Rodrigo Blanco Calderón: ‘Simpatía’

Rodrigo Blanco Calderón: ‘Simpatía’
Simpatía, 'una novela amena, inteligente y profundamente hermosa'.


Dice el viejo proverbio salomónico que “El justo cuida de sus animales, pero el perverso es cruel con ellos”. Esa “inclinación afectiva hacia los animales”, esa virtud del justo, del bueno, es un indicador de la salud de la humanidad, y es desde allí donde levanta Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) su nueva novela, Simpatía (Alfaguara, 2021), un thriller “familiar”, salpicado de cine y libros, con el amor hacia los perros de fondo y dibujando, con trazos sutiles pero profundos, el drama que vive Venezuela.

Ulises Kan, cinéfilo y amante de los animales, huérfano y profesor de apreciación cinematográfica, decide buscarse un perro cuando su mujer se marcha del país. A este detonante se irán sumando una serie de intrigas familiares que van a impulsar el viaje de Ulises: su suegro, el general retirado Martín Ayala, quien decide dejarle el apartamento que compartía con su hija, a cambio de que ponga en marcha un hogar para perros abandonados; su reencuentro con una misteriosa Nadine, el amor inconcluso y desconocido de su vida; su alianza con Jesús y Mariela para poner en marcha el proyecto; la influencia de Carmen, antigua sirvienta; las viejas lealtades entre el abogado y su suegro; las apariciones de otros familiares y afectos insospechados.

El concepto de familia, en la novela de Blanco Calderón, es amplio y ensancha la mirada. Al protagonista le salen al encuentro afectos inesperados, cómplices que irán fraguando el camino del héroe, todos ellos vistos bajo la luz de El Padrino, película de cabecera de Ulises y del autor. Vemos en esta historia de huérfanos (poco a poco se revela esta circunstancia en otros personajes) cómo la vida va arrimándoles familia y cómo se van construyendo los lazos afectivos que la constituyen. Como dice en un momento de la novela Ariel Aponte: “en este mundo lo que sobran son hijos. Lo difícil es tener un padre, pero son los hijos quienes deben encontrarlo”.

La estructura de la novela es distinta a la anterior, Night, merecedora de varios premios, entre ellos El Bienal Vargas Llosa. Esta vez, la linealidad con saltos temporales va llevando al lector por todos los rincones de la obra para despejar las dudas y tensar la intriga. Esta construcción está sostenida con dos de las virtudes técnicas que más me interesan: la intertextualidad y la recontextualización. El diálogo constante con otros autores (Borges, que genera hasta un amago de cuento; el propio Tulio Febres Cordero o Elizabeth von Arnim, traducida por uno de los personajes; películas y series de los que se desprenden cuerdas o caminos por los que descolgarse sobre la intimidad de esta novela inteligente) apela a la complicidad del lector, lo empuja a nuevas interpretaciones, lo interpela, lo alienta.

Venezuela y su circunstancia como un gran escenario silencioso y elocuente es lo que consigue Rodrigo Blanco Calderón, que no escribe sobre Venezuela, sino desde Venezuela. Porque no hace falta juntar todas las palabras del mundo: lean el hambre del portero del condominio, o sobre el cerrajero, sobre el soldado que lleva a un perro a la cura arriesgando su integridad, el testimonio de los que se quedan en su casa por que es peligroso andar por la calle, el drama de los que, al irse del país, abandonan a sus mascotas: trazos sutiles y profundos. Un escenario complejo y difícil.

Esta es una novela de perros, de lo que representan y aportan al bien del ser humano. Y hasta en algún momento dice el general Ayala “…podía ser que a lo mejor Dios sí existiera. Un día vi a mis perros y a través de mis perros me pareció ver a Dios y lo supe. Me di cuenta muy tarde, lamentablemente”: así de grande es el afecto que se les puede tener. Bolívar, el libertador, a través de una leyenda, llora a su perro, Nevado, él que también fue huérfano, viudo y estéril, “Y ese es nuestro padre. Somos las semillas de ese desierto”, dice el general Ayala en otro momento.

Lean Simpatía cuanto antes. Echarán su lágrima por muchos motivos: por el afecto, por la familia, por Venezuela, y sobre todo por la belleza, porque estamos ante una novela amena, inteligente y profundamente hermosa.


LAS MÁS LEÍDAS