The Witcher no es la nueva Game of Thrones y está muy lejos de serlo. Aquella promesa de Netflix de una serie épica, con grandes batallas, violencia, magia e intrigas, se va disipando a lo largo de los ocho capítulos (si es que el espectador logra avanzar más allá del primero) que dura su temporada de estreno.
Con personajes que se sienten genéricos y apáticos, una historia que no aporta nada al género fantástico televisivo y efectos especiales que no satisfacen, esta adaptación de las novelas de La saga de Geralt de Rivia o La saga del brujo (1992 - 2013), del escritor polaco Andrzej Sapkowksi, es deficiente.
Y es que la aventura medieval protagonizada por Henry Cavill (Man of Steel - 2013), donde interpreta a Geralt de Rivia un brujo que se gana la vida cazando demonios y que es incapaz de expresar emociones (papel perfecto para el actor), parece no querer ofrecer otra cosa que entretenimiento o por lo menos eso intenta. El espectador no encontrará grandes conflictos internos o sociales, diálogos memorables o una ambigüedad entre el bien y el mal. Sus dosis de acción y sangre son dados a cuentagotas, y el sexo se maneja como si se tratase de no ofender a nadie; es casi como si Netflix quisiera abarcar a un público más amplio y no solo al consumidor adulto.
Además, la hora de duración de cada episodio se siente injustificable, esto quizás debido a las subtramas y personajes que al final parecen no tener un valor relevante dentro la historia central y terminan confundiendo a cualquiera que no esté familiarizado con este mundo.
Y no, no es un problema de un público poco apto para procesar información, porque otras adaptaciones como ya la mencionada Game of Thrones o las películas de The Lord of the Rings (2001 - 2003) se encontraron ante el mismo panorama, logrando condensar la historia.
Un punto a favor que tiene el show es cómo está contada la historia, ya que la trama está dividida en tres líneas argumentales y temporales, que encuentran de manera natural su conexión. La fotografía también es destacable y el personaje de Yennefer, interpretado por la actriz Anya Chalotra (The ABC Murders - 2018) es quizás el único cuya línea argumental genere interés.
Pero sí hay un público al que le gustó The Witcher y está conformado mayormente por quienes conocieron a Geralt en la trilogía de videojuegos o lectores de la saga literaria, y que tal vez por nostalgia, por conocimiento previo del universo o porque conocen la historia por venir - ya se confirmó la segunda temporada - es que muestren simpatía por la serie.
En este punto cabe resaltar que cualquier adaptación que se realice debe funcionar por sí sola, sin la necesidad que el espectador deba recurrir a sus orígenes ya sea literarios o de videojuegos para comprender la trama; ese recurso debería usarse solo para enriquecer el contexto o entender mejor los motivos de los personajes.
Dicho todo esto, la mayor falla de The Witcher está en contenerse. En confiarse demasiado, quizás en los fanáticos previos a la historia o en las escenas de Cavill con el torso desnudo. No es un secreto que las productoras, incluyendo HBO, están buscando a la sucesora de Game of Thrones que, con su final tan reciente, los fanáticos divididos por su desenlace y con el deseo a flor de piel de historias épicas, la oportunidad de Netflix estaba al alcance de su mano y todo parece indicar que la dejó escapar.
Para su segunda temporada, The Witcher no solo deberá tratar de convencer a los críticos y espectadores decepcionados para que retomen la historia de Geralt, sino enfrentarse a otras súper producciones como Lord of the Rings (Amazon Video), el final de Vikings (The History Channel) o el spinoff de Game of Thrones, House of Dragons (HBO).
Si The Witcher tenía algo que ofrecer y enseñar, su primera temporada debió ser el abrebocas para que el espectador quisiera ver más, no para inducirlo a bostezar.