Bien dice la sabiduría popular que el cerebro de un niño es como una esponja: puede absorber lo bueno y lo malo.
Por ello, la exposición a dispositivos tecnológicos como tabletas, celulares, computadoras, así como videojuegos y televisiones, debe ser regulada y contar con la supervisión de adultos para su beneficio intelectual.
La médico Yamilette Rivera, pediatra neonatóloga con entrenamiento en evaluación del neurodesarrollo, afirma que el desarrollo cerebral sigue patrones genéticamente establecidos e influenciados por los estímulos a los que está expuesto durante sus periodos más críticos de maduración y especialización.
Lo explica así: “Después de nacer, el crecimiento y desarrollo cerebral es sumamente rápido, y alcanza cerca del 80% de su desarrollo total alrededor de los dos años. Este periodo de rápido crecimiento y especialización es altamente sensible a los estímulos a los que está expuesto, por lo que es de vital importancia que seamos cuidadosos con relación a los estímulos a los que repetidamente exponemos al cerebro y los sentidos de los niños.
El desarrollo madurativo de las áreas sensorimotoras de la corteza cerebral se encuentran a su máximo nivel durante esta edad, y esta es una de las razones por la que la Academia Americana de Pediatría emite recomendaciones con relación al uso de las pantallas en menores de dos años”.
EFECTOS EN COMPORTAMIENTO
Debido a esto, la sobreexposición a los dispositivos en los primeros años de vida puede alterar la expresión de los “patrones normales” de comportamiento en el niño y provocar cambios que pueden resultar en trastornos o alteraciones del desarrollo más complejas, menciona la doctora Rivera.
La exposición temprana a la digitalización por sí misma afecta, por ejemplo, la adquisición del lenguaje comprensivo y expresivo, explica la pediatra.
En este sentido, la doctora Rivera plantea que los niños pequeños no tienen la capacidad de separar lo “real” de lo “virtual”, ya que la capacidad de abstracción no se alcanza hasta después de los ocho años, aproximadamente, y esta es una de las razones por las que “creen” todo lo que ven y escuchan.
Es por ello que la exposición inadecuada a estos dispositivos hace que su personalidad, su conducta y su capacidad de percibir el mundo que les rodea a través de sus sentidos se vea afectada, por lo que su comportamiento y su desempeño social también se compromete y puede involucrar hasta la adolescencia y su adultez.
Por ejemplo, cada vez que los padres esperen que los niños completen una actividad y estos están con algún tipo de equipo digital “no vamos a lograr que la realicen. La alta velocidad de recuadros por minuto que se alcanzan a través de una pantalla, no puede ser igualada a la velocidad de ejecución en ‘tiempo real”.
Así, por la exposición prolongada, los chicos cambian la forma en que perciben el mundo que los rodea, modifican sus prioridades y sus intereses.
Por su parte, la neuropsicóloga Emelyn Sánchez, doctora en Neurociencias cognitivas, añade que así como consumir exceso de grasa y azúcares modifica el cebrero y su funcionamiento cognitivo, “estar expuestos a pantallas por tiempo prolongando influye en todos los aspectos del cerebro”.
Ello, mientras mejora la percepción visual y el tiempo de reacción, “disminuye la tolerancia a la frustración y la necesidad de estímulos intensos y constantes para gratificarse”.
A ROMPER LA MONOTONÍA
Está en los padres y los demás cuidadores adultos de los niños y jóvenes, el fomentar en ellos una mente y un comportamiento sano, libre de dependencias de objetos tecnológicos.
Ello se puede lograr recurriendo en la crianza al uso de juegos tradicionales, sin olvidar que es importante “intentar pasar más tiempo con los niños y guiarlos en lugar de corregirlos”, sugiere la pediatra Rivera.
Con ella coincide Sánchez, quien aboga por pasar mayor tiempo offline con los niños y lejos de la tecnología.
¿Cómo? Practicar deportes, salir a jugar, visitar el parque, resolver rompecabezas, jugar a las pistas de autos, entre otros, son algunas ideas para ello.
Así mismo, añade, que los padres y cuidadores deben responsabilizarse de aquello que sus hijos consumen en las pantallas, “así como cuidamos de su alimentación diaria”.