Jhavier Romero: ‘La brújula de invierno’



Ariel Barría, recordaba con cariño la tarde en que Jhavier Romero (La Chorrera, Panamá, 1983), llegó al círculo de lectura de Ricardo Ríos Torres, en Exedra Books, con una rosa. En la dedicatoria de su poemario La brújula de invierno, Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró 2017 (publicado ahora en Costa Rica por Fruit Salad Shake editorial), la rosa tiene nombre de mujer, nombre que, como descubrimos en el viaje que nos propone el poeta, lo acompaña en el camino y es objeto y cómplice de estos versos: Alessandra Monterrey Santiago.

Desde el título, el poeta nos invita a un viaje cuyas fronteras son las cortazarianas, “Del lado de acá” y “Del lado de allá”, y su camino/destino lo evoca los versos conocidísimos de “Ítaca”, del griego Kavafis. ¿Cuál será esa ciudad que impulsa al poeta y arrastra al lector? ¿Cuál el destino, las dimensiones del camino?

“Mi primer viaje…”, así arranca el libro. El poeta nos lleva a su infancia, que es la de todos, las dimensiones son planetarias y todo es reciente. Un verso nos delata que, aunque participantes del viaje, es otra la persona a la que se le abren las puertas del centro mismo de la emoción poética: “Si me hablaras ahora…”, dice el poeta levantando la mirada del relato para dirigirse a ella, a la flor, pero también a nosotros, cómplices viajeros, que los acompañamos.

El viaje por la infancia se detiene, terminadas las clases, camino de la Navidad de 1989. La emoción alcanza uno de los más altos vuelos en estos sencillos y profundos versos: “El palo de mamón en el que aprendí a leer. /El árbol en cuya copa por vez primera besaron mis labios, /esa frágil patria de follaje ya no está, /en su lugar solo nos dejaron el muñón de nuestra infancia”. Las consecuencias de la Invasión y su herida.

Ahora, el viaje es “Del lado de acá”. La ciudad/camino es Panamá, su centro: Calidonia, Plaza Cinco de Mayo, Casco Viejo, El Chorrillo. Escenarios, personajes que son accidentes geográficos de un istmo que nos retrata a todos allí donde estemos: “El tierno transitar a través de la herida”, y el viaje se traslada al centro de la amistad, que nos hace explorar los laberintos del cariño, de la experiencia, de lo onírico. Aquí el poeta dibuja profundos surcos de emoción y belleza, nos deja sostenidos en este verso: “¿Y qué soñaba yo/ que no dormía nunca/ pero siempre despertaba llorando?”. El homenaje al poeta Guillermo Naranjo es una celebración de la memoria envuelto en la propia búsqueda del autor.

Luego, “Maíz negro”, metáfora construida como quien teje un sombrero. Con oficio sutil, con historias ancestrales bañadas de oralidad, con ecos pasados que terminan con el poeta dando solución al olvido de todos los desaparecidos, aquí, y allí donde pretenda anidar el olvido: el maíz se siembra y sale oscuro donde esté enterrado un cuerpo: “¿Y si sembramos maíz oscuro en todas partes?/Si plantamos maíz en la selva,/en las raíces de la niebla,/en la soledad de los cuarteles,/entre las orquídeas /que invaden la orfandad de las antiguas bases,/en la ciudad con sus faroles inocentes,/quizás encontremos el lugar/donde moler nuestro dolor /hasta volverlo arena”.

“La brújula de invierno” nos lleva hasta nuestro destino. Las últimas dos secciones, “Del lado de allá” y “De todos lados” (que se abre con un verso de mi querido Rafael Alberti), son un diálogo directo entre la rosa y el poeta, que muestra cosmopolitismo y manejo experto de la narración, de la imagen, del ritmo, que usa los caligramas y los viajes espaciales para contarle a la flor el universo (no ya el mundo) y sus infinitas posibilidades. Y la última parada, esa se las dejo descubrir por la lectura de este poemario que bien merece un encuentro largo para ser comentado.

Un libro brillante, que marca un camino renovado para nuestra poesía. Jhavier Romero se une a la nómina de grandes poetas panameños que revuelven la mirada para sacudirse el espanto de temas manidos, para abrazar, desde una mirada muy nuestra, la ciudad que no es otra que el mundo, para transitar el camino cuyas dimensiones son el universo. Ese es el verdadero camino de la poesía.

El autor es escritor

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