Vestidos con chubasqueros demasiado holgados, los marineros del Artic Sunrise parecen frágiles mientras son zarandeados por el oleaje del Atlántico Sur. Buceadores, biólogos o militantes, todos se encuentran en el frente de combate para salvar a los océanos.
En esta primavera austral, la tripulación del barco de Greenpeace navega a mil km al noroeste de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Más precisamente sobre el monte Vema, un pico submarino a 26 metros de la superficie descubierto en 1959 por un barco del mismo nombre que transitaba la zona.
¿Su misión? Documentar los daños causados por la pesca industrial, la contaminación y el cambio climático a la fauna y la flora particularmente ricas de esta montaña que se eleva 4 mil 600 metros desde los abismos del océano, casi la misma altura del Mont Blanc, el punto más alto de Europa.
La suerte de un crustáceo muy apreciado por los amantes de la gastronomía resume por sí solo la importancia de la batalla que se libra en medio del Atlántico.
Otrora abundante alrededor del monte Vema, la langosta ya estuvo a punto de desaparecer dos veces en 50 años, víctima de los pesqueros industriales que rastrillaron y contaminaron los fondos marinos.
En el puente de Arctic Sunrise, un puñado de buceadores equipados con cámaras se prepara para sondear los contornos de la montaña en busca de estos crustáceos.
Suena la sirena de niebla y los buceadores se lanzan al mar uno detrás del otro.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, sus siluetas reaparecen y la amplia sonrisa que exhiben no deja dudas. La salida ha sido un éxito: “Había muchos peces alrededor nuestro. Era absolutamente hermoso de ver”. Entre otros tesoros, el equipo observó langostas, una señala de que lentamente la especie regresa.

