Quién diría que los arroceros tailandeses mimarían un día a los caracoles gigantes con una dieta orgánica. Lo hacen para extraer la baba, rica en colágeno, y destinarla a la industria cosmética.
“Los caracoles me los venden los granjeros. Antes estimaban que destruían los cultivos y los tiraban a la carretera o a los ríos”, explica Phatinisiri Thangkeaw, profesora que los cría para conseguir un ingreso extra que suele oscilar entre los 10 mil y los 20 mil baht por mes (entre 325 y 650 dólares).
Entre dos chubascos del monzón Phatinisiri Thangkeaw alimenta a sus mil caracoles con calabaza y pepino del huerto.
La provincia de Nakhon Nayok, donde vive, es muy rural. Hay más de 80 granjeros que montaron pequeños recintos donde crían caracoles, a orillas de sus campos o plantaciones.
Venden a una empresa de cosméticos tailandesa varios litros de baba de caracol, recogida con paciencia mediante un método que consiste en estimular las glándulas echándoles agua por encima con una pipeta. La baba se purifica luego en un laboratorio público y se comercializa.