De Gabriel García Márquez sabemos casi todo. La bibliografía que desentraña la vida del Nobel colombiano es amplísima, pero interesan más los libros escritos desde la zona cero del autor. Aunque la celebradísima Vivir para contarla arranca diciendo que “la vida no es la que uno vivió, si no la que uno recuerda”, no hay que olvidar que uno vive de verdad en la memoria de otros, como decía Terenci Moix en sus memorias. Así que lo que nos interesa es cómo los más cercanos a García Márquez lo recordaban.
A esa aproximación han ayudado sus amigos, como Plinio Apuleyo Mendoza y su magnífico El olor de la guayaba, y más cerca de García Márquez, su hermana, Aída García Márquez, que en Gabito, el niño que soñó a Macondo, nos acerca a la infancia del autor de Cien años de soledad, dándonos a sus lectores claves cercanas al alma de García Márquez como nadie podría haber hecho.
Rodrigo García (Bogotá, 1959), el hijo mayor de Gabriel García Márquez, nos ofrece el que es sin duda uno de los testimonios humanos más importantes y reveladores de la biografía del Nobel: Gabo y Mercedes: una despedida (Penguin Random House, 2021), escrito en inglés y traducido al español por Marta Mesa, uno de los libros del año y la crónica de los últimos meses de la vida del escritor colombiano, fallecido en abril de 2014.
Cuenta Rodrigo que lo que más odiaba su padre de la muerte era que sería la única faceta de su vida sobre la que no podría escribir, y los detalles que rodearon la suya son dignos del mejor realismo mágico: como el pájaro muerto sobre el sofá donde descansaba, o el pequeño arcoíris sobre el respaldo de la silla donde se sentaba a la mesa, o el hecho de que, tanto autor como personaje (Úrsula Iguarán), murieran un jueves santo. Detalles que ahora su hijo comparte con los lectores de su padre para reconciliarnos con la literatura.
Es este un libro contra el olvido, un homenaje a la memoria. Conmueve la mirada de un hijo sobre el deterioro del padre, sobre su pérdida de memoria, sobre sus sueños de escribir juntos una película, y comprobar como se estaba yendo, poco a poco, aquel hombre que escribió una obra que es inmortal y que ya no reconocía, como no reconocía ni a su mujer ni a sus hijos. Estamos ante la mirada de la fragilidad de los mismísimos deicidas.
Gabo y Mercedes: una despedida, es también un homenaje a su madre, Mercedes Barcha, la que siempre acompañó a Gabo, la que es más que Gaba. Su trajinar aquel día de la muerte de su marido, bajo la escritura serena de su hijo, parece el de las mujeres de la casa Buendía. Ese moverse rápido hacia la habitación donde está García Márquez, su llanto breve, pero como “una ráfaga de ametralladora” por tan pocas veces visto, dan cuenta de la fortaleza y profundo amor que se tenían, pero no estaba dispuesta a ser otra cosa que ella misma, su mejor versión: “yo no soy la viuda. Yo soy yo”.
Los hijos son testigos protagonistas en la vida de sus padres, seas quien seas. Su mirada es siempre reveladora, siempre matiza lo que creemos de nosotros mismos. Y en esta mirada, bajo este escrutinio, se nos revela un Gabriel García Márquez tan humano que conmueve, que inspira. El testimonio de Rodrigo García perdurará como una iluminación sobre la vida y la obra de uno de los mejores escritores de todos los tiempos.
Un libro escrito con entrañable sencillez, con la distancia y el equilibrio justos para perdurar, encontrará su sitio entre los lectores de su padre. Gabo y Mercedes estarán orgullosos y reídos con el resultado de este ejercicio de memoria, que no dejará que olvidemos que aquel jueves santo de 2014, el mundo se quedó todavía más sólo, atónito ante la pérdida de una de los más importantes deicidas de todos los tiempos.