“Si puedes, pon; si no puedes, toma”. Las cestas con alimentos suben y bajan de los balcones a la calle. Durante la guerra contra el coronavirus, Nápoles libra también una batalla solidaria contra la miseria.
A lo largo de los muros pintarrajeados y a menudo decrépitos, hay un extraño baile de cestas de mimbre. Atadas con cuerdas, hacen varios viajes de la calle al balcón, llenándose de alimentos y de platos calientes.
Falta de recursos en las calles napolitanas
Eurostat estimaba en 2018 que 4 de cada 10 napolitanos están expuestos a una pobreza relativa, un récord en Europa. Además, un tercio de las personas entre 15 y 29 años no están ni escolarizadas ni tienen oficialmente empleo, según Unicef.
Uno se lleva su almuerzo acompañado de un “buon appetito” lanzado desde un balcón, otro se quema los dedos al quitarle el envoltorio y ponerla sobre el capó de un coche. Otros tratan de comérselo con una mezcla de café/amaro (un licor de plantas) que le ha traído una vecina en un frasco.
Ciro, un veinteañero, “paga”su plato con una canción para la cocinera y ella le aplaude desde el balcón.
La idea la tuvo Angelo Picone, el “Capitán”, presidente de una asociación de artistas de calle, muy implicado en la vida asociativa napolitana. Dice que se inspiró de un médico de la ciudad de principios del siglo XX, Giuseppe Moscati, que fue posteriormente beatificado, y quien, según la leyenda napolitana, al final de las consultas tendía su sombrero.
Los pacientes que tenían dinero pagaban, los que no, se servían.
Cuando colgó de su balcón una cesta con una hoja de papel describiendo el juego, Angelo Picone se dio cuenta que se llenaba y se vaciaba. Rápidamente, otros copiaron a “Il Capitano”. Como Teresa Cardo, una profesora de inglés. “Empezamos poniendo un trozo de pan, una bolsa de pasta, una lata de tomates pelados. ¡En dos horas, la cesta estaba llena! Es muy emocionante”, dice, explicando que la experiencia alivia el confinamiento.
