El abuso de poder se ensaña en Filipinas contra María Ressa y en Rusia contra Dimitri Muratov.
Desde el periodismo expresan un ideal, son quijotes, y luchan contra los abusos a la democracia, abusos de los que son víctimas.
Son ejemplos mundiales de idealismo y coraje frente a tanta adversidad desde el autoritarismo en aquellas naciones.
Se atreven contra el abuso de poder y la mentira. Y les han otorgado el Premio Nobel de la Paz.
Un premio para todos los periodistas del mundo que denuncian los abusos del poder político —observe a su alrededor—, en una época de vapuleo y freno a la democracia y libertad de expresión.
Solo en el medio de Muratov, Novaya Gazeta, le han asesinado a seis colaboradores.
Relato de hechos son peligrosos.
Para gentuza del poder, escenario sin medios independientes sería mejor que excursión a Disney Word. Más en nuestro humillado país desprotegido de instituciones de carácter.
Y poderosos envilecidos y embriagados del control del erario. Sienten, eso sí, la amenaza del vendaval de las redes sociales, y se empeñan en controlarlas, y las declaran una amenaza, con su nueva aliada, la prensa tradicional.
El rejuego de la relación prensa y poder político. Dificultoso. Endiablado. Hay quienes creen que los medios tradicionales, junto con grandes empresarios y el sector financiero, se han establecido como un poder fáctico.
Panamá goza de una historia exuberante en su periodismo desde que llegó en 1820 la imprenta embarcada en Jamaica, la primera en el Istmo, que imprimió La Miscelánea del Istmo, y en cuya cabecera se citó el artículo de la Constitución española que garantizaba la libertad de imprenta. Instrumento de propaganda, La Miscelánea del Istmo, de cuatro páginas, en formato pequeño, salió a la luz pública el 4 de marzo de 1821. Dirigido por José María Goytía, el periódico apoyó la independencia del Istmo de España y su adhesión a la Gran Colombia, regida por Simón Bolívar. Mariano Arosemena, uno de sus promotores, escribió que la publicación fue fundada para contribuir “con nuestro programa de libertad”. Los propietarios del semanario y de la imprenta eran seguidores de Bolívar, quien los puso en contacto con sus amigos de Jamaica para que adquirieran el equipo.
Aunque la Corona española era la adversaria, nuestros abuelos periodistas a la carrera eligieron como epígrafe un artículo de la Constitución imperante en el Reino, el 371. “Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia”, es el epígrafe de La Miscelánea del Istmo. Como las protestas de hoy, a las que no hay que pedir permiso.
Los distraídos no se percatan del impacto de la comunicación en la hoy aldea global, en la que la audiencia lleva las riendas. Ni Marshall Mc Luhan, científico del siglo pasado y creador del concepto, pudo imaginar una aldea global con casi el 50% de los usuarios entre los 7 mil millones 444 mil pobladores de este planeta más los que están naciendo en este momento. Ahora sí tenemos esa aldea global, con internet, como sí lo vaticinó Julio Verne, en 1863 en su novela extraviada por un largo periodo; París en el siglo XX.
Luchemos por la libertad de pensamiento, el más grande triunfo que los seres humanos valientes alcanzaron sobre el despotismo. No hay labor más reprochable, al engendrarse odios, que la persecución del libre pensamiento por poderes públicos.
A los periodistas, propietarios y editores: elevar el nivel espiritual de los medios: que sean instrumento de cultura, civilización y progreso; levantar un altar a la libertad. “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, le recuerda Quijote a su ayudante.
Una sociedad aceitada con la información y el debate público representa ‘la demolición moral del fracaso’, en palabras de García Márquez, maestro por excelencia del oficio periodístico.
El autor es periodista, filólogo y docente.