Veintidós años después de que soldados estadounidenses lanzaran bombas sobre el popular barrio El Chorrillo, lugar donde estaba el Cuartel Central de la Guardia Nacional, así como en diversos puntos del país y en donde murieron cientos de personas, en la llamada "Operación causa justa" para sacar del poder al dictador Manuel Antonio Noriega, los panameños recuerdan hoy con amargura y tristeza ese momento.
Desde primera horas de la mañana de hoy, miembros de la Asociación de los caídos del 20 de diciembre de 1989 realizaron un romería en el Jardín de Paz y en la tarde una "Marcha Negra" frente a la Casa de Piedra de El Chorrillo. En los actos pidieron que este día se declare como de "Duelo Nacional".
Como parte de la conmemoración de esa fecha, figuras políticas, miembros de la sociedad civil así como simpatizantes del régimen aceptaron relatar a Prensa.com cómo vivieron esa fecha. Estas son sus historias:
"NINGÚN MIEMBRO DE LOS CIVILISTAS JAMÁS HABLÓ DE LA INVASIÓN"
Aurelio Barría, fundador de la Cruzada Civilista, cuenta cómo vivió ese hecho:
"Me encontraba residiendo en Miami [Estados Unidos] con mi esposa Patricia y mis tres hijos, pensando cuándo saldría me permiso de trabajo, porque como exilado político del régimen de [Manuel Antonio] Noriega, había completado todo un proceso legal para poder estar habilitado como asilado que puede laborar en Estados Unidos (EU).
Ese día, escuchamos que se estaban dando movimientos de transporte de tropas desde la base de Texas hacia las bases militares del Comando Sur en Panamá. A diario nos comunicábamos con amigos civilistas que nos mantenían informados de cómo estaban las cosas en Panamá, que día a día se complicaban más con las amenazas y atropellos que la dictadura de Noriega infligía a panameños e inclusive civiles norteamericanos que residían en la ciudad.
Como a las 11:00 p.m., recibí una llamada de una contacto del Gobierno americano que me hizo saber, que este no era un ejercicio militar más, sino que se trataba de una invasión militar a Panamá, al principio no le creía, pero cuando me dijo que en era cierto, me preocupé muchísimo porque mi familia y amistades podrían estar en grave peligro.
Inmediatamente, llamé a mis padres quienes me dijeron que escuchaban detonaciones, pero no sabían qué estaba pasando. Les informé y les pedí que no salieran de sus casas.
Tuve un sentimiento mixto, sorprendido de que los americanos tomaran esa decisión para sacar a Noriega tuvieran que invadir militarmente a Panamá, para lo cual no me imaginaba, en ese momento, la magnitud de la fuerza militar que se usaría. Y por otro lado, preocupado por lo que pudiera pasar a mi seres queridos y amigos.
Llegaron a mi residencia en el área de Kendall, en las afueras de Miami, periodistas de la televisión y prensa para conocer nuestras opiniones porque con frecuencia daba declaraciones contra el régimen en Miami.
Reitero lo que he venido declarando siempre, que ningún miembro de los Civilistas, jamás habló de la invasión a Panamá.
Lo que dije entonces: que era triste que hubiéramos tenido que llegar a una invasión para sacar a Noriega y destruir las Fuerzas de Defensa; que los americanos habían creado un ejército, entrenado y armado, bajo la excusa de que sería para la defensa del Canal de Panamá, y en realidad, ese ejército había secuestrado al pueblo panameño bajo una dictadura que violaba los derechos humanos, reprimía violentamente las manifestaciones pacificas, había asesinado a civiles y militares que se habían opuestos al régimen de Noriega; y que ahora, para sacar a ese ejército abusivo, habían tenido que intervenir militarmente con el costo para Panamá.
Seguimos toda la noche y todo el día los acontecimientos, y en la mañana siguiente nos reunimos con el exvicepresidente Carlos Rodríguez, Roberto Eisenmann, Guillermo Sánchez Borbon y otros panameños para conversar y evaluar el alcance de la situación.
