En las letras hispanoamericanas hay un universo que tiene nombre valerano/madrileño: Juan Carlos Chirinos (Valera, Venezuela, 1967). Una de las mejores puertas de acceso a ese universo frondoso y urbano, es esta colección de cuentos que publica Ediciones La Palma, La sonrisa de los hipopótamos, en la que el autor reúne 11 textos suyos dispersos en antologías y revistas de América y Europa.
Hay tres elementos que Juan Carlos Chirinos domina y sabe mezclar como pocos: humor, ritmo e imaginación. No se trata de hacer reír para rebajar tensión: se trata de acertar en dónde colocar el humor, y cómo hacerlo invisible y necesario para que la historia continúe por los sobresaltos previstos y funcione. La literatura de Chirinos tiene la capacidad de mezclar un conato de sonrisa con la tristeza o la desazón, como en el cuento Juegos geométricos.
El ritmo, no es tanto la cadencia de las palabras ―su sonoridad, como la trama construida como una sucesión equilibrada (un desequilibro pretendido es equilibrio literario) de los hechos narrativos que nos acercan hasta el final del cuento haciendo explotar una emoción. Chirinos hace muy bien esto: cada giro, cada elipsis, flashback es una dosis perfecta, es una nota precisa en la elaboración del cuento. Y de fondo, al leerlos en voz alta, se nota la libertad exacta de una música de imágenes envolventes, como ocurre en el que es mi favorito, La mirada de Rousseau, de una brillantez triste.
Ya Juan Carlos Chirinos lo viene demostrando desde sus novelas El niño malo cuenta hasta cien y se retira, Nochebosque o Gemelas y también en sus cuentos, como en Leerse los gatos: posee una imaginación inteligente, una imaginación que va más allá del mero inventar historias o tener ocurrencias sin fondo. Chirinos imagina desde su vasta cultura, desde sus abundantísimas lecturas, desde su capacidad de escucha atenta. Es uno de los autores que mejor sabe imaginar para crear: tiende puentes entre lo menos dotado para ser convertido en literatura y su oficio.
El gran José Balza, maestro de muchos, venezolano universal para más señas, dice que la obra de Chirinos esta plena no sólo de humor, sino también de “desolación”. Y me he dado cuenta que no le falta razón cuando los he vuelto a leer con esa perspectiva, que sabes que está, pero no terminas de concretar en una palabra. Los personajes de estos cuentos, de todos los cuentos de Juan Carlos, tienen ese punto de desolado y desolador: generan en el lector un estremecimiento que perturba largo, más allá de la lectura. Nos confrontan con una realidad que bulle a nuestro alrededor, aunque no estemos atentos.
Muchos de los cuentos de La sonrisa de los hipopótamos, se dejan catalogar como fantásticos, pero no se engañen: en este universo lo fantástico no es más que una excusa para hacernos ver en qué mundo vivimos y que todo es posible, tanto, que nos parece mentira, como ocurre en Un ataque de lentitud o el certero Política, una historia de amor, que tiene una lectura muy actual sobre lo que nos enfrenta o nos une.
De ese cuento, quiero rescatar una frase que enmarca muy bien la actitud de la obra y la persona de Juan Carlos Chirinos: “El saber sin compasión pudre el espíritu”. En estos cuentos se nota el manejo cultural vastísimo de su autor, las lecturas diversas e interpretadas y convertidas en cuentos y novelas, la música, el cine, su tierra de allá, su ciudad de acá, mezcladas y distribuidas por su literatura. Jamás leerán una página arrogante de Chirinos, aunque te esté diciendo a las claras: “eso no es como tú piensas”. Y esta actitud artística agiganta todavía más la obra de este valerano/madrileño de sonrisa grande, abrazos de los buenos y conversación siempre feliz y pedagógica: leyendo a Juan Carlos, escuchando a Juan Carlos: siempre aprendes algo nuevo.
No dejen de entrar en este universo. Lean La sonrisa de los hipopótamos cuanto antes y busquen los libros de este fundamental escritor venezolano. Persíganlo en su búsqueda aguda y atenta de los resortes de la vida: rían y sorpréndanse a partes iguales con estos cuentos. Su mundo cambiará un instante y sonreirán como los hipopótamos.