Cuando se pone el sol, en la pequeña ciudad montañosa de Tatsuno, Japón, miles de luciérnagas comienzan a brillar en la oscuridad, un espectáculo de los primeros días estivales que atrae a decenas de miles de visitantes. Pero este año es diferente.
Debido a la pandemia, los organizadores cancelaron el festival de las luciérnagas en un Tatsuno vacío.
Si bien esta decisión desilusionó a muchos aficionados, ofreció también una inusual atmósfera de serenidad al ballet nocturno de estos insectos.
Este espectáculo natural dura solo 10 días en junio y es el último capítulo de la vida de las luciérnagas. “En un año de vida, las luciérnagas sólo brillan durante 10 a 15 de los últimos días de su existencia para dejar atrás una descendencia”, recuerda el alcalde Yasuo Takei.
“La luz corresponde a un desfile nupcial, es un medio de comunicación entre los machos y las hembras”, completa Katsunori Funaki, responsable del turismo en Tatsuno. “Es una herramienta que les permitirá, durante 10 días, encontrar un compañero y poner huevos para el año siguiente”.
Cuando se dan las condiciones, sin lluvia ni viento, hasta 30 mil luciérnagas realizan su embriagador baile luminoso.
Pero estos seres frágiles prácticamente habían desaparecido de la región, a medida que industrias como la de la seda se desarrollaban aguas arriba del río, y con ellas la contaminación.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la ciudad hizo grandes esfuerzos para restaurar el medio ambiente y proteger a las luciérnagas, y viene organizando este festival durante más de 70 años.
La presencia de luciérnagas es generalmente el signo de una naturaleza inmaculada, pero estos insectos también tienen requisitos para elegir su entorno.
Para atraerlos, Tatsuno recurre a un caracol de agua dulce llamado kawanina en japonés (Semisulcospira Libertina). Porque las luciérnagas pasan unos nueve meses creciendo en el agua, y sus larvas se ven atraídas por este caracol, explica Funaki.