Un museo de la resaca para recordar las borracheras

Un museo de la resaca  para recordar las borracheras


Suele ocurrir que los juerguistas no recuerdan mucho lo que hicieron la noche anterior. En Zagreb, un museo colecciona historias de resacas y reliquias de veladas alcoholizadas para ayudar a colmar esos agujeros negros.

El “primer museo de la resaca del mundo”, según sus creadores, evoca solamente el lado festivo de esas noches de ebriedad. Pero pronto mostrará también los riesgos inherentes al consumo excesivo de alcohol.

“El museo habla de algunas noches entre el momento en que salimos de la discoteca y el momento en que nos despertamos”, dice a la AFP Rino Dubokovic, de 24 años, que abrió el museo a principios de diciembre con su amiga Roberta Mikelic.

Se trata de “congregar en el mismo lugar los objetos con los que la gente se despierta y las historias que generan, para que algunos puedan identificarse” dice Mikelic.

Mientras varios museos del mundo están dedicados al alcohol, los dos jóvenes tuvieron la idea de un lugar dedicado a las cuitas postfestivas. Uno de ellos contó haberse despertado con un pedal de bicicleta en el bolsillo, sin la menor idea del cómo ni del por qué.

El pequeño museo expone recuerdos y reliquias que corresponden a 25 resacas. Cuatro salas relatan las etapas de un laborioso regreso a casa. “Calle” está ornada de grafitis. Los “Espejos” recuerdan las vitrinas de las tiendas que reflejan el rostro aturdido del juerguista. En “Jardín”, el visitante escucha el trinar matinal de los pájaros. En “Habitación”, donde la gente despierta tras una noche alcoholizada, reinan las botellas derramadas y ceniceros desbordantes.

A los visitantes se les ofrece Rakija, el aguardiente local, y pueden jugar a los dardos con una gafas especiales que simulan los efectos de la ebriedad.

Los testimonios son relatados en páginas colgadas de las paredes. Un joven recuerda haberse presentado en su casa al alba, y haberle mostrado el documento de identidad a su padre, policía de uniforme que estaba a punto de ir al trabajo. Su padre lo “dejó entrar” pero “no tuve derecho a salir durante mucho tiempo”, cuenta.

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