¿Qué puede ofrecer una película sobre la Segunda Guerra Mundial (1939 - 1945) que otras cintas no hayan expuesto?
La anterior es quizás la pregunta que el espectador se hace antes de ver el filme Jojo Rabbit del director Taika Waititi (What We Do In The Shadows - 2005), una comedia dramática que llega a la cartelera nacional y cuenta las aventuras y desventuras de un niño alemán (Jojo Rabbit Betzler) de 10 años, obsesionado con la raza aria y cuyo sueño es enorgullecer al líder del partido nazi Adolf Hitler, convirtiéndose en un soldado.
Conociendo los contextos históricos, suena escalofriante la propuesta, pero Waititi no solo logra crear una rápida empatía entre el espectador y el pequeño Jojo, sacando carcajadas mientras se entrena para volverse un asesino, sino que además juega con la cotidianidad que tiene la sociedad en general con la guerra y es allí, como dirían los apreciadores del arte contemporáneo, donde radica el mensaje de la película, nominada al Oscar a mejor cinta del año.
Situaciones que deberían incomodar a todo el que las ve se vuelven hilarantes. Personajes que odian ciegamente, al punto de querer exterminar a toda una nación, se convierten en personas entrañables. Y un escenario lleno de tortura y muerte pasa a ser un patio de juegos. Todo esto contado, en su mayoría, no desde la invención, sino desde la realidad de una época que guarda incómodos parecidos con la actual.
El director camufla este escenario de horror con algunos personajes que rayan en lo caricaturesco, burlándose, inconsciente o no, no solo de los nazis, sino de toda persona que siga las doctrinas de una guerra.
Y es precisamente con este juego de motivaciones y normalidad que el también director de Thor: Ragnarok (2017) muestra una cara que a veces se olvida: la de los alemanes como víctimas. Un país engañado y adoctrinado, personas que creyeron en promesas políticas, en ideales falsos. Un comportamiento que se encuentra en cualquier país con un ejercito armado, en el que los villanos son los que se encuentran tras la frontera o no comparten los mismos pensamientos, y los héroes aquellos que salen a matar. Pero también cómo muchos ciudadanos alemanes, a pesar de los intentos de doblegación, a riesgo de perder todo lo que querían, lucharon por un mundo donde la guerra no tiene cabida.
A pesar de su marcada comedia, cada escena oculta un trasfondo dramático. Pequeñas acciones, como botar una manzana tras una mordida, traen al instante a la mente la imagen de personas muriendo de hambre en los campos de concentración. Un simple plano de los tejados habla sobre familias ocultas tratando de sobrevivir. Y niños vestidos de soldados recuerdan que portar un arma no los hace hombres, solo infantes a los que se les roba la niñez.
Este filme, que cuenta con actores como Scarlett Johansson (Marriage Story - 2019) o Alfie Allen (Game of Thrones 2011 - 2019), no solo toca temas sobre el famoso encuentro bélico, sino sobre la familia, la amistad, el crecer y el conocer al otro.
Waititi, quien interpreta al Führer, habla entre otras cosas del acercamiento entre personas como vía para evitar los conflictos, encontrando en las semejanzas razones para olvidar las diferencias, y que sin importar los orígenes todos compartimos el futuro.
Y es ese viaje de descubrimiento el que hará el espectador junto a Jojo y otros personajes, como su mejor amigo Yorki (este es quien sin duda muestra la inocencia más pura a pesar de los momentos que le toca vivir), en el que se replantearán su forma de ver la vida y a temprana edad descubrirán que la madurez radica en tomar decisiones y ser capaz de soportar sus consecuencias.
Jojo Rabbit es divertida, familiar, con chistes de contexto histórico, que critica y se burla de la sociedad global, que llega a enternecer, a sacar lágrimas y que recuerda que en este tipo de conflictos no hay ganadores, sino víctimas. Al terminar la película, solo queda la pregunta: ¿Por qué se ha perdido el miedo a las guerras?