Que el cuento lleva viviendo un momento dulce por toda Hispanoamérica no es ningún secreto, aunque algunos sigan albergando la duda o la incertidumbre estética de que la novela es siempre mejor. Ante esta vieja deriva, cabe reeditar la perplejidad aquella que figura en el manifiesto La rebeldía breve, que abre la ya mítica antología Pequeñas resistencias, a cargo del gran Andrés Neuman: “…quisiéramos expresar nuestra perplejidad ante ese arriesgado fenómeno que podría denominarse la oficialización de la ⸺supuesta⸺ inferioridad del cuento”.
En medio de este “momento” del cuento en Hispanoamérica, se han ido sucediendo distintas búsquedas, necesarias vindicaciones de grandes escritoras “acalladas por el olvido y la desidia (intencionados y no)”, que nos devolvieran una historia de nuestras literaturas mucho más clara, justa y precisa en su corpus, y, sobre todo, esclarecedora de nuestras raíces literarias. El cuento, siempre presente, ha sido escrito por muchas mujeres a lo largo y ancho de esa geografía de letras e historias que es el Español, y durante mucho tiempo se nos privó de esa enorme tradición que muchos sólo podíamos intuir.
Socorro Venegas (México, 1972) y Juan Casamayor (España, 1968) han reunido en Vindictas. Cuentistas latinoamericanas (UNAM y Páginas de Espuma, 2020) a una veintena de escritoras, todas ellas excelentes, en busca de, como explica el propio nombre de la antología, “vengar y castigar modelos que marginan”, y ofrecer a los lectores una nueva luz que disipe las sombras que injustamente se han hecho caer sobre gran parte de la literatura hispanoamericana, la parte escrita por ellas. Un proyecto nacido en la Universidad Nacional Autónoma de México, que ha conseguido recuperar grandes obras.
Dentro de esas “vindictas”, Panamá está representado por la gran cuentista y poeta Bertalicia Peralta (Panamá, 1939), con un cuento prodigioso, Guayacán de marzo, que pertenece a su libro de cuentos Puros cuentos (1986), un cuento preciso, brutal, que sorprende y brilla entre los de sus compañeras de antología con luz propia. Una excelente vindicación para una de nuestras mejores escritoras que, aunque es más leída como poeta, tiene una cuentística que habría que reeditar cuanto antes.
“Vindictas” nos ofrece un mapa, un itinerario de hallazgos que hay que concebir ya como bienes literarios que debemos asumir cuanto antes en el canon de nuestras literaturas para enseñarlos y hacerlos leer en nuestros países. Y también hace falta, como se desprende de la jugosa conversación entre los editores Socorro Venegas y Juan Casamayor, dar un paso más hacia la conciencia de que con muchas de nuestras escritoras, no hubo voluntad de olvido, sino que directamente hubo desmemoria, invisibilización programada y dirigida.
Han resultado para mí un descubrimiento, entre tantos y sin ser exhaustivos, María Virginia Estenssoro de Bolivia y su cuento El occiso: es todo un reto estructural, una dosificación que trabaja como picotazos sobre la conciencia del lector. También me parece una maravilla Hilma Contreras, de República Dominicana, cuyo cuento, La espera, me hizo volver a mi calle de juventud en la que se relataba una historia parecida. También, Desaparecida, de Ivonne Recinos Aquino de Guatemala, un precioso desvanecimiento, una brillante desactivación de la realidad sensorial hasta desaparecer. Y Silda Cordoliani, de Venezuela: puro movimiento, imagen y ritmo.
Da gusto encontrar este tipo de antologías y poder sumar búsquedas para leer, tener caminos abiertos para descubrir la amplísima tradición, la riqueza tan viva de nuestras letras, acá y allá. Y da gusto ver que nuestra literatura nacional es capaz de estar en estos lugares de visibilidad por mérito propio, y qué bueno que sea Bertalicia Peralta la que esté allí presente con tantas escritoras necesarias. Todas ellas son puertas a universos narrativos que tenemos que explorar.
Aquí van entonces un puñado de grandes cuentos que vienen a preguntarnos si de verdad, como dice Jorge Volpi, hemos leído los mejores cuentos escritos en nuestro idioma. Todo un desafío estético y académico, pero, sobre todo, una toma de conciencia sobre nuestras raíces literarias, un camino para emprender siendo seducidos por una belleza desconocida que nos pertenece y que hay que vindicar, cuanto antes, para no seguir cediendo a la injusta desmemoria.