Inmediatamente llamé al nuncio apostólico monseñor, José Sebastián Laboa, quien se encontraba en San Sebastián, España, de visita para Navidad, y de inmediato coordinamos su regreso a Panamá, vía Madrid-Miami en Iberia. Desde ahí, conseguimos que la única forma de ingresar a Panamá era en un avión militar americano, lo cual se hizo días después desde la base de Homestead".
"NO ERA EL DESENLACE QUE QUERÍA PARA MI PAÍS"
El hoy diputado José Blandón narra su testimonio:
"En junio de 1988, fui arrestado y me condujeron esposado a un avión de Eastern. Allí se inició mi exilio. Como mi familia materna es puertorriqueña, me fui a Puerto Rico.
Días antes de la invasión, un amigo panameño que residía en Miami [Estados Unidos] y que era parte de la Cruzada, me llamó para decirme que preparara maletas que antes de Navidad estaría de vuelta en Panamá.
El 20 de diciembre de 1989, me despertó la llamada de un amigo en Washington para decirme que en CNN estaban anunciando que había iniciado la invasión de EU a Panamá. Inmediatamente me puse a llamar a amistades y familiares en Panamá para saber cómo estaban. Recuerdo que, estando yo en Puerto Rico, algunos que vivían en Panamá se enteraron de la invasión por mi llamada.
Esa misma madrugada hice llamadas a emisoras puertorriqueñas a opinar sobre la invasión. Estuve en contra de ella. Era una posición difícil de explicar porque adversé la dictadura y aunque con la invasión se daba fin a la misma, no era el desenlace que quería para mi país. Me dolía ver que en CNN se hablaba de la revolución pacífica en Checoslovaquia con Havel a la cabeza, mientras de Panamá lo que salían eran las imágenes de soldados norteamericanos".
"FECHA PARA NUNCA OLVIDAR"
Lo que vivió el médico Carlos Abadía durante la invasión lo resume en un breve relato:
"La noche del 19 de diciembre de 1989 recibí una llamada a eso de las 11:30 p.m., de mi prima Lourdes, donde me avisaba que un pariente de ella le había llamado desde EU, informándole que a media noche se iba a dar la invasión de nuestro país. Realmente no le creí, primero porque nunca pensé que esto sucedería, y segundo, cómo era que un civil podría tener esa información. Continúe durmiendo, nuevamente me llamó a eso de las 11:55 p.m., insistiendo, y yo, dudando, hasta que sentí el primer bombazo.
Me dirigí con mi esposa a la azotea del edificio donde residía, encontrándome, como varios vecinos, yo, perplejo por lo que estaba sucediendo y con un sentimiento encontrado, era el fin de la dictadura, pero a qué precio.
Al rato todos los vecinos bajaron a sus apartamentos, incluyendo mi esposa, quedándome solamente con un vecino, que en un momento me comentó: “que bien que le saquen la m….. a todos esos militares y perredianos”.
Él estaba a mi derecha y dirigí mi mirada asombrado por lo que había expresado. Primero, me pareció una expresión fuera de lugar. Yo que me había opuesto desde un inicio a la dictadura, desde los tiempo del dictador Omar Torrijos, no me sentía feliz por esta humillación que nuestro país estaba sufriendo y segundo porque nunca había conocido su posición política, que pareciera que en ese momento la mostraba. Hoy día esa persona es una figura de primera línea del PRD, lástima, que mis vecinos civilistas se habían retirado.
La mañana del 23 de diciembre recibí una llamada del (entonces) vicepresidente Guillermo Ford (q.e.p.d.) , informándome que los dos principales hospitales, Santo Tomás y el del Seguro Social, estaban en peligro y ver que se podía hacer, le respondí, pero necesitaba nombrar a los directores médicos de dichas instalaciones.
Expliqué el porqué y me lo aprobó, y quienes serían, en ese momento sin consulta previa a los escogidos, le di el nombre de la doctora Amalia Rodríguez en el Santo Tomás y el doctor Rolando de la Guardia para el Complejo de la [Caja de Seguro Social] CSS. Los localicé y les informé a ambos sus nuevas responsabilidades.
Rodríguez necesitó de apoyo militar para poder entrar al Santo Tomas, porque algunos irresponsables miembros de la dictadura se habían tomado dicho centro hospitalario, hasta en esos eran capaces. Al hospital de la CSS, Rolando y yo llegamos en inicio de la noche de ese día.
