Sin turistas internacionales por la pandemia, la casa del escritor estadounidense Ernest Hemingway en los cayos de Florida apenas consigue sobrevivir. Casi todo su personal fue despedido, pero los gatos de seis dedos que la habitan aún atraen visitantes locales.
Tras la muerte de Hemingway en 1961, su casa se convirtió en una de las principales atracciones de Key West, una isla más cercana a La Habana que a Miami donde no hay nada más que hacer además de beber margaritas, bucear y tomar sol.
Sus residentes han sobrevivido a huracanes feroces y vaivenes económicos, pero nada los preparó para el colapso del turismo que trajo aparejado el coronavirus.
El cierre de fronteras impide la llegada de turistas internacionales y los cruceros no atracan aquí desde marzo. Queda el turismo doméstico, pero este es escaso debido a los temores de contagio.
Así, 30 de los 45 empleados de la Casa y Museo Hemingway fueron despedidos la última semana. “Tenía diez guías. Ahora tengo cuatro”, relata su director, Andrew Morawski.
Los que quedan se distribuyen todo el trabajo, porque el lugar sigue ofreciendo visitas guiadas y atendiendo al medio centenar de gatos de seis dedos, todos descendientes de un felino con esta anomalía genética que le fue regalado a Hemingway décadas atrás.
“Pensamos seguir abiertos”, dice Morawski a la AFP. “Y nuestros gatos seguirán siendo tratados como realeza”.
No es una preocupación banal: los turistas locales que aún visitan Key West están más interesados en la colonia de gatos mutantes que en descubrir el hábitat del autor de El viejo y el mar.
A pesar de haber ganado el Nobel de Literatura en 1954, Ernest Hemingway no es un escritor que se enseñe demasiado en las escuelas estadounidenses, explica el director del museo.
“Por eso, particularmente aquí en Estados Unidos, los gatos parecen ser más la atracción”, añade.
Y, de paso, la gente se entera de que el dueño de la casa era un escritor al que le gustaba pescar.
En la casa colonial el calor es despiadado. Los tapabocas de los visitantes están surcados por caminitos de sudor. Una guía turística les cuenta anécdotas de cuando el escritor y su segunda esposa, Pauline Pfeiffer, vivieron allí en los años 1930.
Mientras tanto, otra empleada vierte hielo en los cuencos de agua para los gatos. “¡Oh! ¡Qué tierno!”, suspiran los turistas.
Key West o Cayo Hueso es el último de los Cayos de Florida, un archipiélago de islas coralinas conectadas entre sí por 42 puentes que se extienden 180 km sobre el mar.
El cantante de country Jimmy Buffet le dedicó en los años 1970 el tema Margaritaville, una oda al dolce far niente reinante en la isla, donde los buzones de correo frente a las casas de madera tienen forma de flamenco, de caimán o de manatí sonriente.
En las tardes, los pocos turistas que aún llegan se congregan en una plaza donde es menester ver el atardecer.
“Esto solía estar tan lleno de gente que apenas podías caminar entre la multitud y ahora no hay nadie”, rememora Jack Reichenbach, un residente de 67 años.
Desempleado por la pandemia y sin plata para el alquiler, está intentando vender unas acuarelas marítimas. “Todo está muy mal”, dice.
Por primera vez en años, los turistas no tienen que abrirse paso a empujones en esta plaza ni hacer fila para tomarse fotos frente a la boya que marca el punto más meridional de Estados Unidos.
Entre ellos está la neoyorquina Carol D., de 65 años, una frecuente visitante de Key West. Sugiere actividades para hacer. ¿El museo Hemingway? No lo conoce. “¡Pero tienes que ir a ver la casa de los gatos!”, propone con entusiasmo. “Son increíbles”.