Los cautivos espectadores en Panamá han mantenido a La casa de papel como el contenido más visto en el país en Netflix, una exitosa serie que en su cuarta temporada presentó evidentes señales de agotamiento, con conflictos reiterativos, personajes desgastados y un abuso a ultranza del flashback.
Hablamos de una producción española a cargo de Álex Pina y estrenada en 2017, que empezó contando el desarrollo de un plan maestro para imprimir y robar cientos de millones de euros en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre de España. Los movimientos calculados de “El Profesor” ante cada intento policial por frustrar la operación, con rehenes en medio, atraparon la atención de Netflix y de sus millones de suscriptores, que han seguido el thriller durante cuatro temporadas y ahora esperan una quinta programada para 2021, si la pandemia lo permite.

Todo en orden, hasta que llegó esta cuarta entrega, en la que, para empezar, la sensación de déjà vu es constante. Veamos: Palermo, uno de los líderes del grupo que ingresó esta vez al Banco de España para robar el oro de la bóveda, posee un ego kamikaze y una volatilidad que desestabiliza al grupo y al minucioso plan, justo como pasaba con Berlín, uno de los líderes del primer atraco. Por su inestabilidad, Palermo es derrocado por Tokio, como también le ocurrió a Berlín con Nairobi en la Fábrica de Moneda y Timbre; y la inspectora a cargo del caso, Alicia Sierra, es apartada como carne de cañón por sus superiores y luego encuentra, por su cuenta, el escondite de El Profesor, igual como le pasó a la inspectora Raquel Murillo en la segunda temporada.
Y así, mucho más: de nuevo la alta tensión y juegos de engaño entre los asaltantes, más de las relaciones sentimentales que van y vienen entre celos y dudas, y rehenes desconectados con la realidad, específicamente el único que ha estado en los dos robos de la banda: Arturo Román, el personaje más innecesario y forzado de la temporada.
Como forzosos son también los flashback de relleno para estirar la historia, un recurso que el espectador agradece cuando son usados para explicar más del pasado o motivaciones de los personajes, pero en la justa medida, sin que rompan el ritmo del thriller e inviten al aburrimiento.
Los recuerdos son también la forma empleada por los guionistas para no pasar página y mantener en la pantalla a Berlín, Moscú, Oslo y otros personajes que fallecieron durante la primera operación.
“Es un escapismo sin igual, pero el hastío se está empezando a apoderar de ella”, apuntó al respecto The Independent.
En su reseña, El País jugó con la ironía: “No se puede decir que la serie no se haya mantenido fiel a sí misma. Mantiene las mismas fortalezas y las mismas debilidades (...) muestra claros síntomas de desgaste”.
Espinof reconoce las virtudes de la serie, pero también sus males: “Sigue funcionando como un tiro para entretenerte, pero la credibilidad de los guiones empieza a estar cogida con pinzas, dejando claro que el final definitivo de La casa de papel debería estar cercano en el tiempo si quieren despedirse por la puerta grande”.
Por supuesto que La casa de papel cuenta con atributos que en esta nueva entrega volvieron avanzados los capítulos (entre el 5 y 6) y que son los que mantienen atentos a su amplia audiencia, por ahora, porque siempre hay límites, como han demostrado producciones exitosas recientes (Lost, The Walking Dead o Los Simpsons), que fueron perdiendo interés al extender sin justificación sus propuestas, salvo el de facturar más dividendos a costa del rating.