Recuerdo que en las oficinas estaban el director y subdirector del Complejo, les informé que el médico De la Guardia era el nuevo director. En la mañana del 24 pudimos enterarnos la realidad del hospital. Comenzamos a llamar a los médicos y al personal que se acercaran a prestar atención, y De La Guardia les fue distribuyendo responsabilidades.
Solo había oxígenos para las siguientes 24 horas.
Tomé la decisión de llamar a la empresa que proveía dicho producto, pidiéndole 100 tanques. Le informe que me hacía responsable, y la situación crítica que vivíamos nos impedía seguir los procedimientos. Meses después, siendo yo vice ministro de salud, el Contralor Rubén Darío Carles me mandó la factura de dichos 100 tanques, para que la pagara, llamé a "Chinchorro" (Carles), y le expliqué porque había procedido de esa manera, y la canceló.
El otro gran problema era que la morgue del Complejo estaba desbordada, igual que la del Santo Tomás y la del Hospital Gorgas, entre los tres sumaban 180 cuerpos, y necesitábamos enterrarlos, le pedí el apoyo al Guillermo "Billy" Ford, y que por medio del ministro de Obras Pública, René Orillac, conseguimos que una empresa nos habilitará 200 fosas en el Jardín de Paz. Cada uno de los cuerpos se colocó en una bolsa y se le busco su identificación para proceder a su entierro . Aún recuerdo la petición del vicepresidente Ford, “ que se haga con la mayor dignidad, y más hoy 24 de diciembre” .
Siempre he sostenido, que una muerte por esa invasión, ya era una perdida, pero por la cantidad de muertos que manejábamos en ese momento, y que había pasado la parte más cruel, nunca pudo haber “miles” de muertos y que un hecho doloroso para nuestra historia, se ha querido politizar. Para mí los Estados Unidos son los culpables, pero Noriega y sus civiles del PRD son los responsables de este desastre. La lucha civilista nació de las entrañas del pueblo panameños, y estos irresponsables, inventaron una lucha nacionalista que nunca existió y que llevo a sufrir esta humillación y muertes de inocentes".
“MANO DE PIEDRA DURÁN ENTRÓ GRITANDO: ¡INVASIÓN!"
Mario Rognoni, amigo de Noriega, escribió cómo vivió la invasión:
"La noche del 19 de diciembre de 1989 estaba en el bar Las Malvinas, esa noche se presentaba Ulises, el compañero de Marcela Tazón, la secretaria del general Noriega, alternando con Los Buitres, grupo venezolano que imitaban a Los Beatles, mi grupo favorito de todos los tiempos. Allí encontré a varios mayores, capitanes y otros oficiales y aunque supuestamente el general iba a llegar, luego nos dijeron que se había ido directo al Ceremis (Centro de Recreación Militar).
Fue pasadas las 11:00 p.m. cuando uno de los presentes, Roberto “Mano de Piedra” Durán, tras salir a la calle por la pitadera que se daba en Calle 50, entró gritando que había iniciado la invasión, que estaban bombardeando la ciudad. Por supuesto, se acabo la fiesta y todos salimos en distintas direcciones.
Recuerdo que fui primero a mi casa, a asegurarme que mi hijo Mario estuviese allí y le dije que no saliera de la casa, que no se preocupara porque esto, yo estaba seguro, no duraría mucho; y luego, lo que vendría sería el retorno a la democracia. Llamé a Rubén Murgas, porque sentía que como periodista Rubén iba a querer estar cerca de los hechos y tras pasarme a buscar nos dirigimos a recorrer la ciudad.
Al ver el resplandor de las bombas, Rubén, director entonces de la Radio Nacional, me dijo que fuésemos a la radio para apoyar a los que estaban allá. Por la vía España, frente al Avesa, gracias a Dios cerca de mi oficina, nos detuvo un grupo de la Compañía Expedicionaria. Los mismos nos pidieron el carro y aunque les explicamos que éramos amigos del proceso nos bajaron a punta de amenazas con las armas y lo tomaron “a nombre de la lucha por la liberación”.
