José David Frías Rentería le había dicho a Teresa Rentería, su mamá, que tenía dos semanas que no se bañaba. En el Centro de Cumplimiento de Menores de Tocumen, donde estaba preso, hacía varios días que no tenían agua. La situación era tan desesperante que ni siquiera podían usar los baños. Las necesidades más básicas tenían que hacerlas en bolsas.
Por eso, la mañana del 9 de enero de 2011 Teresa se levantó temprano y compró tres galones de agua. Al día siguiente visitaría a su hijo para llevarle el líquido.
La llamada sobre el hecho ocurrió a las 12:00 m. Desde el Hospital Santo Tomás le dijeron por teléfono que su hijo se había quemado, que fuera al centro médico. “La llamada me extrañó. ¿Cómo se iba a quemar alguien allá [en el Centro de Cumplimiento de Tocumen]? Pensé que se trataba de algo leve, sin importancia”, relató.
El bus que tomó tardó más de una hora en recorrer el trayecto entre la 24 de Diciembre y la avenida Balboa, donde está ubicado el Santo Tomás. Cuando llegó, vio a mucha gente y a varios policías. “Me identifiqué como la madre de José David Frías Rentería, me llevaron ante un médico y este preguntó: ¿usted cree en Dios?”.
Cuando llega a este punto del relato, Teresa hace una pausa. Calla. Medita. Está en una fría sala judicial: en el salón de audiencia del Segundo Tribunal Superior Penal, donde el pasado 12 de agosto concluyó el juicio para determinar responsabilidades en el incendio que le quitó la vida a cinco adolescentes en el Centro de Cumplimiento de Tocumen. El fuego ocurrió en la celda 6, una de las 9 que tiene el pabellón del penal en donde ese día un grupo de menores hizo un motín en protesta por la falta de agua y malas condiciones. En esa celda había siete menores que se quemaron en el fuego, cinco murieron y dos sobrevivieron.
De eso hace cuatro años, pero las heridas en el alma de las madres aún están abiertas. Quieren justicia. Se procesa a nueve policías, dos custodios y a la exdirectora del penal Iris Cedeño. Se les acusa de la presunta comisión de los delitos de homicidio, tentativa de homicidio y tratos inhumanos en perjuicio de los cinco menores de edad que fallecieron.
Teresa sigue contando su historia: “El mundo se me vino encima. Solo me lo dejaron ver desde lejos. Tenía aparatos por todas partes y estaba todo quemado. Casi no podía reconocerlo”.
En ese momento, no entendió cómo sucedió el hecho. Luego, en las noticias empezaron a explicar lo que ocurrió y así empezó a comprender. Y en la televisión reconoció a su hijo. Lo vio con los brazos levantados y con la piel colgando. Había policías a su alrededor. “No puedo describir lo que sentí en ese momento... desesperación, rabia, dolor; él no se merecía eso”, exclamó en medio del llanto.
Cuenta que el suceso impactó tanto a su familia, que días más tarde, cuando su hijo pequeño veía un policía, salía corriendo. “No quería ir a la escuela ni salir de casa por miedo de que le pasara algo”, narra.
SE ENTERÓ POR LA TELEVISIÓN
Otra historia. La de Nora Santa Pardo, madre de Víctor Jiménez Pardo. Cuenta que se enteró de lo sucedido por la televisión.
Se informó de que había un incendio en el Centro de Cumplimiento y enseguida salió junto con otros miembros de su familia para el hospital Santo Tomás.
“Al llegar no nos dejaron ver a mi hijo, me dijeron que se encontraba en cuidados intensivos por las quemaduras que presentaba. Los médicos me dijeron que tuviera fe y rezara”, recuerda.
“Mi hijo quería comprarme una casa. Él jugaba fútbol y se había ganado dos trofeos que aún los tengo en casa como un recuerdo permanente de las cosas que él quería hacer”, agrega.
‘NO PUDIMOS SALIR’
David Suazo, uno de los dos sobrevivientes de la celda 6, donde se quemó junto con sus compañeros, relató que el fuego comenzó luego de que los policías del Grupo de Apoyo al Servicio introdujeron dos bombas lacrimógenas por un hueco que tenía la ventana.
