Ellas son casi invisibles, pero sus labores mantienen la sensación de tranquilidad en estos días de coronavirus.
Sus trabajos las obligan a ocupar la primera línea de contacto de una pandemia que en otros países desoló las calles y llevó a la gente a cantar alabanzas a Dios en sus hogares. Para estas panameñas no existe cuarentena que valga y solo rige el llamado del deber.
La mayoría de las entrevistadas pide la omisión de sus apellidos. Otras informan su nombre completo y la labor a la cual se dedican, aunque exigen la no publicación de su rostro. Solo una solicita el cambio tanto de sus generales de ley como del rótulo de la empresa donde trabaja.
“Soy funcionaria”, recuerda esta panameña que, junto con las otras consultadas, se enfrenta, sí o sí, a la enfermedad que el lunes pasado llegó oficialmente al país.
En nombre de “preservar la identidad del paciente”, casi nada se sabe de las 36 personas contagiadas hasta el viernes en Panamá, salvo que son los primeros casos de cientos por venir, según el anuncio del médico Xavier Sáez–Llorens en su cuenta de Twitter, en la que anticipa, además, que “la situación se pondrá peor”.
Al contrario del desconocimiento del nombre de los enfermos y de su estado de salud, puede saberse de primera mano quiénes son esos héroes invisibles, cotidianos, parados en la línea de fuego.
Liz es mesera de un restaurante del Casco Antiguo y tiene un antídoto tan simple como implacable contra el pánico por el coronavirus: “Trato de no pensar en eso”. Carmen* gerencia un banco oficial en Panamá Oeste –donde se reportaron cuatro casos el viernes–, y no se fía tanto de sus convicciones espirituales como sí de la exigencia a los clientes del uso de gel antibacterial a la entrada y a la salida de la sucursal, según la medida impuesta por la junta directiva de esa institución bancaria.
La médica Millisbet Ramos atiende en el Centro de Salud de Alcalde Díaz, en el área de la escuela Francisco Beckmann. Ella rememora su experiencia frente a otras epidemias, como la del H1N1 y dengue, para asumir la emergencia actual con cautela. “Es cierto que por primera vez afrontamos una pandemia. Sin embargo, cumplimos protocolos comprobados ya con otras epidemias y en esas ocasiones preservamos nuestra integridad y nuestra salud”, dijo.
En la faena del equipo médico al cual pertenece la médica, se clasifican los pacientes según presenten dificultades respiratorias. En tal caso, el personal los atiende con mascarilla M95, que “es la óptima para estas circunstancias”, guantes desechables y zapateras esterilizadas. “Si la persona presenta síntomas, se le hace la prueba de coronavirus”, comenta la médica, quien reconoce que si bien están expuestos, el cumplimiento de los protocolos “reduce notoriamente los márgenes de error”.
Ana Reyes de Serrano, presidenta de la Asociación Nacional de Enfermeras de Panamá, y desde luego dedicada a dicha profesión, atiende consultas externas de psiquiatría y revisa pacientes en sus casas. Recuerda la importancia de 2020 para su gremio, declarado por la Organización Mundial de la Salud el Año Mundial de la Enfermería, con “un énfasis de nuestra profesión que es el cuidar”.

Y precisamente por esa entonación global, Ana Reyes reafirma la misión de ella y de sus colegas: “Somos la primera línea de ese cuidado en los centros de salud, o sea, en las policlínicas y en los hospitales”.
Tamaña responsabilidad en la pandemia actual no le impide recordar que “igualmente somos seres humanos y tenemos nuestras aprensiones con el contagio, pues nuestro riesgo de contagiarnos es mayor por el contacto” habitual con las personas.
Y Johan, una madre responsable de una cafetería ubicada en Brisas Norte, utiliza guantes y se lava las manos antes de recibir y después de entregar dinero, al preparar una bebida y al calentar y servir un alimento. Su valoración sobre la enfermedad en esa área de la ciudad escanea el sentir de los capitalinos, la manera como se preparan para lo que viene. “Bajó el número de clientes que vienen a tomar café, pero del supermercado de al lado solo sale gente con bolsas repletas de comida”.
En el hogar
Antes determinarse el jueves, el Casco Antiguo preservaba su espíritu estival. Dice Liz que acudieron dos grupos de al menos 15 personas al restaurante y que “comieron y pasaron felices”, como suele suceder en las noches de la temporada seca. “No ha bajado el volumen de visitantes, sigo atendiendo como si nada”, comenta antes de hacer énfasis en el religioso uso de alcohol y gel dispuesto por el negocio, más los desinfectantes personales que cargan ella y sus compañeros en sus bolsas.
En la noche del viernes, día de pago de quincena, en el Casco Antiguo había menguado el número de los visitantes. En varios restaurantes los meseros se agolparon en la salida a bostezar y a contestar preguntas acerca de la afluencia de público.
“Vamos suave”, comentó un muchacho del valet parking de la Plaza Herrera. En medio de la oscuridad refulgían algunas cabelleras rubias. “Puro gringo y europeo”, apuntó un biencuidao.

En la vía Argentina, el ambiente parecía el de un lunes. Un camión de la basura se detuvo por minutos a recoger cajas de televisores grandes, para activar un tranque típico de principios de semana. En Calle Uruguay, ni se diga: los bares y los restaurantes estaban medio vacíos.
Y la Cinta Costera fue un corredor solitario para uno que otro maratonista, escasos caminantes y los novios con sus besos a prueba de contagios.
A esa hora de la noche, cuando el Gobierno había concluído ya la rueda de prensa, Johan se aprestó a cerrar la cafetería. Acostumbra regresar a su casa en San Miguelito sobre las 10:30 p.m. Pero esta vez llegó media hora antes, porque no había tráfico en las calles. “Entro a casa por el corredor lateral, me meto en el porche de atrás, me quito la ropa y la pongo en la lavadora mientras yo me baño con manguera y, ahí sí, entro en la casa a saludar a mis hijas”.
Milisbet Ramos tiene una rutina similar. Lo primero que hace cuando llega a su apartamento es depositar en la lavadora la ropa que usó en el día y, sin tiempo que perder, corriendo en la punta de los pies, va al baño a tomar una ducha.
Carmen, en el regreso a su casa en Panamá Oeste, se lamentó de las medidas necesarias en las sucursales para “preservar la salud y bienestar de los trabajadores y del público”, siendo que “la gente se está acercando a abrir nuevas cuentas y a pedir préstamos”. Aunque reconoce que primero “está la vida”.
Y Ana Reyes pondera la obligación de cuidar al que cuida. Este principio gana mayor validez para “las profesionales y los técnicos vinculados con el sector de la salud”. Pero también para las personas cuyo sentido del deber las pone de pie todas las mañanas. Su misión es tan relevante como la de las autoridades y la del personal dedicado a afrontar el coronavirus.
Su labor evita la propagación del pánico.