Caminamos a la oficina y de allí Rubén se dirigió a pie junto un empleado mío, Jiménez, a la Radio Nacional. Yo permanecí en mi oficina y coordinando la emisora 102.5 FM donde era socio y estaban los estudios, sobre mi oficina. Recuerdo que el operador de la noche era un empleado de día del Canal de Panamá y le sugerí que se fuera por su seguridad, pero me contestó que él era nacionalista y se quedaría mientras tuviésemos en el aire apoyando la resistencia.
A la oficina llegaron esa madrugada unas amigas que estaban en los casinos cercanos que las echaron al cerrar y vieron las luces en mi oficina. Al final, esa noche estuvimos más de 14 personas durmiendo o conversando en la oficina hasta el amanecer. El día siguiente, 20, recorrimos parte de la ciudad en carros de terceras personas que vinieron; y luego, la oficina se convirtió en el centro de comunicaciones de muchos oficiales, incluyendo luego a Noriega, que llamaban porque conocían los números y nos daban mensajes en clave que retransmitimos por Radio Nacional y mi emisora hasta que ambas fueron silenciadas.
Los dos mensajes que envió el general se grabaron en la emisora gracias a "Toti" Urriola que se nos había incorporado y que sabía hacerlo; mensajes que enviamos a CNN; y el segundo solo a Radio Habana Cuba y Liberación de Nicaragua porque los demás rehusaron transmitirlo. El resto es otra historia".
"SACAMOS LAS ARMAS..."
Olga Cárdenas fue miembro activo de las batallones de la dignidad. Este es su relato:
"Cuando llegó la invasión estaba en calle 15 El Chorrillo, yo viví allí. Estaba acompañada con cuatro compañeros de los batallones de la dignidad. Ya eran como a las 11:00 p.m. del 19 de diciembre cuando comenzamos a escuchar la clave cutarra, que era que ya estábamos invadidos. Nosotros sacamos las armas para luego ir al cuartel, pero no pudimos pasar de calle 21, porque empezaron los bombardeos.
Había luces como de color fucsia ¡plan, plan, plan! se empezaron a escuchar las balas. Luego vimos a gente muerta, perros, todo feo. Tratamos de llegar a la comandancia, pero no pudimos. Regresamos a mi casa en calle 15. Varios de mis compañeros nos pidieron que nos quedáramos tranquilos.
Pero no fue así, empezamos a buscar a los compañeros heridos y muertos. Muchos de los que fallecieron eran inocentes. Durante la madrugada y en la mañana del 20 de diciembre, los miembros de la Fuerza de Defensa me dejaron los uniformes y la armas, y yo les entregaba suéter. Las armas las guardaban en mi casa, en calle 15.
A mí nadie me acusó de nada. Lo que yo vi solo fue a madres llorando por sus hijos y por sus muertos. Eso si, cuando pasaban los gringos les gritaba "Yankis asesinos", pero mis vecinos me pedían que me quedara callada".
"ESCUCHAMOS LOS ESTRUENDOS DE LAS BOMBAS"
Rubén Darío Paredes, militar retirado, contó su experiencia:
"Ese día regresaba del interior con mi señora. Observamos que los norteamericanos en Rotman tenían la bandera a media asta en señal de luto porque había muerto un oficial, murió en manos de una tropa que tenía la Fuerza de Defensa en El Chorrillo.
Cuando yo vi esa señal de luto, le dije a mi señora que pararíamos en el súper más cercano a la casa y nos abasteceríamos de los alimentos más necesarios para unos 15 días. Ella me preguntó el por qué. Le respondí que los norteamericanos nos van a invadir hoy (19 de diciembre), y fue así. Cuando le pedí que pasáramos al súper fue como las 4:30 p.m.
Veníamos de El Valle de Antón rumbo a Las Cumbres, donde aún vivo. Le dije a mi esposa que los norteamericanos estaban esperando este último gesto de Panamá, para justificar la invasión, y nada mejor que un muerto del ejército norteamericano en manos de la Fuerza de Defensa. Hicimos lo que pensamos y en la madrugada estuvimos aquí, en la casa.
Solo escuchamos los estruendos de la bombas que caían en el cuartel de Tinajitas. La invasión me agarró en mi casa.