“La bomba cayó sobre el colchón, lanzó chispas y se incendió... y como la puerta de la celda estaba cerrada con candado, no pudimos salir”, relata. “Gritábamos que nos ayudaran, que abrieran la puerta. A los bomberos les pedíamos que nos echaran agua... pero nadie nos ayudó, nos dejaron quemarnos”, dice.
Lo que más le dolió a Suazo fueron las burlas de los policías que estaban en el exterior de la celda. “Ante los pedidos de ayuda que hacíamos, ellos nos respondían: que si no éramos hombrecitos para aguantar, y que por qué estábamos llorando”, cuenta.
Suazo reconoció al subteniente Ernesto Rogelio Blake y al cabo Eduardo Barreno –sindicados en este proceso– como dos de los policías que se burlaban.
“No podíamos respirar, sentía que se me quemaba la garganta y veía a mis compañeros que se les caía la piel y nadie hacia nada”, relata.
Pero en vez de ayudarlos, cuenta el joven, uno de los custodios metió la escopeta por los barrotes y empezó a disparar.
“Recibí quemaduras en las manos, el pecho y las piernas. Aún no puedo cerrar mis manos ni levantar los brazos”, manifiesta. Afirma que los que estaban en la celda 6 no participaban en la protesta; por eso, no entiende por qué se les disparó y por qué les lanzaron bombas lacrimógenas si la celda estaba cerrada.
“No éramos un peligro para los policías ni para nadie”, añade. También relató que logró ver a su compañero Benjamín Mojica caer al piso por las quemaduras, estaba inconsciente y no sabía si estaba vivo o muerto.
“Las bolas de fuego se elevaban hasta el techo y no había manera de escapar del calor y el humo que generaba, no había a dónde ir y solo nos quedaba gritar por el dolor. Luego nos sacaron de la celda, nos pusieron zunchos en las muñecas y nos tiraron al piso. Algunos compañeros a pesar de estar quemados, fueron golpeados con la vara policial”, dice.
Sigue contando: “Cuando se abrió la puerta de la celda me dieron un golpe en la cabeza que me dejó mareado; luego me lanzaron al patio del penal y a mi lado estaba Erick Batista. Nos metieron en la ambulancia, nos llevaron al Santo Tomás y allí estuve 13 días en coma”, narra.
Cuatro años después, Suazo no supera lo ocurrido. Dice tener pesadillas casi a diario. En sus sueños, ve a sus compañeros quemados pidiendo ayuda. “Despierto lleno de angustia”, sostiene.
OTRO TESTIMONIO
Otro de los internos que confirmó esta versión es Olmedo Camarena, quien dijo haber observado a custodios civiles disparar a los internos de la celda 6. Contó que luego de sacarlos del penal fueron golpeados y pateados por los policías.
Dijo también que los internos de la celda 6 no participaban de la protesta por la falta de agua, ya que eran presos de confianza y gozaban de algunos privilegios por parte de la administración del penal.
“Nunca existió una intención de fuga como lo quisieron hacer ver los policías que llegaron al lugar”, narra.
A Camarena le pareció excesiva la cantidad de bombas lacrimógenas, perdigones y balas de goma que los policías lanzaron a los internos ese 9 de enero.
IMELCF CONFIRMA GOLPES
Los informes de las evaluaciones practicadas a los adolescentes por peritos del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses (Imelcf) confirman que varios de los internos presentaron disparos de perdigones, golpes de objetos contundentes y escoriaciones en las muñecas, causadas por los zunchos con que fueron amarrados.
Así lo manifestó en la audiencia el médico forense Juan Carlos Rodríguez, quien explicó que las víctimas sufrieron quemaduras de segundo y tercer grado en el 95% del cuerpo.
Confirmó que, inclusive, algunos tenían evidencias de heridas compatibles con disparos de perdigones.
Rodríguez detalló que las cinco víctimas fatales: Erick Batista, Benjamín Mojica, José David Frías, Víctor Pardo y Omar Richard Ibarra fallecieron como consecuencia del colapso de todos los órganos a raíz de los daños ocasionados por el fuego, que lesionó sus cuerpos tanto en lo exterior como internamente.
El médico confirmó que los fallecidos tenían lesiones a nivel de los pulmones, los cuales presentaron un agrandamiento anormal por la acumulación de líquido, lo que indicaba un edema pulmonar.
Manifestó, además, que con las quemaduras que presentaban las víctimas era muy difícil que pudiesen sobrevivir, ya que sufrieron daños muy extensos en todo el cuerpo.