Desde hace días, el mundo de la cultura se encuentra de luto en Panamá. Mis colegas del Istmo han quedado un poco huérfanos porque se les ha ido para siempre uno de sus maestros indiscutibles, Richard Holzer (1923-2021), impulsor del Instituto Panameño de Arquitectura y Urbanismo entre otros muchos méritos. La producción de este arquitecto de origen vienés es una de las más premiadas del país por su calidad, y una de las más prolíficas y dilatadas en el tiempo. En esta orilla del Pacífico no sólo el gremio de la arquitectura está triste por su pérdida. A lo largo de sus vidas, miles de capitalinos se habrán sentido identificados con decenas de edificios de este eminente arquitecto. Y —como no puede ser de otro modo— notarán ahora el tremendo vacío al despedir a uno de los referentes de su identidad contemporánea.
Nada más llegar a Tocumen por primera vez en 2012, cuando aún no sabía nada de Holzer, hice un rápido reconocimiento de la metrópoli antes de comenzar mi labor profesional en aquellas latitudes. Algo abrumado por la frenética actividad de Obarrio, pretendía ubicarme cuanto antes y conocer el contexto urbano que me habría de acoger durante casi dos años de intenso trabajo.
Entonces me topé con el “Hotel Continental” en Vía España y me maravilló su monumental cortina vegetal en altura y la macrotextura tridimensional de una fachada enhebrada que proclamaba una modernidad vibrante, de plena adaptación al clima. Mi asombro fue en aumento al saber que aquel edificio se había construido ¡hacía más de medio siglo!, cuando todavía ni se soñaba en el mundo con los sofisticados sistemas de certificación de arquitectura sostenible a los que empezamos a acostumbrarnos.
Y aquel periplo fue de sorpresa en sorpresa. Muy cerca, bajando la calle Samuel Lewis, divisé un elegante edificio bien proporcionado, compuesto de tres esbeltos prismas con el rótulo HSBC, que me deleitó ya desde lejos por su escala tan estupendamente ajustada al entorno, por su claridad geométrica y por la racionalidad de todos sus detalles constructivos, pensados para el clima húmedo del trópico. Al acercarme, pronto comprendí que aquel no era un espejismo, sino una estupenda obra de arquitectura que supera a la perfección cualquier examen detenido, sin importar la distancia desde la que se escrute. Luego me dijeron que el edificio llevaba en pie más de treinta años. ¡Qué virtud la de su autor al imprimirle un carácter contemporáneo que hoy perdura!, medité.
Pero no acabó ahí mi promenade iniciática. En la misma esquina con la avenida Ricardo Arango alcancé a distinguir una dinámica fachada curva. Al punto, atrajo mi atención su aspecto orgánico de moderna naturalidad, con un increíble juego de luces brillantes y sombras profundas, acuchilladas por la horizontalidad de ligeras terrazas y rematadas con maestría en su cubierta. No pude resistir la curiosidad y fui a adentrarme en el atrio del Edificio De Lesseps, cuando al otro lado de la calle adiviné otra elegante torre de viviendas, perfectamente articulada en todos sus elementos, con una arquitectura rigurosamente modulada que se podría definir como ligera y “transpirable”: el “Edificio Diplomático”. ¡Cuánta arquitectura de calidad hay en el centro de Panamá!, me dije a mí mismo.
Crucé Calle 50 y al llegar a Aquilino de la Guardia quedé atónito con una pieza arquitectónica que a nadie puede dejar indiferente. La actual sede de Banistmo (entonces HSBC) emergió ante mí como una profecía cumplida. Estaba contemplando una pieza ejemplar de arquitectura moderna bien plantada en su entorno, enraizada en su contexto climático y resuelta con economía de medios, rigor en el desarrollo, precisión en el detalle y universalidad en su codificación. El edificio se explicaba a sí mismo con la elegancia y la concreción del matemático, con la naturalidad que hace parecer fácil lo difícil.
No pretendo aburrir al lector con mis peripecias urbanas al encontrarme con la buena arquitectura de Panamá hace nueve años. Sólo debo confesar que me impactó sobremanera que casi todos los edificios que inicialmente habían llamado mi atención tenían algo en común: la mano de Richard Holzer. Luis Carballeda, mi buen amigo y compañero de claustro académico en la Escuela de Arquitectura de la USMA fue quien meses después me descubrió a Holzer. Entonces até cabos y comprendí la notoria dimensión de su herencia para toda la ciudad y la talla inconmensurable de este arquitecto, maestro de varias generaciones.
Tan pronto como pude, adquirí una magnífica monografía sobre su obra que se había editado en 2010 y la estudié a fondo con entusiasmo. Sus principales obras allí recogidas —más de medio centenar— me hicieron comprender mucho mejor los condicionantes del clima local; la idoneidad de unos u otros materiales disponibles para construir allí; los sistemas y las técnicas más apropiadas en cada caso, así como la evolución reciente de los gustos estéticos y las características esenciales del medio físico en Panamá. Con gran fruición fui a conocer —una por una— sus principales obras (las que por fortuna aún siguen en pie): desde su opera prima, la Compañía Internacional de Seguros en Plaza Cinco de Mayo hasta la Basílica de San Antonio de Padua en lo alto de la Urbanización Miraflores; o los espléndidos edificios residenciales Arboix (Tarraco), DiLido, Esses y Abadi. También pude visitar las sedes de USI Bank (hoy Torre Universal en la avenida Federico Boyd), la de Credicorp Bank (calle 50), la oficina de Banco General en la Avenida de Cuba, y el Edificio Avesa en vía España, todos de enorme calidad.
Son excepcionales su manejo de la escala y del sentido urbano. También lo son su dominio de la estructura como configuradora de la forma y su destreza en la definición de fachadas mediante membranas articuladas con elementos y filtros pensados para el bienestar del usuario. El propio Holzer solía reconocer —en su grandeza y en su humildad— algunas referencias sobre las que basó su quehacer cotidiano en el manejo de la forma, entre la razón y la emoción: el expresionismo dinámico de Eric Mendelsohn; el funcionalismo tecnológico de Mies van der Rohe; el organicismo tectónico de Frank Lloyd Wright o la moderna monumentalidad de Louis I. Kahn. Bajo mi punto de vista, Holzer también nos remite con autenticidad al mejor humanismo psicológico de Richard Neutra (no en vano Holzer había obtenido una maestría con especialización en arquitectura bioclimática por la Universidad de Berkeley en 1957).
Pero lo mejor de todo su legado no es sólo que, en efecto, la obra de Holzer nos recuerde con pregnancia a otros maestros de la modernidad, lo cual ya es más que meritorio. Lo mejor de Holzer es que nos recuerda “a él mismo”. Aún más, “Holzer nos recuerda a Panamá” porque Holzer ha diseñado, en parte, lo que hoy es Panamá.
Sirvan estas líneas de respeto como tributo a su persona, como muestra de admiración por su obra y como homenaje póstumo. Con hondo pesar decimos adiós a este arquitecto, figura clave en la configuración contemporánea de la Ciudad de Panamá y diseñador de su mejor arquitectura moderna. Y escribo en plural porque me incluyo de lleno entre quienes lamentamos esta pérdida irreparable. La Arquitectura, con mayúsculas, acaba de perder a un arquitecto moderno de raza, un excelente profesional de esos que escasean, que trascienden fronteras y constituyen un verdadero ejemplo para toda la profesión. Espero y deseo que su ejemplo fructifique a través de las nuevas generaciones, con una arquitectura no importada, sino tan moderna como panameña.
Descanse en paz.
(El autor es Doctor Arquitecto. Profesor de Diseño. Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra, España)