La escasez en diferentes países del mundo de productos tan variados como la cerveza, los dientes de ajo, papel, harina, levadura o las herramientas de jardinería, revela cómo se ocupan los millones de humanos confinados debido a la pandemia del nuevo coronavirus.
En Afganistán, país de muchas supersticiones, el precio del té negro se triplicó durante varios días debido a un rumor sobre sus propiedades curativas, que involucran a un curioso bebé con bigotes. “Vine a decirte que el té negro cura la Covid-19”, era el contundente mensaje de un bebé bigotudo que circuló en las redes.
En México nadie está dispuesto a renunciar a la cerveza. Cuando a principios de abril los dos grandes productores, Heineken y el Grupo Modelo -que produce la célebre Corona-, dejaron de producir cerveza, los aficionados se abalanzaron sobre las cajas aún disponibles para la venta, y en las redes sociales se consolidó el lema “#ConLaCervezaNo”.
Sri Lanka, en tanto, ha prohibido el alcohol y los cigarrillos durante el confinamiento, provocando desde el 20 de marzo escasez de azúcar, materia prima acaparada por químicos aficionados que elaboran en sus hogares “kasippu”, el aguardiente local.
Pero si en algunos países lo que falta son las bebidas alcohólicas, en otros lugares son las guarniciones o acompañamientos las que se han esfumado. En Irak, las semillas de girasol saladas y tostadas que crujen bajo los dientes son cada vez más difíciles de encontrar.
Pero el alcohol, un compañero esencial para las semillas de girasol y cacahuetes, todavía está disponible en algunas tiendas que levantan tímidamente las cortinas para atender a los clientes fieles, con la esperanza de que no los pille la policía.
Las reservas del alcohol medicinal y el gel hidroalcohólico, por otro lado, han desaparecido en todo el mundo. De igual modo, de Sofía a Túnez y de Bucarest a Caracas las “pociones y recetas” de la abuela causaron el aumento del precio del ajo, el limón, el jengibre y otras especias que supuestamente son la cura milagrosa para la Covid-19.
Las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central se concentraron en la “harmala”, una planta también utilizada en la ciudad santa chiita iraquí de Nayaf, y que se usa para proteger hogares y prevenir enfermedades.
En Trípoli, la capital de Libia en guerra, no faltan ajo ni jengibre, pero Nadia al-Abed daría todo por cuadernos y bolígrafos. Forzada a seguir la escolaridad desde casa, como millones de personas en todo el mundo, ya no sabe qué darle a sus tres hijos pequeños para que escriban. “Usamos todo el papel de la impresora y agotamos todas las agendas de oficina que mi esposo no había utilizado”, dijo a la AFP.
Leer, escribir o resolver problemas es una opción; pero en Europa, otros prefirieron una escuela diferente: la de pasteleros. En Francia, España o Grecia se torna difícil encontrar harina y levadura en los mercados.
En Rumanía, los usuarios de Internet se divierten mucho con los “dealers” de levadura que acumulan fortunas en el mercado negro de tartas y pasteles, con parodias publicitarias que ofrecen “un apartamento en el centro de la ciudad por 500 gramos de levadura”.
Pero en el Magreb el rey indiscutido es el cuscús hecho con sémola, particularmente apreciado durante el mes de ayuno del Ramadán con sus gigantescas cenas, y que ahora vale casi su peso en oro.
Y si en todas partes es la cocina la que devora las existencias, en Australia y Nueva Zelanda, donde el número de espacios verdes per cápita es uno de los más altos del mundo, es en el jardín donde la gente pasa su encierro. “Todas nuestras plantas han visto un aumento en popularidad este mes”, dijo Alex Newman, de la sección de jardinería de la marca Bunnings.