Julio Zachrisson -el pintor panameño más importante de la segunda mitad del siglo XX, en palabras del crítico de arte español Juan Manuel Bonet- hace de las suyas estos días en el histórico Cuartel del Conde Duque de Madrid, sede del Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad que el artista hizo suya desde 1961.
Se trata de la primera exposición en la que es posible contemplar todos los géneros artísticos practicados por el artista -pinturas, dibujos, esculturas y grabados-, gracias al Ayuntamiento de Madrid, con la curaduría del estampador estadounidense Denis Long y el escritor español Marcos Giralt Torrente.
Julio Zachrisson, un artista entre dos orillas, “es la retrospectiva más completa de su trabajo realizada hasta el momento, cronológicamente, ya que abarca cinco décadas, desde un dibujo fechado en 1960 a otro de 2007, y conceptualmente, pues por primera vez su obra gráfica y sus pinturas, sus dibujos, collages y esculturas comparten espacio”, explica Giralt Torrente.

Zachrisson nunca perdió el vínculo con su tierra natal. Ha regresado periódicamente, y a lo largo de los años ha expuesto en distintas galerías, así como en el Instituto Nacional de Cultura y en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC). Sin embargo, no ha sido posible presentar en Panamá una muestra que abarque la totalidad del universo creativo del artista. Su expreso deseo es que las obras expuestas en Madrid -que forman parte de su colección privada- viajen a Panamá para quedarse definitivamente como legado del artista a su patria.
Al respecto, la curadora Adrienne Samos lamenta que el MAC solo tenga una decena de obras que no representan el valor y complejidad innovadora de su obra.
“Zachrisson ha inventado un mundo lleno de carnalidad y picardía, a caballo entre el realismo, la leyenda, la historia y la fantasía, y entre la figuración y la abstracción. Aunque lleva mucho más tiempo en España que acá, su arte siempre ha logrado transmitir el espíritu de nuestros barrios populares. Sus personajes -humanos, animales e híbridos- escenifican actos de explosiva o voluptuosa intensidad. En su mundo no hay fronteras entre lo bello y lo grotesco, pero sí entre la crueldad y la avaricia, por un lado, y la voluntad ética y solidaria por el otro. Su carencia de tabúes, su lucidez crítica y su capacidad de renovar y renovarse no tienen parangón en la historia del arte panameño”, agrega Samos.

Ciertamente, la ausencia de Julio Zachrisson de su tierra, desde que partiera a México en la década de 1950 -donde estudió muralismo y grabado en la escuela de arte fundada por Diego Rivera- y su llegada a Europa, primero a Italia y luego España, no ha hecho mella en su esencia, que empezó a formarse en las calles de San Felipe, en el cercano Marañón o en los mágicos territorios del Golfo de Panamá, que conoció con los pescadores del terraplén, así como en las jornadas de protesta estudiantil por la situación colonial o en el taller del maestro Juan Manuel Cedeño.
Panameño y universal, tal como lo describiera la directora del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, María Angeles Salvador Durantez, al inaugurar la muestra: “la huella goyesca, tan irónica como crítica... sus raíces, su tierra, que mira el hedonismo caribeño… una vida exultante y poderosa, y a su lado, la muerte sin edulcorantes… el colonialismo….que nos aporta las estampas más dolorosas y universales…”.
La muestra, que fue inaugurada el pasado 3 de diciembre con las limitaciones propias de los tiempos que corren, tuvo entre los 15 afortunados que pudieron asistir a Olga Sinclair, otra destacada artista panameña que estos días vive en Madrid.

“Hablar de Julito Zachrisson es hablar de una leyenda…. Con el corazón lleno de emociones y recuerdos de mis años mozos en Madrid, vuelvo a retomar esos encuentros del arte, donde la mirada bandida y pícara de ese genio amable, cariñoso, bien panameño, hace de sus obras una experiencia visceral. Extraordinario dibujante, crea un mundo plagado de seres cuasi monstruos, violadores y llenos de retorcidas oscilaciones, mientras uno se pierde en la enmarañada tela, rica en texturas y colores, para luego encontrar un cuerpo femenino desnudo que juega a desmembrarse”, relata Sinclair.
La muestra -que permanecerá por un año en el museo madrileño- incluye un hermoso y prolijo catálogo con textos del ya citado Bonet, así como el documental del cineasta Abner Benaim y una película de animación de Cine Animal. Con suerte, la vacuna permitirá a algunos afortunados ir a disfrutarla, pero su destino final debe ser Panamá. Es el deseo de Julio Zachrisson.
