Germán Rey parece todo menos un filósofo de acción, y más bien se asemeja en su forma de ver y de hacer las cosas a uno de los tantos personajes de las telenovelas colombianas sobre las que él escribió en el diario El Tiempo. El ahora gestor cultural vinculado al Convenio Andrés Bello se dedicó durante dos décadas a escribir en el periódico bogotano sobre la televisión de su país, antes que los melodramas colombianos también fueran dominados por la tragedia del narcotráfico.
Rey llega a equipararse, por sus buenas intenciones y sus faenas extremas, a don Hermes Pinzón, el padre de Betty (“la fea”) cuando intentaba impedir que su hija única se contagiara con las falacias del poder. O se parece a Mirando Zapata, el emprendedor de la novela El inútil, en su quimera de promocionar la industria nacional del calzado de cuero cuando ya las nuevas generaciones daban todo por unas zapatillas. Y tal vez por la sustancia de sus frases y las experiencias vividas en los campos de Colombia, se aproxima a Gaviota, la inolvidable recolectora de café.
Estos personajes son la familia de Rey a la que le dedicó columnas y reportajes con la misma periodicidad con la que se transmite una telenovela. En los artículos fue teorizando el valor de los melodramas, sin perder de vista su origen popular. “Pude ver qué país se expresaba a través de la televisión, la comedia, los dramatizados y el deporte, que también integran la cultura”. Y así descubrió “componentes propios de Colombia” agregados a un género consagrado de antemano en México, Venezuela, Argentina y Brasil.
“Fue la televisión la que les mostró a las ciudades colombianas las pesadumbres del campo. Pero además reflejó aquellos sectores que no eran habituales en el mundo de la cultura porque esta era más de la élite. Y lo más hermoso fue que esa televisión les testimonió a los colombianos que también podían reírse de sí mismos, que en medio de tantos sufrimientos era posible el humor”.
El caudal periodístico de Rey le permitió sumarse a la organización Convenio Andrés Bello. A finales de los años de 1990 fue invitado a participar en un proyecto que en ese entonces empezaba a analizar las relaciones entre la cultura y el desarrollo, básicamente alrededor de las industrias culturales y creativas. Un equipo de la organización se concentró en averiguar el impacto de estas industrias en el Producto Interno Bruto de los países.
Recuerda de ese tiempo —lo hace siempre— que Adam Smith tiene en su libro La riqueza de las naciones un capítulo que le resultó muy estimulante. “Es sobre el trabajo improductivo, y es bellísimo. Alguien que trata sobre la producción y la manera como se construye la riqueza, en la mitad de su obra se pronuncia sobre el ‘improductivo serio’, como la persona que escribe, y el ‘improductivo frívolo’, como los cantantes y los danzarines y los bufones”
Rey dedicó sus estudios al segundo grupo de los “improductivos”. Detectó que en ese entonces la cultura era considerada un lujo que formaba parte del Estado con esa “cantidad de improductivos que no le aportaban nada el PIB sino que al contrario le daban dentelladas”.
Esta concepción cambió por completo cuando él sustentó, con otros especialistas del Convenio Andrés Bello, que en esas actividades había generación de riqueza a partir de la creatividad puesta en “el ámbito de la economía pero también de la convivencia social”. El análisis desembocó en la conclusión de que esos “improductivos” realmente son una legión que en ese entonces, por lo menos en Colombia, generaban más empleo que la industria de los carros.

El campo
Su más reciente aventura transcurrió en Chaparral, en el departamento (provincia) del Tolima. Vinculado al gobierno del presidente Iván Duque en virtud de los acuerdos firmados con las Farc, el periodista viajó hasta ese pueblo caliente todavía de tantas violencias, para ver los adelantos de la instalación de una radio comunitaria.
“El último cargo que se me ofreció fue el de Defensor del Oyente, instaurado en el Acuerdo en concordancia con el compromiso de crear 20 emisoras radiales en los territorios del conflicto, y lo he asumido con total compromiso”. Rey había sido Defensor del Lector en El Tiempo después de sustituir “al irreemplazable” Javier Darío Restrepo en el año 2000.
“Así que esta vez me fui a ver cómo avanza en Chaparral la primera de esas emisoras radiales”. Se sorprendió con los jóvenes comprometidos con la radio pero también “integrados al aparato del Estado” y que van entendiendo el significado de lo público y de la libertad de expresión.
Y se asombró aun más al saber que todas las facetas de los combates estaban detrás de los micrófonos. “Uno de los muchachos me dijo que él acostumbraba llevar los transmisores en su espalda, y capté rápidamente que él se encargaba de las transmisiones de la Radio Resistencia de las Farc”. Otro había sido combatiente. Y estaba una mujer, una “jovencita” cuyo padre había sido asesinado por las Farc. “Me pareció muy simbólico que estuvieran presentes todas las vertientes del conflicto sentadas ahí, trabajando con una herramienta cultural como la radio”.
El Defensor del Oyente recuerda además su experiencia con los mamos de la Sierra Nevada de Santa Marta. Hace unos años se propuso construir un laboratorio de innovación descrito por él como ubicado en un sótano sin ventanas, carente casi de ventilación y de aparatos tecnológicos, pero sí equipado de “la fuerza que solo da la imaginación”.
En ese habitáculo los indígenas de la Sierra se propusieron grabar documentales bajo la dirección de Rey, acerca de tópicos como la escasez del agua y las tragedias que se avecinan con la falta de ese y de otros recursos naturales. “Era un mensaje que los hermanos mayores, o sea los mamos, les enviaban a sus hermanos menores, es decir nosotros”.
Esta comunidad aborigen quería hacer una proyección audiovisual por sí misma, a diferencia de aquellas elaboradas ya por equipos fílmicos holandeses y franceses y por empresas colombianas e internacionales. El punto de partida de las grabaciones eran unos “archivos digitales” en manos de los mamos, que sorprendieron a Rey por la capacidad de la tecnología para constituirse en un instrumento de la cultura.
El resultado fue una producción multimedia pergeñada en una montaña habitada por una milenaria comunidad aborigen, producida en un sótano sin ventanas y vista ya por televidentes de todas partes.
Tal es el poder de la economía de la mente.
