Carlos Wynter: ‘Literatura olvidada’

Carlos Wynter: ‘Literatura olvidada’


La literatura de Carlos Oriel Wynter Melo (Ciudad de Panamá, 1971) se consagra con este extraordinario libro de cuentos, Literatura olvidada, que mereció el Premio Pedro Rivera de Cuento 2019, dentro del Concurso Octavio Méndez Pereira que convoca la Universidad de Panamá.

Sudaquia Editores, publicará en breve una nueva edición de este singular trabajo del escritor panameño.

Lo extraordinario del trabajo de Wynter está en la intencionalidad y en el rigor literario con el que se enfrenta a los cuentos que componen este libro. Son siete historias, que a su vez cuentan con siete perfiles de sus autores y siete presentaciones de los mismos, algunas sentencias de ellos, y todo esto ocurre en un aparato literario que nos sumerge en la historia de un hombre y una mujer que, apremiados por las circunstancias, deciden emprender una antología de escritores olvidados. La intención es esa, y el rigor lo leemos en la hondura de matices y el dominio de los distintos discursos de los cuentos según su género.

Las historias que contamos se ganan o pierden en los personajes, y Carlos Wynter ha demostrado siempre ser un constructor eficaz de personajes (ya lo hizo en Cuentos con salsa y en Nostalgia de escuchar tu risa loca, por ejemplo), completos bien llevados por la historia, rítmicos. Una vez más, en los cuentos que componen esta Literatura olvidada, el autor consigue que no podamos perder de vista la peripecia de sus personajes por ser estos tan verosímiles, tan cercanos, que dan ganas de consultar su existencia o no por medio del memorioso Google. Este libro es, en sí mismo, una de las mejores clases de construcción de personajes que se puedan disfrutar con un sólido deleite técnico.

En este libro disfrutamos de siete cuentos con registros y peculiaridades distintas, y no me refiero sólo a la variedad esperada de un libro de cuentos, hablamos de atmósferas (desde China, pasando por Panamá, Estados Unidos, Japón, México, Europa) y de particularidades del habla, de usos y costumbres de distintas épocas, de una mirada precisa y eficaz sobre los cuentos para dotarlos del máximo rigor para que funcionen, lo que también ha llevado a su autor a cambiar de género, pasando de lo onírico a lo fantástico, del cuento policial al existencial, introduciendo el ensayo en muchos momentos, creando una sensación de unidad temática que empuja a seguir leyendo.

La estructura de Literatura olvidada bebe de la tradición de Stanislaw Lem (Magnitud imaginaria) y, más allá, del propio Borges, con su construcción de autores citados e inventados, y, más acá, en Panamá, se emparenta muy bien con Ojos para oír, de Ariel Barría Alvarado, otro excelente cuentista y constructor de estructuras invisibles que sostienen la obra. Y este rigor estructural no es corsé, ni ligadura que constriñe: es libertad creadora, intencionalidad de un autor que domina su oficio.

Un gran elenco de escritores muy bien conocidos por todos pasa por este libro y se emparenta con los “olvidados” que esta antología recorre: Octavio Paz, Rogelio Sinán, Heine, Raymond Chandler, Voltaire. Como pueden ver, la curiosidad asoma sólo con leer esta cantidad de grandes autores que se cruzan de una u otra forma con los protagonistas de este libro brillante e inteligente, hondo en lecturas, culto y tan cercano a la vez, que invita a dialogar sobre temas de actualidad. La literatura, ya lo saben, no es inocente.

Este es quizás uno de esos libros que se hará cada vez más importante con el paso del tiempo, porque va a envejecer bien: tiene la virtud de salirle al encuentro a todas las épocas y hasta se atreve con el presente, se las arregla para que sigamos pensando en quiénes somos y en qué esperamos ser mañana, dialoga con lo ordinario y lo extraordinario, nos pone delante historias que nos enseñan que en todos lados se ama, se vive, se muere, pero con acentos distintos.

Sin duda alguna, en manos de Carlos Wynter y otros muy buenos escritores de nuestro país, la literatura que aquí se escribe tiene un futuro brillante. Este rigor de oficio, esta pasión y entrega a la obra que se escribe, consolida cada vez más una verdad que debemos creernos: en Panamá hay extraordinarios escritores.

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