El papa Francisco, que dijo viajar a Irak como “peregrino de paz”, mantuvo ayer un histórico encuentro con el gran ayatolá chiita Alí Sistani, quien le transmitió su compromiso por la “paz” y la “seguridad” de los cristianos del país.
Tras esta reunión inédita, en la ciudad santa chiita de Nayaf, el papa inició su etapa más espiritual del viaje: la peregrinación a Ur para rezar por la “libertad” y la “unidad, y poner fin a las guerras y al terrorismo”.
A este lugar, cuna del patriarca Abraham, uno de los grandes profetas del cristianismo, el islam y el judaísmo, ya quiso venir el papa Juan Pablo II en 2000, pero Sadam Husein lo impidió.
Francisco rezó junto a responsables yazidíes —pequeña minoría iraquí martirizada por los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI)—; sabeos y zoroastristas —comunidades milenarias en el país—; y musulmanes, tanto chiitas como sunitas.
Poco antes se reunió durante casi una hora con el gran ayatolá Sistani, referencia religiosa para la mayoría de musulmanes chiitas, en uno de los encuentros religiosos más importantes de la historia. De la reunión sólo trascendió una foto de los dos ancianos y un comunicado de la oficina de Sistani. El dirigente chiita, que lucía el turbante negro de los descendientes del profeta Mahoma, nunca realiza apariciones públicas, responde por escrito a los fieles y periodistas, y sus representantes leen sus discursos. Con motivo del encuentro, hizo publicar un comunicado en el que agradece a Francisco su visita a Nayaf.
El gran ayatolá aseguró al pontífice “la atención que presta al hecho de que los ciudadanos cristianos puedan vivir como todos los iraquíes en paz y en seguridad, con todos sus derechos constitucionales”.
Francisco se reunió luego con esos cristianos que aún permanecen en Irak (1% de la población) mediante una misa pública, que se inició bajo el rito oriental, con traducción al árabe y al arameo, ante una congregación de fieles y responsables públicos estrictamente separados, como precaución a causa del coronavirus.