, de Richard Wagner, más algo de crítica contra el totalitarismo que quiso quedarse con el planeta en la Segunda Guerra Mundial.
También esa muestra de cultural general iba a formar parte de la banda sonora de Star Wars. El acierto es que Lucas le hizo caso al compositor John Williams, quien le recomendó que lo más saludable era hacer música original y no usar a Bruckner y Mahler.
Ya hay un deseo por explicar el presente desde el futuro, y el papel del amor en una sociedad sistemática y sin emociones, temas presentes tanto en el cortometraje Electronic Labyrinth THX 1138 4EB (1967), como en su paso al largometraje cuando recibió el título de THX 1138 (1971).
Aunque en una primera mirada lo pareciera, el universo de Star Wars también tiene conexión directa con una comedia firmada por Lucas en 1973: American Graffiti.
En ambas, los protagonistas son jóvenes, y en su estructura dramática, además, queda claro la ausencia de los respectivos padres.
En estas dos películas, de igual manera, se registra el destaque de un amigo que inspira al héroe y que es el reemplazo de la figura paterna que no está.
De regreso a la dupleta Lucas-Spielberg, ambos tienen otro mérito: crearon escuela a la hora de complacer al público que tenía entre pocos años y los 35 años, que para finales de la década de 1970, cuando ambos dan sus primeros pasos fílmicos, representaban más del 60% de la audiencia en Estados Unidos, y que deseaba alimentarse de un cine que no fuera tan “adulto”, sino que deseaba regresar a la segura infancia con cuentos de hadas, más algo de amor, luchas y venganza, todo amparado con un despliegue de efectos especiales que a veces le quitaban brillo al guion, cuando debía ser una unión equilibrada de lo uno con lo otro.