En esta pandemia, los muertos van prácticamente solos al cementerio. Durante el toque de queda, un puñado de personas está autorizado para ir a los sepelios. Prohibidas las aglomeraciones, parientes y amigos se resignan a velar desde su casa a sus seres queridos.
Según el Ministerio de Salud (Minsa), en los servicios funerarios solo podrán estar cinco acompañantes, siempre y cuando el espacio lo permita y los asistentes empleen una mascarilla.
Si el sepelio precisa la movilidad del cadáver hacia alguna provincia, los asistentes deben portar copia del certificado de defunción y la nota de la funeraria en la que consten el sitio y la hora de las honras fúnebres, añade el boletín del Minsa.
La norma reconfigura los rituales fúnebres en un país en el que el 85% de la población se dice cristiana. El Covid–19 redujo a migajas la asistencia de los cortejos al cementerio. En muchos pueblos, desaparecieron los desfiles de caminantes detrás del féretro y se han apagado los lamentos y las voces susurrantes. Solo se escuchan las palabras de los oficiantes delante de las tumbas. Y en las ciudades, las ceremonias se convirtieron en un acto íntimo y breve, y solo uno que otro testigo se atreve a ir a ver descender el ataúd y fijar la lápida.
El fallecimiento de una familiar de Ana Reyes corrobora cómo se cumplen en Panamá estos duelos definitivos. Muestra cómo se ajustan los panameños al decreto que también reglamenta el ritual de la muerte. Una prima hermana del esposo de Ana, que padecía diabetes y otras afecciones, falleció el pasado lunes en el Hospital Rafael Hernández de David. “Como gran parte de su familia está del lado de acá [en la capital], solo cinco parientes viajaron a despedirla”, contó.
Con duras restricciones vehiculares, los parientes elegidos se desplazaron por carretera hasta David, con una mascarilla ajustada en el rostro en todo momento. Cumplidas las solemnidades, en el hospital les advirtieron a los familiares sobre las medidas impuestas. Ni siquiera les dejaron ver el cuerpo: cuando lo entregaron ya tenía la vestidura mortuoria. “Les dijeron que no la podían descubrir, cuando lo tradicional es que usted vista a sus muertos, los mire y les dé el último adiós…”. El entierro ocurrió el miércoles 25 de marzo.
Las honras fúnebres infunden resignación en parientes y amigos y conocidos. Pero este propósito de paz se interrumpe con el acecho del Covid–19. De un lado está “el temor humano que siempre existe”, reconoce el padre José Rodríguez, oficiante en Los Santos. De otra parte, se encuentra la policía que ronda las calles, dice Argelis Saucedo, habitante de la región de Azuero.
Rodríguez oficia los rituales según la religión católica. “Las misas se celebran todos los santos días” en una capilla frecuentada por seguidores con el compromiso de guardar la debida distancia.
Los demás creyentes escuchan la conferencia pastoral a través del Instagram y de las redes sociales y las plataformas de la web. “He oficiado misas de difuntos, con las restricciones. En alguna de las congregaciones intervino la policía, pues querían ingresar a la capilla más de 100 personas”.
Argelis Saucedo perdió a su prima el sábado 21 de marzo a las 4:00 p.m. Murió en su casa, en La Peña de Los Santos. Era paciente del Hospital Oncológico de la capital y los médicos le autorizaron unos días en su hogar junto con su familia. “La última vez que nos vimos fue el 9 de marzo en el piso del Oncológico donde está el CAD. Acompañaba a mi papá a un examen”.
De repente, unos asistentes de enfermería bajaron a la prima de Argelis al piso segundo del Oncológico. Se vieron por última vez después de un CAD practicado a la prima. Tenía la cara rosadita y el semblante coloradito, detalla Argelis. “Le dije: Ah, tienes calor, y me dijo que no”. Luego le preguntó: ¿Tienes fe? “Me contestó que sí. Y se quedó allá…”.
Una excepción
“Valdría la pena flexibilizar el decreto. Tras el entierro, quedan muchos sentimientos opuestos en los familiares sobre la persona que murió sola y sin compañía”, propone Ana Reyes, presidenta, además, de la Asociación Nacional de Enfermeras de Panamá.
Enfermera de profesión y especializada en asistencia psiquiátrica, Reyes hace hincapié en el apoyo emocional a pacientes internados en la unidad de cuidados intensivos (UCI). Resalta la fuerza espiritual de una parentela en situaciones de vida o muerte. “Pero el Covd–19 limita en extremo estas visitas, a diferencia de lo que se acostumbra: el paciente es visitado durante 15 minutos, y varias personas se turnan para verlo”.
Propone el acondicionamiento tecnológico adecuado en las UCI para que la gente acompañé a sus familiares a través de un equipo celular o una tableta.
La soledad se siente aun más en los cementerios de la capital. Un trabajador de un jardín capitalino a donde la gente lleva los cuerpos de sus seres queridos informa que “se redujeron las visitas”. Que en los sepelios reina la cautela y que en varias ceremonias, si acaso, se escucha el rumor de las palabras de despedida. “Pero nosotros funcionamos con normalidad. Hemos atendido fallecidos por coronavirus y de otras enfermedades”, dice.

La muerte de figuras públicas en tiempos normales congrega la asistencia masiva de personas. La misa de despedida y el sepelio son secundados por seguidores y hasta de adversarios, y las honras fúnebres exigen la presencia de la fuerza pública. Esta semana, en la Villa de los Santos, falleció un alto dirigente político y los mensajes de su partido y de muchos interioranos en las redes sociales anticipaban un mitin multitudinario.
El ímpetu se detuvo por un boletín del partido: “… Tomamos una decisión difícil […] se ha decidido hacer una cremación para esperar que pase todo lo que ocurre con la pandemia y poder hacer la despedida que él se merece”.
Nacido en Antón pero habitante de Aguadulce, el antonero René Moreno prefirió no esperar más para ir a despedirse de su madre, doña María Teresa Castañeda Morales, fallecida a los 92 años de edad. Tres días antes de su deceso, el viernes 20 de marzo, Moreno le rogó a su hijo menor que lo llevara en carro a ver a la señora Teresa. “Paré varios taxis pero ninguno me quiso llevar, me parece que hay temor por el coronavirus”.
Aun así, alcanzó a hablar con su mamá. “Cuando llegué a su casa, me dijo: A tu madre le llegó la hora: ya pronto va a morir”. El lunes 23 de marzo a las 12 de la noche murió doña Teresa en presencia de sus hijos y de algunos de sus familiares aunque no de todos. “En el hospital, la doctora geriátrica autorizó su traslado a casa”.
La señora Teresa no recibió la extremaunción ni oficiaron misas en su nombre. Dos pastores y unos cuantos familiares, entre ellos sus hijos, la despidieron en el cementerio ese mismo lunes a las 10:00 a.m.
En nombre de la prima de Argelis Saucedo se celebró una misa en la parroquia de La Peña de Los Santos. “Allí empezaron a rezar por ella pese a que la corregidora advirtió que no podía hacerse eso”. Tampoco se han rezado los novenarios en casa ni convocado a reuniones para recordarla. “La policía anda en sus rondas, que además las tiene que hacer por el bien de todos”, valora Saucedo.
Qué difícil resulta darles el último adiós a los seres queridos durante el reinado del coronavirus, tan implacable que ni después de fallecidos les da reposo. En estos tiempos de la peste moderna, ellos tienen que marchar solitarios a su propio entierro.

