El trabajo de Javier Botet es moverse entre las sombras, crear pesadillas y asegurarse que nadie salga de la sala de cine sin haber pegado un par de gritos. Aunque ha aparecido en más de 20 de películas de horror, su rostro es invisible para los espectadores.
Y es que sin las prótesis, el maquillaje y los vestuarios, este actor está lejos de poder asustar con su rostro amable y hablar calmado.
Desde las criaturas de El laberinto del Fauno (2006), pasando por la aterradora niña Medeiros (Rec - 2007), hasta el inquietante Hobo en It (2017 - 2019), Botet tiene una envidiable hoja de vida en el cine, trabajando al lado de directores como Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu o Ridley Scott, entre otros. Pero, como explica en una entrevista con La Prensa, es un trabajo que involucra mucho más que solo ponerse un traje.
Como cualquier otro actor, el personaje llega a él a través de un guion. “Si hay prediseños me los pasan, porque hay aspectos físicos que puedes leer y toda la intención que tiene tanto el director como el escritor ayudan a conformar una idea de qué quieren. Sueles tener charlas con el director para conocer qué quiere expresar. Entonces, al entender de dónde viene este ser, analizas sus motivaciones, y todas esas cosas te ayudan a componer, si el movimiento es más agresivo, más pasivo.
Si se siente fuerte ante los demás, o se siente igual de frágil, porque muchas veces, cuando acorralas a un animal, sus gestos son agresivos pero realmente está asustado. Como con cualquier personaje, entre más cosas tenga para componer, más tiempo, queda más bonito”, explica el actor, reconociendo que no todas las producciones piensan en “el interior de los monstruos”.
Dentro de esas particularidades que pueden llegar a tener los monstruos, Botet encuentra belleza, ya que desde su forma de verlos “ellos reflejan de una manera desgarradora miedos y partes del ser humano que son inevitables. Por ejemplo, el hombre lobo apela a unos deseos sexuales violentos.
Hay muchísima psicología de cada monstruos, los zombis despiertan nuestro miedo a que nunca haya descanso, a lo que hay después de la muerte, que no exista algo mejor sino seguir eternamente vagando. Frankenstein también tiene una cantidad de background emocional sobre la soledad, sobre quienes somos.
Hay una cantidad de elementos que componen a estas criaturas míticas que son las que hacen que funcionen, porque reflejan muchos problemas y miedos humanos” explica el actor que le dio vida a Mamá en la película homónima de Andrés Muschietti, y que es precisamente, como comenta el intérprete, estos monstruos complejos son los que han y siguen funcionado en la pantalla. “Cada vez que hay un monstruo nuevo, para que funcione, intentamos encontrar algo que hable de un mundo mucho más amplio y que tiene que ver con el ser humano”.
Para hablar sobre monstruos que funcionaron y lo siguen haciendo, hay que remontarse a lo clásico, cuando actores como Boris Karloff o Béla Lugosi le dieron vida a Frankenstein y Drácula, respectivamente. Pero con los avances de la tecnología en animatrónica y animación, ¿por qué todavía se utilizan actores para interpretar a estos seres? Botet responde: “Yo creo que para cosas no orgánicas queda genial el uso de estas tecnologías, queda bien hecho, funciona muy bien. Pero cuando se trata de criaturas orgánicas, y puedes acercarte lo más posible a una forma humana, yo creo que hay una diferencia enorme entre una animación contra algo real, tangible, donde la luz infringe en esa figura de manera concreta y en el subconsciente, nosotros percibimos que algo está allí, que existe.
Entonces como los miedos son una cosa que funcionan sobre todo en el subconsciente, para mí recurrir al 3D para el terror y para casi cualquier cosa, es un error, no sé si es que abarata, pero yo personalmente cualquier cosa en 3D no me agrada, no la tomo enserio. Está bien que gente inteligente siga buscando la manera de contar historias con efectos prácticos. Sigue siendo especial y real”.